Capítulo 5: Algo no cuadra

POV: Aurora

Cuando levanté la vista de la pantalla, la luz del techo ya me dolía en los ojos.

No tenía idea de cuánto tiempo llevaba leyendo tablas. Los números se mezclaban con nombres de proyectos, códigos de cliente, fechas, montos. Históricos, había dicho Andrade. “Solo observa”. Fácil de decir.

—Tienes cara de secuestro digital —comentó Lina, dejándose caer en su silla giratoria—. ¿Cuánto rato llevas ahí?

—Lo suficiente para olvidar cuántos cafés he tomado —respondí.

Ella se impulsó con el pie, acercando su silla al borde de mi cubículo.

—Bienvenida al piso de riesgo: donde el tiempo muere y nadie se da cuenta —dijo—. ¿Algún cadáver interesante en las bases?

—Por ahora, solo números cansados —murmuré—. Nada que grite “huye”.

—Dale tiempo —sonrió.

Iba a cerrar el archivo para descansar un minuto cuando una sombra se proyectó en el borde del cubículo. Andrade.

Se veía más tenso que hace unas horas. Llevaba una carpeta en la mano.

—Vega —dijo—. Cambio de planes.

Eso nunca suena tranquilizador.

—¿Algo anda mal? —pregunté.

—Depende de a quién le preguntes —contestó—. Tenemos una auditoría interna en curso. Quiero ver qué tal lees patrones con algo más… vivo que los históricos.

Dejó la carpeta sobre mi escritorio. El título en la portada me llamó la atención al instante.

Proyecto: SERAPHIM.

Nombre de ángel o de perfume caro.

—Por ahora solo una muestra —explicó—. Movimientos de los últimos seis meses. No quiero contaminarte contándote lo que otros ya vieron. Marca lo que no te cierre, sin pensar en nombres ni cargos.

—¿Este es un proyecto grande? —me atreví a preguntar.

—Lo suficiente para que dirección esté mirando —respondió.

No dijo “Dante Noir”, pero no hizo falta. El calor extraño que había logrado ignorar un rato volvió a subir medio grado.

—¿Hay alguna hipótesis previa? —insistí.

—Sí —dijo—. Pero no quiero que empieces desde ahí. Solo quiero lo que tú ves. Después compararemos.

Asentí.

—Y otra cosa —añadió, bajando un poco la voz—. Todo lo que hagas con Seraphim, guárdalo. Versiones, borradores, notas. Nada se borra, nada se reescribe encima.

—Entendido —respondí.

Se fue tan rápido como había llegado. Lina se inclinó hacia la carpeta apenas él se alejó unos pasos.

—Seraphim —leyó—. Uy. Eso suena a problema con brillo.

—¿Qué sabes tú de este proyecto? —pregunté.

—Oficialmente, nada —dijo—. Extraoficialmente, que cada vez que alguien lo menciona, a Andrade se le contrae la vena de la frente.

Abrí la carpeta. Dentro había impresos con tablas resumidas y un usuario y contraseña escritos a mano para acceder a una base específica.

Tecleé los datos. En la pantalla apareció una tabla con cientos de filas.

Pagos, fechas, proveedores, cuentas de origen, comentarios. A primera vista, todo parecía dentro de lo normal: montos medianos, nada escandaloso, repetición de ciertos proveedores como era de esperar.

Empecé a ordenar por fecha, luego por proveedor, luego por hora.

Y ahí algo me pinchó un ojo.

—¿Ves eso? —preguntó Lina, que ya se había acomodado para mirar.

Lo estaba viendo.

Casi todos los pagos “raros” se concentraban en la misma franja: entre las dos y las cuatro de la mañana. No era imposible, pero tampoco era lo habitual. Las empresas no duermen, pero la gente que aprieta botones sí.

—Procesos automáticos, tal vez —dije—. Lotes nocturnos.

—Sí, pero mira esto —Lina señaló la columna de comentarios.

En la mayoría de las transacciones había notas: “pago parcial”, “ajuste”, “reprogramación”. En esos movimientos nocturnos, en cambio, nada.

—Siempre hay gente que ama documentarlo todo —murmuró—. Si aquí nadie escribió nada, me huele a que alguien no quería dejar rastro.

El estómago se me apretó.

Podía ser una coincidencia. Podía ser un descuido. Podía ser mil cosas que no implicaran nada grave.

Pero algo en ese patrón me recordaba a los arreglos chapuceros que veía en mi barrio: pagos hechos en efectivo a las tres de la mañana, “por si acaso”, “mejor que no quede anotado”.

—No tengo información suficiente para decir que hay irregularidades —dije, hablando más para mí que para ella—. Pero sí para decir que esto no se comporta como el resto del proyecto.

—Bienvenida a la esencia de análisis de riesgo —comentó Lina—. Cosas que podrían ser normales y podrían ser un incendio con buen maquillaje.

Abrí un documento nuevo para notas.

Escribí: “Concentración inusual de pagos entre 2:00 y 4:00. Misma tipología de proveedor. Comentarios ausentes. Sugerir revisión de usuarios/terminales que los originan.”

Nada de acusaciones. Solo hechos y preguntas.

—Oye —dijo Lina—. Antes de que entregues algo, haz una copia fuera de la ruta principal. Carpeta local, USB, nube externa… lo que te deje dormir tranquila.

—¿Las cosas desaparecen seguido por aquí? —pregunté.

—Archivos no, oficialmente —respondió—. Comentarios, anotaciones, resúmenes… depende de a quién afecten. No digo que sea a propósito, pero tampoco digo que el sistema sea perfecto.

Guardé el archivo de notas. Luego lo exporté y lo guardé en una carpeta aparte, como me había sugerido.

Seguí bajando por la tabla. Cuanto más miraba, más me molestaba el patrón.

Como si alguien hubiera diseñado un camino para que el dinero diera rodeos, pero no lo suficientemente buenos como para engañar a quien tuviera tiempo de mirar.

Y yo tenía tiempo. O al menos, eso creía.

—¿Te das cuenta de lo que significa que te dieran esto el primer día? —preguntó Lina, bajito.

—Que no les gusta perder tiempo —intenté.

—Que alguien arriba quiere ver cómo piensas —corregió—. No te asustes, pero tampoco seas ingenua. Lo que marques aquí no lo va a ver solo Andrade.

“Dirección”, había dicho él. La palabra tenía forma de apellido, aunque nadie lo pronunciara.

Una imagen se me vino a la cabeza sin permiso: ojos ámbar leyendo mis notas, recorriendo cada comentario, cada duda, como si fueran una extensión de mí.

Tragué saliva.

—No voy a escribir nada que no pueda sostener con datos —dije.

—Eso está perfecto para el informe —contestó Lina—. Para ti, igual conviene que tengas claro hasta dónde estás dispuesta a ir si los datos no le gustan a alguien.

No supe qué responder.

En vez de eso, me obligué a concentrarme en la pantalla. Marqué con color tenue las filas que más me llamaban la atención. Añadí un par de columnas auxiliares para agrupar por hora y usuario. Fui armando una lista prolija de “cosas que no cuadran”.

Guardé otra vez. Cerré y abrí el archivo para asegurarme de que todo seguía ahí.

Mientras el sistema procesaba, una idea se clavó, incómoda, en la parte de atrás de mi mente:

Si Dante Noir veía esto, ¿qué iba a ver primero?

¿Los números… o a la persona que se había atrevido a marcarlos en su proyecto?

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP