La bailarina del Mafioso
La bailarina del Mafioso
Por: Luna
Capitulo 01

Artem

​El aroma a cera para muebles costosos y a cuero nuevo todavía impregnaba el aire de mi despacho.

Estados Unidos tenía un olor diferente al de Moscú aquí todo se sentía más ligero, casi artificial, pero el poder seguía teniendo el mismo peso me ajusté los puños de mi camisa hecha a medida, ocultando las marcas de tinta que subían por mis antebrazos, recuerdos de una vida que muchos aquí no podrían ni imaginar.

​La puerta se abrió tras un golpe seco. Ivan entró con la eficiencia silenciosa que lo caracterizaba.

​—Artem —dijo con su voz grave—. Todo está listo. Pero hay un cambio en la agenda. Dominik quiere que la reunión sea informal.

​Solté un suspiro frío, una pequeña nube de impaciencia.

—No he venido a este país a socializar, Ivan he venido a sentar las bases, a marcar el territorio y a cumplir la misión que nos trajo aquí cuanto antes terminemos, antes podré regresar a casa. No me gusta este aire americano.

​—Lo sé —asintió Ivan, entregándome mi chaqueta—. Pero Dominik controla el corredor este. Si quieres mover el cargamento sin interferencias, necesitas que él te vea la cara. Es joven, heredó el imperio de su padre hace apenas un año. Necesita sentir que es importante.

​—Los que heredan tronos suelen ser los más peligrosos, no por inteligentes, sino por imprudentes —sentencié.

​Salimos del edificio. El sol de la tarde golpeaba el asfalto mientras caminábamos hacia el coche blindado durante el trayecto, Ivan me puso al tanto de los detalles de nuestro "anfitrión". Dominik era extravagante, ruidoso y le gustaba presumir todo lo que yo detestaba.

​—Es un club nocturno, Artem —añadió Ivan mientras el coche se detenía frente a una fachada de luces de neón y paredes negras—. Se llama The Velvet

​—Maravilloso —mascullé con sarcasmo—. Negocios entre música ensordecedora y alcohol barato.

​Bajamos del vehículo. Los gorilas en la puerta se tensaron al vernos, pero en cuanto mis ojos se cruzaron con los suyos, dieron un paso atrás.

Mi apellido, Belov, adornaba hoteles de lujo en cinco continentes para el mundo, yo era un magnate de la hotelería, un hombre de éxito internacional para los que estaban en este club, yo era el hombre que podía hacerlos desaparecer si no abrían la puerta lo suficientemente rápido.

​Entramos sin que nadie se atreviera a pedirme una identificación. El interior era elegante, lo admito. Un hombre con pinganillo nos guio directamente a la zona VIP, una plataforma elevada que dominaba todo el lugar. Allí, rodeado de botellas de champán que costaban más de lo que ganaba un obrero en un año, estaba Dominik.

​—¡Artem Belov! —exclamó el joven, levantándose con una sonrisa demasiado blanca—. El hombre del que todos hablan. Bienvenido a mi humilde morada.

​—Dominik —respondí, estrechando su mano con la fuerza justa para que recordara quién mandaba—. Vayamos al grano no tengo toda la noche.

​Nos sentamos y el ruido del club se volvió un murmullo de fondo mientras hablábamos. Dominik quería acceso a mis rutas de distribución europeas. Yo quería su silencio y su logística en los puertos locales.

​—Puedo ofrecerte una alianza sólida, Artem —decía él, inclinándose hacia delante—. Mis hombres conocen cada rincón de esta costa. Si trabajamos juntos, seremos intocables.

​Justo cuando iba a responder para cerrar el trato, el mundo se detuvo. Las luces del club se apagaron por completo. Mi instinto se disparó; mi mano buscó instintivamente el arma oculta bajo mi chaqueta y Ivan se tensó a mi lado pero no hubo disparos. Solo un silencio expectante.

​De repente, un foco de luz blanca estalló sobre la tarima central.

​Y entonces la vi...

​Era una visión de contraste. El cabello rubio, largo y brillante como el oro bajo la luz, caía sobre sus hombros. Su cuerpo era una obra maestra de curvas y fuerza, una mezcla de sensualidad natural y una delicadeza que no encajaba en aquel lugar. Llevaba una máscara delicada, pero pude notar que no miraba a la multitud. Su lenguaje corporal gritaba una incomodidad que intentaba ocultar tras movimientos fluidos y expertos.

​—Increíble, ¿verdad? —la voz de Dominik me trajo de vuelta a la realidad

​No respondí. La observé bailar. Se movía con una flexibilidad que parecía desafiar los huesos. No era el baile vulgar que esperarías en un club había algo artístico, algo casi doloroso en su forma de evitar la mirada de los hombres que babeaban por ella.​—¿Entonces? —insistió Dominik—. ¿Tenemos trato sobre la nueva entrega?

​—Lo tenemos —dije, sin apartar los ojos de la figura en el escenario—. Ivan tiene los contratos listos. Mañana enviaremos los detalles.

​Me levanté antes de que Dominik pudiera decir nada más. Ella estaba terminando su número vi cómo recogía los billetes que caían a sus pies con una rapidez mecánica, casi con asco, y huía del escenario antes de que el foco se apagara del todo.​—Ivan —dije en un susurro gélido mientras caminábamos hacia la salida.

​—¿Sí, señor?

​—Quiero saber quién es ella. Todo. Nombre real, dónde vive, por qué está aquí. Mañana es tarde.

​—Entendido —respondió él, sin cuestionar mi orden.

​El aire frío de la noche me golpeó al salir, pero no logró enfriar la curiosidad que se había encendido en mi pecho. Subí al auto en silencio, ignorando las luces de la ciudad que pasaban a toda velocidad por la ventana.

​Al llegar al Penthouse, el lujo minimalista del lugar me recibió. Me quité la chaqueta y me desabroché los primeros botones de la camisa mientras caminaba hacia mi despacho. Apenas puse un pie en la habitación, Ivan entró detrás de mí.

​—Eres rápido —comenté, sentándome frente a mi computadora.

​—Sé que no te gusta esperar, Artem los datos solicitados acaban de ser enviados a tu correo personal.

​Encendí la pantalla. El brillo del monitor iluminó la penumbra del despacho allí estaba el correo tenía un archivo adjunto que abrí sin dudar, lo primero que apareció fue una fotografía de ella sin la máscara.

​Sentí una sonrisa extraña curvar mis labios, algo que no sucedía a menudo sin el antifaz, su belleza era casi insultante tenía unos rasgos finos, una piel que parecía de porcelana y, por fin, pude ver el color de sus ojos azules tan claros y profundos como el hielo siberiano, pero con una chispa de fuego oculta.

​Naia....

​Leí su nombre una y otra vez. Naia suena tan delicado como ella, pensé. Me recosté en mi silla de cuero, observando la imagen en alta resolución. Había algo en su expresión, incluso en una foto, que me decía que ella no pertenecía a ese mundo de billetes sucios y miradas lascivas.

​—Encantadora —susurré en ruso, sintiendo el peso de mi propio acento resonar en la oficina vacía.

​Cerré la computadora, pero su imagen se quedó grabada en mis retinas en mi mundo, cuando un hombre como yo quería algo, simplemente lo tomaba y en ese momento, mientras el silencio del Penthouse me rodeaba, solo podía hacerme una pregunta.

​¿Qué se sentiría tener a esa mujer, a ese ángel caído, bajo mis sábanas?

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