Mundo ficciónIniciar sesiónCuando tu nuevo jefe huele a tormenta… y a peligro. Aurora Vega cree que por fin escapó de la pobreza y del caos de su vida anterior cuando consigue un puesto en Noir Holdings, la empresa más poderosa de la ciudad de Nova Lyra. Su plan es simple: trabajar, pagar deudas, pasar desapercibida. No tiene tiempo para romances, dramas ni jefes imposiblemente atractivos. Hasta que se sube a un ascensor… y se queda atrapada con él. Dante Noir, dueño de Noir Tower, alfa de la manada de Sombras y líder de un mundo que los humanos no deberían conocer, lleva años buscando algo que creía perdido: su omega. La encuentra en el lugar menos conveniente: una analista nueva, humana, sin idea del universo al que pertenece realmente. Ella no sabe qué es. Él lo supo desde que olió su miedo… y su deseo. En un mundo donde el sistema alfa/beta/omega está oculto detrás de trajes caros, contratos y cifras millonarias, Aurora empieza a sentir que su cuerpo cambia: mareos, calor, sensibilidad extrema al olor de cierto jefe. Mientras intenta sobrevivir a jefes exigentes, colegas misteriosos y números que no cuadran, descubre que el verdadero peligro no está en perder su trabajo… sino en rendirse al vínculo que podría destruir su libertad. Dante debería mantenerla lejos para protegerla de su mundo. Pero cada vez que ella entra a una habitación, su lado más oscuro tiene claro una sola cosa: No piensa dejarla ir.
Leer másPOV: Aurora
El contrato no olía a papel.
Olía a desinfectante, a tinta fresca… y a algo más. Un rastro metálico, casi eléctrico, que no tenía sentido en una sala de Recursos Humanos en el piso veintiocho de Noir Tower.
—Firma aquí, Aurora —dijo Sofía, empujando el documento hacia mí—. Y aquí. Y… aquí. Te lo juro, no vendemos tu alma. Solo un porcentaje obsceno de tu tiempo.
Intenté sonreír. El bolígrafo se sentía demasiado pesado entre mis dedos.
Era mi primer día en Noir Holdings. Hasta ahora solo había sido un nombre en correos fríos. En este momento, sentada frente al contrato, empezaba a parecer una vida nueva… o una trampa muy elegante.
—Esta es la versión final —añadió Sofía—. Incluye confidencialidad reforzada para análisis de riesgo y el apartado médico. Nada fuera de lo normal para tu área.
Apartado médico.
Mis ojos bajaron al texto. Letras pequeñas, párrafos interminables. Una línea se desprendió del resto como si la hubieran subrayado con sangre:
“La parte contratante se compromete a someterse a exámenes médicos periódicos, incluyendo evaluaciones hormonales, y a informar de inmediato cualquier cambio significativo en su ciclo, estado físico o emocional…”
Fruncí el ceño.
—¿Evaluaciones hormonales? —pregunté—. Pensé que eran solo chequeos generales.
Sofía se encogió de hombros.
—En tu área trabajan con información sensible —explicó—. El estrés, el insomnio, los ataques de ansiedad… todo eso puede distorsionar tus análisis. Es una forma elegante de decir “si estás a punto de explotar, queremos saberlo”.
Tenía sentido. Más o menos. Pero algo en esa frase me incomodó. No decía “ciclo menstrual”. Decía “ciclo” a secas, como si asumieran que mi cuerpo seguía reglas que nadie me había explicado.
Un calor raro empezó a subir desde la nuca. Aflojé la bufanda que usé para enfrentar la lluvia de Nova Lyra.
—Aurora —dijo Sofía, mirándome con atención—. ¿Estás bien?
—Sí —respondí demasiado rápido—. Solo… hace calor.
Mentía. El aire acondicionado estaba helado. Mi piel, en cambio, ardía.
“Ansiedad”, pensé. “Nuevo trabajo, edificio enorme, contrato con letras diminutas. Normal”.
Respiré hondo y seguí leyendo. Confidencialidad reforzada. Prohibición de hablar de proyectos. De usar datos para beneficio personal. De casi todo lo que podría salvarme si esto salía mal.
Al final del documento, un espacio en blanco:
Firma de la empleada: Aurora Vega.
Mi nombre ahí parecía ajeno. Definitivo.
El olor raro volvió.
No venía del papel.
La puerta de la sala se abrió sin que nadie golpeara. El aire se movió, trayendo un perfume oscuro, como ámbar caliente mezclado con tormenta.
No tuve que girar la cabeza para saber quién era.
—Señor Noir —dijo Sofía, poniéndose de pie—. No lo esperábamos para la firma.
Yo tampoco. Pero mi cuerpo sí. Lo reconoció antes que mi mente.
La atmósfera cambió. El espacio pareció encogerse, como si las paredes contuvieran la respiración.
Me obligué a levantar la vista.
