La ciudad dormía más allá de los ventanales, pero en su pecho el insomnio se había instalado.
Lucía se removió entre las sábanas, incapaz de conciliar el sueño. La casa estaba en silencio, tan perfecta y ordenada que parecía un escenario vacío.
Se levantó con cautela, encendiendo apenas una lámpara de mesa. Caminó hasta el vestidor y abrió la puerta despacio, cuidando de no hacer ruido.
Allí, entre los tonos beige, las prendas dobladas al milímetro y el olor a rosas, guardó la foto dentro de su bolso. La deslizó con cuidado en un bolsillo interior, sabiendo que nadie revisaría allí. Ese espacio era suyo, y en una casa donde todo parecía intocable, era el único rincón que podía considerar seguro.
Se quedó quieta unos segundos, con la mano aún dentro del bolso.
Podía sentir su propio pulso acelerado, el temblor leve en los dedos. Guardar aquella imagen parecía un acto simple, pero dentro de ella sabía que era peligroso.
Cerró el bolso con firmeza, como si sellara un secreto.