Capitulo 04

Naia

​El sol de la mañana se filtraba por las cortinas raídas de mi habitación, pero la luz no traía consigo el alivio de un nuevo comienzo. Desperté con el cuerpo pesado, como si hubiera estado cargando piedras durante toda la noche. En mi mente, una y otra vez, se repetía la misma secuencia el brillo de los diamantes, el olor a sándalo y esos ojos que parecían ver a través de mi piel.

​—Basta, Naia. Concéntrate —me regañé a mí misma en voz alta, tratando de acallar el eco de su voz en mi cabeza.

​Me levanté de la cama y, con movimientos mecánicos, comencé a preparar un bolso. Metí una bata limpia para mi abuela, sus pantuflas favoritas y algo de ropa cómoda que sabía que le gustaba usar cuando se sentía un poco mejor. Mientras preparaba un desayuno sencillo una tostada y un café demasiado cargado mis pensamientos volvieron a traicionarme.

​Recordé la forma en que Artem me miró.

No era la mirada lasciva de los hombres del club, era algo más profundo, una posesividad tranquila que me hacía sentir importante y aterrada al mismo tiempo. "Un año", había dicho. "Yo cuidaré de todo". Sacudí la cabeza con fuerza, negando con un gesto brusco mientras bebía el café amargo.​—No eres una mercancía, Naia no vas a caer en su red —susurré, tratando de convencerme a mí misma de que tenía otra salida, aunque en el fondo de mi alma sabía que las opciones se me estaban agotando.

​Tomé un taxi hacia el hospital. El trayecto se me hizo eterno, con el corazón apretado por una premonición oscura cuando finalmente entré en la habitación 402, mi corazón se detuvo, mi abuela estaba encorvada sobre una palangana, vomitando de forma violenta mientras su cuerpo menudo temblaba bajo la bata de hospital.​—¡Abuela! —corrí hacia ella, tomando su cabello y sosteniéndola mientras el ataque pasaba

Sentí sus costillas bajo mis manos estaba perdiendo peso demasiado rápido.

​—Estoy bien, mi niña... es solo la medicina —dijo ella con un hilo de voz, tratando de limpiar su rostro con un pañuelo tembloroso. Sus ojos, antes llenos de vida, estaban hundidos y rodeados de sombras grises—. No te asustes, ya pasó.

​—No, no estás bien —le dije, ayudándola a recostarse le acomodé las almohadas y le di un poco de agua fresca—. Por favor, descansa. Necesito hablar con el doctor.

​Salí de la habitación sintiendo que las paredes del hospital se cerraban sobre mí fui directo a la recepción y pedí, casi con desesperación, hablar con el médico encargado de su caso a los pocos minutos, el Dr. Miller apareció por el pasillo, revisando unos papeles con una expresión que me hizo querer salir corriendo de allí.

​—Naia, me alegra verte. Justo iba a llamarte —dijo él, invitándome a un rincón más privado del pasillo.

​—¿Qué pasa, doctor? ¿Por qué mi abuela está tan débil?

​El hombre suspiró, quitándose las gafas con un gesto de cansancio.

​—Seré honesto contigo, Naia las sesiones de quimioterapia no están dando los resultados que esperábamos. Los últimos exámenes revelan que el cáncer ha seguido avanzando hacia tejidos circundantes. Si seguimos así, pronto no habrá nada que podamos hacer.

​Sentí que el suelo bajo mis pies se volvía inestable. Me apoyé en la pared, tratando de procesar sus palabras.

​—¿Qué opciones tenemos? Tiene que haber algo más.

​—Sugerimos una intervención quirúrgica inmediata —respondió el Dr. Miller—. Si logramos extirpar el tumor principal ahora, podríamos detener el avance y luego proceder con un tratamiento de radiación más específico. Es su mejor oportunidad, posiblemente la única que le queda.

​—Hágalo, entonces haga la operación —dije sin dudar.

​El doctor bajó la mirada a sus papeles.

​—Naia, el costo de esta cirugía, junto con el postoperatorio y el equipo especializado que se requiere, es sumamente elevado sé que has estado haciendo un gran esfuerzo, pero el hospital requiere un depósito inicial y la garantía de pago para programar el quirófano. Es una cifra que... bueno, que no es económica.