Traje oscuro, corbata un poco aflojada, hombros relajados, tensión escondida en la mandíbula. Sus ojos ámbar recorrieron la escena: el contrato, mi mano, mi cara.
Era más joven de lo que imaginaba para alguien que sonaba tan intocable en los correos. Más joven… y mucho más peligroso.
—Vine a ver algo —dijo, con una voz tranquila que llenaba la sala—. ¿Hay problemas con el documento?
Sofía rió, nerviosa.
—Nada grave, señor. Solo la letra pequeña asustando a los talentos nuevos.
Lo dijo en tono ligero, pero sus dedos apretaban la carpeta contra el pecho.
Dante Noir se acercó a la mesa.
No necesitaba acercarse tanto. Ninguna cláusula lo exigía. Y aun así, lo hizo. Cada paso hacía que el olor a ámbar y tormenta se hiciera más fuerte, hasta envolverme.
El calor en mi nuca bajó por la espalda. Sentí el pulso en la garganta, en las muñecas, en lugares que no deberían enterarse de quién era mi jefe.
—¿Hay algo que no entiendas, señorita Vega? —preguntó, sin apartar la vista de mí.
Quise decir “no, todo bien, firmo y me voy a mi escritorio”. En cambio, mi mirada volvió al apartado médico.
—La parte de los exámenes —alcancé a decir—. Y esto de informar cambios de ciclo. No estoy enferma. Solo tengo ansiedad.
Al soltar esa palabra, me sentí ridículamente expuesta. Como si acabara de entregarle mi punto débil.
Sus ojos se clavaron un poco más en los míos. No con lástima. Con interés.
—No es una cláusula pensada solo para ti —dijo al fin—. Es estándar para tu área.
Su tono era neutro, pero la sensación fue otra: como si estuviéramos hablando de algo que yo ni siquiera sabía que podía cambiar.
Quise preguntar “¿qué tipo de cambios esperan exactamente?”. Pero el calor subió un grado y el perfume se me metió por la nariz, bajando al pecho como humo espeso.
Sofía aprovechó el silencio.
—Si estás conforme, firmamos y activamos tu ingreso —dijo, empujando otra vez el documento hacia mí—. Oficialmente formas parte de análisis de riesgo desde hoy. Están esperándote arriba.
“Están esperándote”.
Pensé en la pieza helada que arriendo. En mi mamá preguntando por mensaje si “en la capital pagan bien”. En las deudas. En la beca que acepté apenas vi el logo de Noir Holdings.
Pensé en que no tenía un plan B.
Miré el espacio en blanco.
Tomé el bolígrafo.
—Quiero el trabajo —dije, intentando que la voz no me temblara.
Y firmé.
La tinta apenas se secó cuando el olor a ámbar y tormenta pareció intensificarse. Como si el aire aprobara mi decisión.
Dante bajó la vista al contrato. Sus labios se curvaron apenas, en una línea que no era exactamente una sonrisa.
—Bienvenida oficialmente a Noir Holdings, Aurora —dijo.
Mi nombre en su boca sonó a promesa. O a amenaza.
No estaba segura de qué me asustaba más.
Mientras Sofía guardaba el contrato y hablaba de credenciales, mi cuerpo seguía reaccionando como si no hubiera firmado solo un empleo.
Como si algo mucho más profundo acabara de decidirse por mí.
POV: AuroraEl pasillo del piso quince huele aún más a desinfectante cuando salgo de enfermería.Cierro la puerta y me quedo un segundo apoyada en el marco, como si necesitara comprobar que el suelo sigue firme. La cinta del algodón se pega en la curva del codo; me dan ganas de arrancarla, pero la dejo. Es prueba de que no inventé esta parte.“Estrés y adaptación al nuevo entorno.”Eso fue lo que dijo la doctora Herrera, con sonrisa medida, después de revisar la tablet.—Tus signos no son perfectos, pero tampoco alarmantes —me aseguró—. Vamos a citarte para un control en unos meses. Come, duerme mejor si puedes, observa qué te desencadena los síntomas. Y si algo empeora, vuelves.“Estrés” es una palabra demasiado corta para todo lo que siento.Camino hacia el ascensor.Mientras espero, el eco de la otra frase, la que no iba destinada a mí, me golpea más fuerte que el olor a cloro.“Los resultados van directo a usted.”No sé quién es ese “usted”, pero sé que no soy yo.Lina me espera e
POV: DanteLos resultados llegan antes de la hora del almuerzo.No en papel, no con timbre. En forma de notificación discreta en una de las pantallas laterales, con el asunto anodino que usan los sistemas cuando manejan cosas que no entienden del todo.“Exámenes Vega, Aurora – confidencial.”Abro el archivo.Pantalla blanca, tablas, números. Para cualquiera serían solo siglas: niveles, rangos, parámetros. Para mí, son otra cosa.Primero lo obvio: hemograma. Hierro, glóbulos, plaquetas. No hay anemias graves, nada que justifique por sí solo los mareos. Glucosa dentro del límite. Riñón, hígado, correctos. Un humano diría “está cansada, pero sana”.Luego, más abajo, lo que realmente me importa.Un panel hormonal que nadie pidió explícitamente en el correo, pero que está ahí. Herrera no es estúpida.Estrógenos, progesterona, LH, FSH… y un par de marcadores que un médico humano no sabe leer como lo que son.El patrón es claro.No es enfermedad. No es “desregulación” en el sentido que escri
