Naia
La luz del sol se filtraba de manera inclemente por los enormes ventanales del dormitorio, obligándome a despertar.
Estiré la mano por instinto, buscando el calor de un cuerpo que, apenas unas horas antes, me había hecho sentir cosas que no creía posibles pero solo encontré sábanas frías el lado de la cama estaba perfectamente alisado, como si nadie hubiera dormido allí.
Me incorporé con el corazón latiéndome con una pesadez extraña en la mesa de noche, una pequeña nota de papel grueso descansaba junto a un vaso de agua. La tomé con dedos temblorosos.
"Te llamaré. — A"
Mis ojos se cristalizaron de inmediato una punzada de rabia y humillación me atravesó el pecho. ¿"Te llamaré"? ¿Eso era todo? Le entregué mi virginidad, le entregué lo único que me pertenecía en este mundo de transacciones, y el hombre simplemente se había marchado mientras yo dormía.
Estaba segura de que se había ido poco después de terminar, dejándome allí como si fuera un objeto que ya había cumplido su fu