Serethia caminaba cojeando por el asfalto, con los pies descalzos cubiertos de sangre y barro seco. Su túnica, antes blanca como la luz sagrada, estaba tan sucia y desgarrada como su propio cuerpo.
La sangre seguía brotando de las heridas, robándole fuerzas a cada paso. No sabía si el tiempo transcurría igual que en su mundo, pero estaba segura de que había pasado mucho desde su llegada y, aun así, sus heridas no habían sanado. No podía hacerlo, no cuando su cuerpo estaba demasiado débil para regenerarse.
Alzó la vista con esfuerzo. Frente a ella se extendía un camino interminable de asfalto, perdiéndose en la oscuridad. Todo en ese lugar se sentía extraño. Ese mundo era distinto.
Incluso olía diferente.
No olía a bosque ni a tierra húmeda. Sino a humo, agua estancada, grasa quemada, metal oxidado… y otros aromas que no podía nombrar, todos desagradables para su olfato. Ese hedor repulsivo parecía estar ligado a un nombre que había escuchado en susurros, como si solo pronunciarlo fuera un sacrilegio: el mundo humano. El mundo sin nombre. Un mito. Un exilio. Un infierno al que solo enviaban a los licántropos condenados.
Y, sin embargo, ahí estaba, tomando ese lugar maldito como su única salvación.
Lo único reconfortante que encontraba en ese lugar, era que la luna, colgando en lo alto, parecía igual.
Continuó caminando, aunque su cuerpo suplicaba rendirse y cada paso era una tortura para sus pies. Avanzó con torpeza hasta que, en medio del silencio opresivo, escuchó el murmullo de agua corriendo.
Dejó que el sonido la guiara, arrastrada por la sed, sin darse cuenta del otro ruido que se acercaba. Giró hacia la fuente, pero una luz amarilla la cegó. No tuvo tiempo de reaccionar; el impacto contra su maltrecho cuerpo fue repentino y demoledor, como estrellarse contra una pared de hierro.
Su cuerpo salió despedido por los aires antes de golpear el suelo. Intentó levantarse, pero el mundo empezó a girar y todo se ponía borrosos, mientras la oscuridad devoraba los bordes de su visión.
Mientras luchaba por que la conciencia no la abandonara, pudo identificar pasos y una voz. Pero, por más que se esforzara, solo podía vislumbrar sombras a su alrededor.
—¿Estás bien? —Podía identificar la voz de un hombre, que se escuchaba y olía a miedo.
Serethia quiso responder. Pero de sus labios solo salió un gemido ahogado. Y luego… nada. La oscuridad la había engullido otra vez.
El sonido de tela desgarrándose la arrancó de la inconsciencia, pero sus párpados pesaban demasiado, así que permaneció inmóvil un momento… hasta que unos dedos fríos rozaron su costado.
El sobresalto la obligó a incorporarse, pero sus piernas no respondieron y cayó al suelo con un golpe sordo. Al bajar la vista, notó que su túnica estaba rasgada hasta las rodillas, dejando gran parte de su cuerpo expuesto. Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar a su estado, unas pisadas apresuradas cortaron el silencio y desviaron su atención de sus ropas.
—¿Estás bien?
Una mano le tocó el hombro y Serethia se encogió, adolorida. Un escalofrío le recorrió el cuerpo desde ese punto de contacto. Queriendo detener la sensación, con un gesto brusco, apartó la mano y se arrastró lejos.
¡Hola!, gracias por acompañarme en este universo de palabras. Que estés aquí, apoyando este capítulo, significa muchísimo para mí. Cada lectura y cada comentario me recuerdan que no estoy sola en este camino, y de corazón espero que sigamos juntos hasta el final de esta historia. 💙