​—¿Es la única opción? —pregunté, con la voz rota.

​—Es la mejor de todas, Naia si no operamos en los próximos días, el pronóstico es muy sombrío.

​Me quedé en silencio, sintiendo el peso del mundo sobre mis hombros le pedí un tiempo para pensarlo, aunque sabía que el tiempo era precisamente lo que no tenía.

Caminé de regreso a la habitación de mi abuela, con la mente nublada, pero me detuve en seco al abrir la puerta.

​Sobre la mesa de noche, donde antes solo había frascos de medicina y vasos de plástico, ahora descansaba un enorme y exquisito ramo de flores blancas y rosas, tan frescas que parecían fuera de lugar en ese ambiente de enfermedad.

​—Mira qué hermosas, Naia —dijo mi abuela, con una pequeña sonrisa en su rostro pálido—. Un enfermero acaba de traerlas. Dice que un caballero las envió para alegrarme el día. ¿Tienes algún admirador que no me hayas contado?

​No respondí.

Mis ojos se clavaron en la pequeña nota que sobresalía entre los pétalos con dedos temblorosos, la tomé y leí las palabras escritas con esa caligrafía firme que ya conocía

​"Aún tienes tiempo para pensarlo, hermosa. Sin embargo, recuerda que no estaré aquí para siempre. — A"

​Era él...Era Artem no solo me estaba acosando con sus regalos, sino que me estaba recordando, de la manera más cruel y elegante posible, que él tenía el poder de salvar a mi abuela o dejarla morir sus "ojos grises" estaban en esa nota, vigilándome, sabiendo exactamente el momento en que mi resistencia se quebraría.

​Me senté al borde de la cama y tomé la mano de mi abuela tenía que decirle la verdad sobre la operación, aunque no sobre el origen del dinero.

​—Abuela, hablé con el doctor dice que necesitas una operación.—​Ella negó con la cabeza, apretando mi mano.

​—No, Naia. Sé que no tenemos ese dinero la quimio me ayudará, ya verás, no quiero que te endeudes más por una vieja como yo.

​—Me voy a encargar de eso, abuela —le dije, mirándola fijamente con una determinación que me nació del miedo—. No te vas a morir vamos a hacer la operación.

​—¿De dónde vas a sacar esa cantidad, niña? —preguntó ella, con preocupación en su mirada.

​—He... he conseguido un ascenso en la editorial —mentí de nuevo, y esta vez la mentira me supo a sangre—. Me van a dar un adelanto de un año por un proyecto especial en el extranjero. No tienes que preocuparte por nada ahora es mi turno de cuidarte a ti.

​Me acosté junto a ella en la pequeña cama de hospital, abrazándola con cuidado, sabiendo perfectamente que estaba acorralada. El lobo me había arrinconado contra el precipicio y la única forma de no caer era saltar directamente a sus brazos.

​Cuando su respiración se volvió lenta y profunda por el sueño, me levanté con cuidado. Salí de la habitación al pasillo silencioso, solo con mi teléfono en la mano busqué en el bolsillo trasero de mi jean la tarjeta negra que me había dado anoche.

Mis dedos rozaron los bordes grabados.

​No había otra salida. Julian no podía darme el dinero, el club me pagaba bien pero no tanto, y mi abuela se estaba muriendo.

​Con el corazón latiendo tan fuerte que lo sentía en mis oídos, escribí el mensaje más difícil de mi vida

​"Acepto".

​La respuesta no tardó ni diez segundos en llegar. El teléfono vibró en mi mano, casi como si él hubiera estado esperando con el dedo sobre la pantalla.

​"En 5 minutos pasarán por ti al hospital".

​Me quedé mirando la pantalla, sintiendo que acababa de firmar un pacto con el diablo. No tenía que preguntar cómo sabía que estaba en el hospital, el lo sabía todo guardé el teléfono y caminé hacia la salida principal, sintiendo que cada paso que daba me alejaba de la Naia que conocía y me acercaba a ser la posesión de Artem Belov.

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