Parpadeó, tratando de ignorar la sensación que la invadía. Estaba segura de que el cachorro era de Kaelvar. Y, ante ese pensamiento, un nudo se le formó en la garganta.
Kaira otra vez le robaba todo a lo que ella estaba destinada… y no podía hacer nada, solo callarse y aceptar.
—Cúrala —La voz fría de Kaelvar la sacó de sus cavilaciones.
—Rey Alfa… es un castigo de la diosa Luna —dijo uno de los sanadores, temblando—. Su poder no funcionará. Es un hijo impuro…
Kaelvar lo agarró del cuello con furia, cortando cualquier otra cosa que pretendiera exteriorizar.
—¡No fue Sel-Naïma! ¡No repitas eso! Si vuelves a decir que mi hijo es impuro, te arrancaré los ojos y la lengua.
Los otros curanderos retrocedieron, asustados, no queriendo ser notados. Los reyes alfas de la línea Thalvaren siempre se habían caracterizado por ser extremadamente sanguinarios.
El rey Alfa soltó al sanador con violencia, y su mirada volvió a Serethia.
—¿Qué hiciste? —inquirió, dando pasos tan lentos que su presencia se volvía aún más aterradora.
—¿Cómo podría hacerlo si ni siquiera estaba consciente? —La chica retrocedió, pero no parecía haber suficiente espacio en la habitación.
—¡Mientes! ¡Siempre la odiaste porque sabías que mis ojos, incluso cuando te tenía cerca, solo la seguían a ella!
Su rostro se deformó por la ira. La tomó de nuevo por el brazo y la empujó hacia la cama.
—¡¿Esta es tu venganza?!
—¡No! Yo no…
El Alfa apretó su agarré, haciéndola callar.
—No me importa lo que hiciste. Usa tu sangre y sánalos. ¡Ahora!
—Estoy débil… si lo hago, podría…
—Hazlo —ordenó con su voz cargada del poder del rey Alfa, tratando de imponerse ante ella, y haciendo temblar a los presentes—. O te corto las venas yo mismo y la baño en tu sangre hasta que tu vida los sane completamente.
Sus ojos estaban enloquecidos. Por miedo. Por culpa. Por odio.
Y Serethia no dudó de que cumpliría su amenaza. Retrocedió, intentando poner distancia entre ellos, pero él fue más rápido, sujetándole la muñeca y deslizó el filo de una daga por su piel. El corte fue profundo. La sangre brotó como si su cuerpo llorara, y cayó sobre la frente de Kaira, empezando a brillar cuando tocaba la piel pálida.
Serethia gritó, sintiendo que su alma era arrancada a pedazos, succionada cada vez que una gota abandonaba su cuerpo para darle vida a quien le había robado su posición. Su destino. Su amor.
Cayó de rodillas.
Y otra vez, la oscuridad la envolvió.
Los días siguientes fueron una espiral de fiebre, frío y dolor mientras era desangrada.
Kaelvar no la quería como su Luna, pero temía romper el vínculo por completo. No por amor. Si no por poder, su sangre y por lo que la profecía aún le prometía.
Ya no era su igual. Solo una herramienta para lograr un fin. Rebajada a una concubina silenciosa, atada por rituales y necesidad.
Usaba su sangre cada día para sanar a Kaira, aunque la diosa Luna parecía no querer concederle la gracia de sanarla. Su cuerpo convulsionaba como si Sel-Naïma la rechazara.