Capítulo 3

Entonces, mientras observaba como las heridas en su muñeca se regeneraban, una figura cruzó la puerta.

—Mi Luna —dijo su padre, haciendo una reverencia como acostumbraba desde que había sido llevaba al palacio.

Serethia concentró su atención en el hombre que parecía imperturbable. Siempre había sido formal con ella. No como un padre, jamás se permitía serlo porque sería una mancha a su orgullo como Beta real.  

—¿Estás aquí para felicitar a la próxima Luna por su embarazo? —Su voz sonaba rota, y se rió de su debilidad.

Él cerró los ojos con pesar. Pero Serethia no dejó de reír. Ya no le quedaban las lágrimas que había dejado salir cuando se encontraba sola.  

—Mi Luna, por favor…

Siguió riendo, como si hubiese perdido el juicio. Ya no le importaba si era impropio de su posición. O si su padre se avergonzaba de ella.  Estaba cansada de fingir la calma y fortaleza que se le había exigido desde que tenía memoria.

Pero su padre la tomó por los brazos y, con un tono de voz suave, pero firme, añadió:

—Lo siento… su majestad —dijo, sorprendiéndola. Nunca antes le había hablado así. —No debí dejar que vinieras aquí. Pero creí…—hizo un movimiento negativo, restándole importancia—.  Ya no importa. Nos iremos a casa.

Serethia lo observó por algunos segundos, temiendo que lo escuchado fuera producto de la fiebre y el encierro.

—¿Lo dice en serio? —preguntó de forma suave, casi temiendo la respuesta—. ¿Puedo volver, padre?

Los ojos de la joven se cristalizaron. Su padre jamás la había elegido por encima de su deber con el rey Alfa.

El hombre alzó una mano, con intención de acariciarla, pero las detuvo en el aire, como si se arrepintiera de tocarla. Volvió a su posición formal, y añadió:

—Vendré mañana por usted, su majestad. Y regresaremos a casa.

Sacó de su chaqueta un objeto envuelto en tela. Un kanzashi de plata y oro.

—Perteneció a su madre. —Fue la primera vez que la mencionó. Desde que tenía conciencia, su madre había sido un tema tabú entre ellos—. Su base es de plata, úsalo siempre. Si sucede algo antes de que regrese, raspa la punta. Te será de utilidad.

Y por un momento, Serethia confió en él.

Creyó que, a pesar de todo, su padre la había elegido antes que a la línea alfa. La mano derecha del rey, quien no había mostrado inconformidad ante la humillación pública de su hija. Ni por haberla rebajado a una simple concubina.

Y, mientras la figura de su padre se desvanecía tras la puerta, Serethia bajó la mirada hacia el kanzashi. La base era de plata. Pero la calidez que sintió al tocarlo no era propia del metal.

Tal vez era solo la ilusión de una hija que aún quería tener esperanza. Alguien que aún deseaba creer que todo estaría bien, solo por esa vez.

Aunque la diosa Luna la hubiese abandonado.

Y aunque, en el fondo, supiera que su esperanza jamás sería suficiente… para cambiar su destino junto al rey Alfa.

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