Al día siguiente, Serethia había preparado sus baúles desde temprano y, una vez sus cosas estuvieron en orden, permaneció de pie frente a la ventana que daba al camino de entrada del castillo, con la mirada fija en la lejanía, siguiendo cada carruaje que pasaba, esperando que fuera el de su padre.
De vez en cuando, alzaba la mano para rozar delicadamente el kanzashi, asegurándose de que aún sostenía el recogido en que llevaba su cabello.
—«¿Debería preguntarle?» — El pensamiento la hizo ruborizarse. Sin embargo, la duda la carcomía. Quería saber si su padre estaba dispuesto a ir contra Kaelvar porque la amaba.
Cerró los ojos y sonrió con suavidad, dejándose envolver por la calidez de esa idea, como si, por primera vez, pudiera sentir el afecto de su padre.
—«Lo haré cuando vuelva»—se dijo, y una pequeña risa, tímida y avergonzada, escapó de sus labios.
Volvió a subir la mano para tocar el kanzashi, pero su gesto quedó suspendido en el aire cuando una sirvienta interrumpió en la habitación, jadeante y alterada.
— ¡Su majestad! —gritó casi sin aliento, con las manos crispadas en el delantal—¡El Beta real, lord Velaryss… ha sido acusado de traición! —Su voz era aguda, atropellada, como si las palabras escaparan de su boca antes de que pudiera ordenarlas—. ¡Dicen que fue quien envenenó a la pareja del rey Alfa!
El brazo de Serethia cayó lánguido al lado de su cuerpo mientras el eco de aquellas palabras se repetía en su mente sin llegar a procesarlas. Sintió como algo frío, extraño, se extendía por su pecho, dejándola sin aire. No dijo nada. Ni siquiera parpadeó. Solo escuchaba su propio pulso que parecía ahogar las palabras sin sentido que seguían saliendo de la boca de la dama de compañía.
—«Debe haber una equivocación»— Se dijo, como única explicación.
Su padre siempre había sido leal al linaje Thalvaren. Aunque hubiese decidido dejarla atrás por su deber, jamás habría traicionado al rey Alfa. Su padre tampoco rompería una promesa. Su honorabilidad no se lo permitiría, ni siquiera si esa promesa era para ella.
Entonces, sin responder a la dama de compañía, que seguía balbuceando palabras atropelladas, corrió fuera de la habitación. Sus pasos resonaron en los pasillos de piedra, mientras ignoraba las miradas sorprendidas de los sirvientes y soldados que hallaba a su paso. Y, sin importarle el protocolo, empujó las puertas del gran salón y entró sin anunciarse.
Kaelvar la esperaba sentado en el trono de madera negra, tallado con el escudo de garras de lobo y espinas. Signo indistinto del linaje Thalvaren.
—Creí que había sido claro. Si no te mandaba a llamar, no quería ver tu cara —dijo con frialdad, observándola con prepotencia.
—Perdoné mi atrevimiento, mi Alfa. —Hizo una reverencia, pero se negó a bajar la cabeza a pesar de la mirada de burla que le daban los guardias—. Vengo a pedir por mi padre, mi rey —agregó, conteniéndose.
—Es un traidor. Intentó borrar mi linaje.
—¡Eso no es cierto! ¡Padre ha sido el más fiel súbdito desde que fue designado por el anterior rey Alfa!
Kaelvar enarcó una ceja, sorprendido al ver resquebrajarse, aunque fuera por un segundo, esa frialdad constante que tanto lo aburría.
Serethia, al notar su desliz, se recompuso de inmediato, refugiándose una vez más tras su máscara de orgullo.
—Su majestad…
—Tal vez lo fue antes —añadió con calma, interrumpiéndola.
—Rey Alfa, estoy segura de que…
—Suficiente —dijo con desdén—. Tienes razón; Elión Velaryss ha sido un perro fiel sin importar el costo.
Serethia no dijo nada, solo esperó que prosiguiera. Sabía que no debía provocarlo si quería obtener el perdón a su padre.
—Si quieres mi misericordia —Kaelvar sonrió con crueldad—, entonces arrodíllate. Arrástrate hasta mí; suplica, besa mis pies… y lo consideraré.
Serethia hundió los dedos en la tela de su vestido, conteniendo el temblor de su cuerpo bajo la fachada del orgullo heredado por su linaje.
—¿Qué importa más, Serethia? —añadió, viendo su duda—. ¿Tu orgullo? ¿O la vida de tu padre?