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Capitulo 1: El Despertar

La cabeza le daba vueltas y un dolor profundo la envolvía como una sombra espesa.

Lucía despertó inmersa en un torbellino de confusión. La intensa luz de las lámparas del hospital la cegaba, mientras el zumbido constante de los monitores resonaba en sus oídos.

Parpadeó varias veces, intentando enfocar las imágenes borrosas a su alrededor, pero solo logró distinguir un mar de formas difusas y voces fragmentadas que se deslizaban entre la niebla de su mente.

Intentó moverse, pero un grito agudo escapó de sus labios cuando el dolor en su cabeza se intensificó. Su respiración se volvió rápida y temblorosa.

El aire olía a desinfectante y metal, una mezcla fría que le revolvía el estómago.

Permaneció quieta unos segundos, intentando ordenar sus pensamientos. Pero no había nada. Ninguna imagen, ningún recuerdo. Solo vacío.

El desconcierto la oprimió como una mano invisible sobre el pecho.

—Tranquila, tranquila... —una voz masculina la alcanzó desde algún punto cercano.

Lucía giró apenas el rostro y entre el resplandor blanco distinguió una silueta que se acercaba.

—No intentes moverte —continuó la voz—. Vas a vivir.

—Mattia —susurró con dificultad, pero la palabra se perdió entre el pitido irregular del monitor.

El sonido se volvió más agudo, más insistente.

Beep... beep... beep...

De pronto, un grupo de médicos entró corriendo en la habitación. Las puertas se abrieron de golpe, el ruido de pasos y órdenes llenó el aire.

—¡Presión bajando! —gritó alguien.

—¡Traigan oxígeno, rápido!

Lucía trató de entender lo que sucedía, pero su visión comenzó a nublarse otra vez. Los rostros se deformaban, los sonidos se distorsionaban como ecos lejanos.

Una mano enguantada tocó su cuello buscando el pulso; otra ajustó el suero que colgaba sobre su cabeza.

—Lucía, escúchame... —dijo la misma voz, más cerca, más urgente—.

El monitor emitió un sonido prolongado.

Beep——————--------------------------------------------------------

El silencio que siguió fue tan profundo que pudo escuchar el zumbido tenue de la electricidad en las paredes.

De pronto, un leve pitido interrumpió la quietud. Luego otro.

Beep... beep... beep...

Lucía abrió los ojos.

El techo blanco del hospital se dibujó sobre ella y, durante unos segundos, no supo si seguía soñando o si había regresado a la realidad. Todo parecía quieto, demasiado quieto.

El aire olía igual: frío, metálico, estéril.

Parpadeó lentamente, intentando enfocar. Su pecho se elevó en un suspiro corto, temeroso.

—¿Dónde... dónde estoy? —murmuró con voz débil.

El pitido del monitor se aceleró cuando trató de incorporarse.

—¡Lucía! —una voz masculina sonó con desesperación.

Una figura se inclinó sobre ella: un hombre de cabello entrecano, rostro cansado y ojos llenos de angustia.

—Papá... —susurró, aunque la palabra le resultaba extraña en la boca.

—Tranquila, hija, tranquila —él le tomó la mano con cuidado, como si temiera romperla—. No te muevas, por favor.

Pero Lucía se agitó. Sus ojos recorrían la habitación con desesperación, buscando respuestas invisibles. Los tubos conectados a su cuerpo, el suero, las luces frías… todo parecía fuera de lugar.

—Tengo que irme —dijo con voz trémula—. Tengo que salir de aquí...

—No, Lucía, por favor —el padre intentó sujetarla, pero ella forcejeó—. Cálmate, estás a salvo.

La puerta se abrió de nuevo y un médico entró con paso rápido, acompañado por una enfermera.

—¿Qué está pasando? —preguntó con firmeza mientras consultaba el monitor.

—Ha despertado de golpe, doctor —respondió el padre, con voz agitada—. No entiende dónde está.

Lucía intentó sentarse, pero un dolor punzante le atravesó el costado.

—¡No me toquen! —gritó, las lágrimas asomando en sus ojos—. ¿Qué hicieron conmigo?

El médico se acercó despacio, con tono calmado, casi hipnótico.

—Lucía, estás segura. Estás en un hospital —explicó—. Tuviste un accidente automovilístico muy grave. Has dormido durante varias semanas.

Ella lo miró sin comprender.

—¿Semanas...?

El médico asintió y lanzó una mirada significativa al padre.

—Tiene múltiples fracturas y una contusión cerebral severa. Su despertar repentino podría ser perjudicial —dijo en voz baja, aunque Lucía alcanzó a escucharlo.

—No —susurró ella, negando con la cabeza—. No puede ser... yo...

El médico intercambió otra mirada con la enfermera, que ya preparaba una jeringa.

—Necesita descansar —indicó él—. Su cerebro aún no está listo para procesar todo esto.

Lucía intentó apartarse, pero la enfermera le sujetó suavemente el brazo.

—No… no, por favor… —balbuceó mientras la aguja rozaba su piel.

—Todo estará bien, hija —dijo el padre, acariciándole el rostro—. Todo estará bien, lo prometo.

El mundo se deshizo en destellos blancos y sombras líquidas.

Lucía se hundió en el vacío, atrapada entre la fría oscuridad

Cayó.

Cayó dentro de sí misma, hacia una oscuridad espesa donde el tiempo no existía.

En la distancia, creyó escuchar el eco de un motor, el crujido del metal... una voz llamándola por su nombre.

Eres mi único amor.

Estás hermosa esta noche.

Espero que te guste tu nuevo juguete.

Una risa. Un beso. El rugido de un motor.

Ten cuidado, ma bella...

Un paso en falso y puede ser el último.

Y luego, silencio

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