POV: AuroraEl ascensor se detiene en el piso quince con un “ding” demasiado alegre para mi gusto.La puerta se abre y el olor a desinfectante me golpea como una pared. Alcohol, cloro, algo metálico que asocio con sangre aunque no vea ninguna. Cierro la mano alrededor de la credencial, como si el plástico pudiera protegerme de la sala blanca al fondo del pasillo.“Control médico – Vega. Instrucción registrada desde Dirección.”El texto del correo me arde en la memoria. No fui yo quien pidió la cita, pero aquí estoy.Camino hasta enfermería.Una enfermera con cofia blanca levanta la vista del computador en cuanto me acerco.—¿Aurora Vega? —pregunta, antes de que diga nada.Me detengo.—Sí.—Pase, por favor. La estábamos esperando.Eso no ayuda con los nervios.La sala es pequeña, demasiado limpia. Una camilla, una silla, un escritorio con pantalla. Todo huele a algo que quiere borrar cualquier otro olor. No lo consigue del todo. Hay un rastro tenue de sudor ajeno, plástico caliente, ca
POV: DanteEl correo de enfermería sale de mi bandeja antes de que ella lo reciba.“Asunto: Control médico – Vega. Favor presentarse en enfermería, piso 15. Instrucción registrada desde Dirección.”Cuatro líneas. Las suficientes para que parezca protocolo, no interés personal.Cierro la ventana del correo y, por un momento, solo escucho el zumbido del edificio. Noir Tower respira distinto desde que Aurora entró. No es poesía: es química.El interfono parpadea.—Señor Noir —dice la voz de Andrade—. Lamento molestar, pero tuvimos otro… incidente menor con la señorita Vega.Sabía que iba a pasar.—Defina “incidente” —respondo.—Mareo de nuevo —explica—. Se levantó de su puesto, fue hacia la salida de emergencia. La analista del cubículo contiguo la siguió. No hubo desmayo, pero… no se ve bien.La “analista contigua”. La beta sensible.—¿Está trabajando ahora? —pregunto.—Está en la escalera de servicio —dice—. No ha vuelto todavía al piso.Miro la hora.No han pasado ni cinco minutos des
POV: AuroraLa alarma suena tres veces antes de que mi cerebro entienda qué pasa.Me incorporo en la cama como si alguien me hubiera empujado desde adentro. Estoy empapada en sudor, el corazón desbocado, la camiseta pegada a la piel. La ventana está entreabierta y la lluvia entra en golpes suaves, pero yo siento calor.Otra vez el mismo sueño.No lo recuerdo completo, solo fragmentos: pasillos, luces blancas, el sonido de ascensores abriéndose y cerrándose, y ese olor a tormenta que se cuela en todo. A veces lo sigo, otras veces huyo. Nunca llego al final.—Es solo estrés —me digo—. Es tu tercer día. Normal.Me visto en automático: café instantáneo, pan duro, ropa formal que intenta no parecer barata. Mientras me amarro el cabello, me doy cuenta de que hasta el jabón del baño huele más fuerte. Como si mi nariz hubiera decidido trabajar horas extra sin consultarme.El bus viene lleno.Subo empujando un poco. Me agarro de la barra y, de inmediato, el mundo se me viene encima por la nari
POV: DanteLa ciudad huele distinto de noche.Desde el último piso de Noir Tower, Nova Lyra parece tranquila: luces, lluvia, autos tardíos. Si abro la ventana, la versión real llega en una sola bocanada.Y, debajo de todo, el olor antiguo de los nuestros.No abro la ventana.El ascensor se detiene. La puerta se abre a una sala amplia, sin ventanas, iluminada con luz cálida. Mesa larga, paredes insonorizadas, olor a madera y a lobo.Sebastián ya está ahí.Se pone de pie cuando entro, gesto automático. No se relaja hasta que cierro la puerta.—Alfa —saluda.Asiento.—Siéntate —digo.Lo hace. Deja sobre la mesa una carpeta gruesa y una tablet.—Traje lo que pidió sobre Seraphim y el programa de becas —dice—. Y algo más.Tomo asiento frente a él.—Empieza por lo básico —pido—. Quiero oírlo de tu boca, no de un informe.Pasa la lengua por los labios, una manía que tiene cuando los datos no le gustan.—Seraphim se creó como proyecto mixto —empieza—. Humanitario en la superficie, con uso est
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