Capítulo 6: Lo que ella ve

POV: Dante

El informe llega a mi bandeja más rápido de lo que esperaba.

Asunto: “Seraphim – Observaciones preliminares (Vega)”.

Ni una palabra de más. Andrade sabe que detesto los correos adornados.

Abro el documento.

La primera página es limpia: título del proyecto, rango de fechas, una nota inicial breve. “Este documento no es concluyente. Marca patrones que llaman la atención y deberían revisarse con más información de contexto.” Nada de dramatismo. Se limita a decir lo que es.

Bajo con el cursor.

Aurora agrupó las transacciones por proveedor, horario y monto. Usó colores discretos, lo justo para no convertir el archivo en un circo. En la derecha, una columna de comentarios: “fragmentación inusual”, “falta de justificación en obs”, “comportamiento concentrado en ventanas horarias acotadas”.

No hay acusaciones. Solo hechos y preguntas.

Me detengo en un párrafo a mitad de página:

“No tengo suficiente información para afirmar que existan irregularidades, pero el patrón de pagos nocturnos concentrados y la ausencia de comentarios en esos casos no se parece al comportamiento del resto del proyecto. Sugiero revisar quién autoriza estas operaciones y desde qué terminal se generan.”

Sonrío, apenas.

Va directo al núcleo del problema. No intenta sonar brillante, no se protege con tecnicismos. Dice: “esto no cuadra, revisen aquí”. Eso, en este edificio, es útil y peligroso a la vez.

Abro el informe paralelo de uno de los veteranos del equipo. Tardan tres páginas en decir lo mismo, enterrando la sospecha bajo adjetivos: “podría”, “eventualmente”, “no se descarta”. Nadie quiere que parezca que sugiere que alguien con poder hizo algo indebido.

Ella todavía no ha aprendido a tener miedo de las personas correctas.

Cierro el archivo del veterano. Dejo abierto solo el suyo.

Marco el interno de Andrade.

—Señor Noir —responde al tercer tono.

—La nueva analista es más rápida de lo que esperaba —digo, sin preámbulos.

—¿Vega? —entiende enseguida—. Sí. Le di solo una muestra de Seraphim y ya marcó casi lo mismo que el equipo completo en una semana. Sin ver todo el proyecto.

Oigo el tecleo al otro lado. Debe tener su informe abierto, también.

—¿Confías en su criterio? —pregunto.

Andrade tarda un segundo en contestar.

—Confío en que ve cosas —dice—. Y en que todavía no sabe a quién debería tener miedo aquí dentro. Eso la hace muy útil… y muy vulnerable.

No me sorprende que lo note.

—Quiero que tenga acceso completo a Seraphim —ordeno—. Todos los periodos, no solo la muestra. También quiero que cualquier versión de sus informes se guarde en espejo. Dos copias, en dos servidores distintos.

—Eso no es estándar —protesta, suave.

—Tampoco este proyecto —respondo—. Ni esta analista.

Hay un silencio corto.

—¿Quiere que le pida que modere el lenguaje en las conclusiones? —añade—. Algunos nombres podrían… incomodarse.

Pienso en los clanes que usan empresas satélite como Seraphim para mover dinero. Pienso en la forma en que Elías dijo que “el aire de la torre había cambiado”. Pienso en cómo reaccionan los poderosos cuando un humano sin apellido empieza a ver demasiado.

—No le pidas que modere nada —digo al fin—. Solo asegúrate de que todo lo que vea quede registrado. Si alguien borra algo, quiero saber quién y cuándo.

—Entendido —responde.

Cuelgo.

Durante unos segundos solo escucho el zumbido del edificio. Ascensores, aire acondicionado, puertas. El murmullo de cientos de vidas trabajando por algo que no entienden del todo.

Un mensaje entra en mi pantalla.

Elías.

“Tu torre huele distinta desde ayer. Me gusta. Deberías traer más sorpresas así.”

Aprieto la mandíbula.

Lo último que necesito es un vampiro aburrido entreteniéndose con el rastro de mi omega. Si él ya notó el cambio, otros también podrán hacerlo cuando su estado avance. Y no todos son tan… contenidos como él.

No respondo. Marco el mensaje como leído y lo cierro.

Abro de nuevo el expediente de Aurora, el que Sofía trajo más temprano. Repaso una línea que ya sé de memoria: “ansiedad generalizada en tratamiento, funcional”.

Su ansiedad será una coartada perfecta para cualquiera que quiera medicar lo que viene. Los síntomas de un omega que despierta se confunden fácilmente con un trastorno mal manejado: mareos, cambios de temperatura, sensibilidad a olores, insomnio.

Ya vi esa historia demasiadas veces. Casi nunca termina bien.

La recuerdo en el ascensor: frotándose la nuca, respiración acelerada, el rubor subiéndole por el cuello. Sin lenguaje para entender lo que le pasa. Sin nadie de su lado que sepa explicárselo.

No quiero que un médico humano, bien intencionado e ignorante, la convierta en un problema sedado.

Dejo la carpeta sobre el escritorio y tomo el teléfono de nuevo.

—Sebastián —digo cuando responde.

—Alfa —saluda.

—Quiero vigilancia discreta en el piso de análisis de riesgo —ordeno—. Nada obvio. Solo ojos. Si alguien se le acerca demasiado, quiero saber quién y qué le dijo.

No necesito decir su nombre. Él igual pregunta:

—¿Aurora Vega?

—Sí —respondo—. Y asegúrate de que nadie se acerque a ella en mi nombre. Si nota algo raro, quiero que piense que es el edificio, no yo.

—Lo haremos —dice.

Cuelgo.

Vuelvo al informe de Seraphim. Recorro con el cursor las líneas que ella marcó: pagos nocturnos, proveedores repetidos, comentarios ausentes. Ve el patrón correcto, incluso sin contexto. No se distrae con decoraciones.

Es exactamente el tipo de mente que quería en análisis de riesgo.

Y, al mismo tiempo, es la última persona que debería estar asomándose al núcleo podrido de este proyecto mientras todavía no sabe lo que es.

No puedo protegerla y usarla a la vez.

No puedo acercarla al fuego y luego fingir sorpresa si se quema.

Apoyo los codos en el escritorio, entrelazo las manos y cierro los ojos un instante. Respiro hondo. El olor de la ciudad filtrado por las ventanas, el rastro tenue de ámbar que dejó en el ascensor, la tinta de los informes.

La decisión ya está tomada, aunque no me guste admitirlo: voy a dejarla seguir.

Si Seraphim tiene algo que pueda volverse contra mí, prefiero que lo vea ella antes que mis enemigos.

Solo espero que, cuando termine, siga viendo números.

Y no se dé cuenta todavía de que lo que está en juego no es solo el proyecto, sino ella misma.

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