Capítulo 7

Entre el delirio, los días se volvieron indistinguibles en aquella celda oscura, que parecía no verse afectada por el tiempo. Serethia ya no sabía si dormía o deliraba, mientras su cuerpo se debilitaba poco a poco, debido a que la alimentaban apenas lo suficiente para mantenerla respirando.

Querían que su voluntad se consumiera lentamente, al igual que su cuerpo. Pero su odio no había menguado; se aferraba a él como su único motivo para sobrevivir. Cada respiración dolía, pero cada vez que despertaba del sueño o el delirio, juraba que, sin importar cuánto tiempo tuviera que esperar hasta que sus cadenas cedieran, arrastraría a Kaelvar con ella hasta la muerte.

Mientras el tiempo se volvía una sucesión interminable de días y noches, solo las criadas aparecían para alimentarla. Kaelvar, en cambio, no volvió desde el día de su encierro, como si esperara a que se quebrara por completo antes de terminar de romperla.

Una noche, mientras se concentraba en el eco de los gritos de las otras celdas, buscando no perderse otra vez en el delirio, una voz femenina rompió el silencio y, de entre las sombras, una figura cubierta por un manto negro emergió con pasos lentos, como si la pestilencia del lugar no la afectara.

—¿Quién eres? — preguntó Serethia, con voz ronca, acercándose a los barrotes. Días antes había sido liberada de sus grilletes.

La figura no se movió, solo la observaba desde debajo de la capucha, como si estuviera decidiendo que hacer a continuación. Después de algunos minutos, finalmente volvió hablar.

—Quien puede ayudarte… si decides odiarlo más de lo que puedes amarlo—Su voz fue suave, medida, como si temiera perturbar más la atmosfera del calabozo.

—Ahora solo quiero matarlo —susurró, sin pensarlo, apretando los barrotes de la celda. Pero un grito ahogado escapó de sus labios al sentir el ardor.

—Plata —explicó, sin cambiar el tono suave de su voz—. Este lugar es una forma de tortura en todos los sentidos.

Luego añadió:

—Tienes que irte. Donde no te encuentren.

Mientras Serethia observaba como la carne quemada de sus palmas empezaba a regenerarse con lentitud, la figura prosiguió:

—Todos creen que tu padre envenenó a la pareja del rey Alfa para no perder poder.

—Padre no hubiese traicionado de esa forma la línea Thalvaren… él…

Serethia se limpió la mejilla, sorprendida al descubrirse llorando por el recuerdo de un padre que, hasta hace algunos días, había creído incapaz de amarla.

—Ahora no puedes probarlo —replicó—. Estás débil. Y el rey Alfa seguirá tomando. Es poderoso… y lo será aún más cuando se cumpla la profecía. Sin embargo, puedes matarlo cuando el vínculo lo debilite… pero morirás.

Lo sabía. Y ya había decidido que no le importaba. No quería que nada dispuesto a Kaelvar sobreviviera en ese mundo.

Ni siquiera su amor hacia él.

—¿Por qué quieres ayudarme? —inquirió con escepticismo—, hasta Sel-Naïma pide un precio

—La profecía no debe cumplirse porque traerá sangre y muerte. —La mujer sentenció con tanta seguridad, que Serethia se congeló.

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