Capítulo 9

Miró al lobo gris que la observaba a unos metros de distancia, inmóvil, como si aguardara las órdenes que solo Kaelvar podía darle. Una de las ventajas de pertenecer a la línea Thalvaren.

Pero ella no se rendiría. No podía hacerlo cuando se acercaban las guerreras Sel’Kaïra. Aunque llevaba consigo una espada capaz de matar a cualquier licántropo, sin importar su origen, sabía que no tenía el entrenamiento suficiente para enfrentarse a una de las guerreras élite del reino.

Y esa certeza la llevó a ignorar el sabor metálico en su boca, obligando a su maltrecho cuerpo a moverse pese al dolor, y rodó por una pendiente, tragando tierra y sangre. Se levantó como pudo, mientras el bosque giraba a su alrededor y sus piernas temblaban en cada paso.

Pero no se detuvo, el río estaba cerca, y las runas en la cajita brillaban con más intensidad a medida que se acercaba. Solo ese pensamiento pareció empujar su cuerpo. Y corrió, pese al dolor y la sangre que brotaba por su costado. Ignorando los lobos que la perseguían y las guerreras que se acercaban, mientras el aullido de Kaelvar desgarraba otra vez el cielo y sus oídos. 

Pero nunca miró atrás porque sabía que solo tenía una oportunidad.

Una sola.

Por esa razón se lanzó al agua cuando los pasos pesados se escucharon más cerca y, con las pocas fuerzas que le quedaban, cruzó antes de ser arrastrada por la corriente.

Y siguió corriendo hasta que la niebla se disipó lo suficiente para revelar el claro entre los árboles como si fuera un espejismo, bañado por una luz plateada, antinatural.

Allí, en el centro del claro, había un círculo de piedras antiguas. Y en el corazón del círculo, sobre una roca más grande, unas runas lunares brillaban: las mismas que adornaban la cajita de madera.

Reconoció casi de inmediato a la piedra Naïthar: la roca donde se leía la voluntad de la diosa Sel-Naïma, aquella que había escrito su destino… y el de muchos otros antes que ella. El solo verla despertó en ella la rabia que el dolor había levemente adormecido.

Entonces, la niebla volvió a espesarse, envolviéndola en una nube densa, como si el bosque hubiera dejado de respirar. El frío y el silencio pesaron sobre ella, pero no vaciló, y abrió la caja. Dentro descansaba un collar plateado, con una runa lunar tallada en el dije. Recordando las palabras de la mujer, se lo colocó al cuello. Inspiró y dio un paso, saltando al centro del circulo mientras dejaba tras de sí un rastro sangriento sobre el pasto.

Su mano ensangrentada cayó sobre la piedra Naïthar. Mientras la sangre era absorbida por la superficie, una luz plateada empezó a desprenderse de la roca, y el aire frente a ella comenzó a distorsionarse.

A un par de metros, se abrió un portal que emitía una luz azul y cálida. Pero la entrada temblaba, como si fuera a cerrarse en cualquier momento.

Respiró profundo, tratando de recomponerse. Su corazón golpeaba con tanta fuerza que podía oírlo incluso por encima de los pasos y aullidos que la seguían, cada vez más cerca.

—¡Deténganla! —gritó una voz detrás de ella. Una de las guerreras.

Y una flecha le rozó el hombro. La herida fue superficial, pero el dolor fue tan intenso que le arrancó un grito de la garganta.  Pero no se detuvo a pesar de tambalearse.

Otra flecha. Esta vez se clavó en su hombro, haciéndola caer de rodillas, y su cuerpo golpeó la tierra con un sonido sordo.

Apretó la hierba con los dedos manchados de sangre mientras el sabor metálico le llenaba la boca. El portal estaba frente a ella… tan cerca, tan lejano. Y su cuerpo se negaba a moverse.

Pero estaba decidida a no rendirse. No podía hacerlo. Su odio en ese momento parecía aplastar cual resistencia que quisiera colocarle su cuerpo.

Se negaba a ceder cuando había llegado tan lejos. Se negaba a que su destino siguiera perteneciéndole a la diosa… o al rey Alfa. 

Gritó con rabia y desesperación. Con dificultad, se puso de pie, temblando y clavó la mirada en el portal que vibraba frente a ella, cada vez menos nítido.

Sabía que no había tiempo para dudar. No si deseaba liberarse de su destino. Dio un paso, lento y tambaleante, después otro y, con un último aliento, saltó.

Entonces, el mundo se desvaneció en un torbellino de luz y frío, mientras escuchaba su nombre en un grito desgarrador.

Después, hubo silencio. Y, tras él, la misericordia de la oscuridad.

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