Ivory Cloe es una mujer excepcional: inteligente, talentosa y dueña de una próspera cadena de tiendas de moda. Su vida se mueve entre decisiones empresariales y una creciente admiración por Ilán Makis, un carismático y enigmático magnate que parece ser el complemento perfecto para su éxito. Sin embargo, la llegada de la boda orquestada por Amaya, la astuta madre de Ilán, pone en marcha un juego de engaños que cambiará sus vidas para siempre. El día de su boda, Ivory se enfrenta a una alarmante revelación: el Ilán que pensaba conocer no es el que está ante ella. En lugar de su prometido, se encuentra con un extraño en silla de ruedas que comparte el mismo nombre, y que ha estado manipulando la situación desde las sombras. Ilán, un magnate que no está en la ruina, aprovecha la oportunidad para casarse con la bella e inalcanzable Ivory Cloe. Le intriga sus habilidades en los negocios, sin revelarle la verdad de su fortuna oculta. Con la mente llena de rumores sobre su oscuro pasado y su supuesto vicio en el juego, Ivory se siente despojada de todo lo que creía saber, sumida en un torbellino de engaños y manipulaciones. Mientras Ilán se siente intrigado por la empresaria inquebrantable que tiene frente a él, Ivory debe confrontar su nuevo destino, donde el amor y la traición se entrelazan de maneras que nunca imaginó. ¿Podrán ambos desentrañar la verdad detrás de sus engaños y encontrar un camino hacia la redención, o caerán en el abismo de las mentiras que han tejido entre sí?
Leer másExhausta por el trabajo, caí rendida sin darme cuenta sobre mi buró. Poco a poco, mi respiración se volvió entrecortada, resonando en el silencio de la oficina. Las imágenes comenzaron a sucederse en mi mente una tras otra; eran destellos de un sótano. La oscuridad del lugar se entrelazaba con mis propios miedos, un laberinto de sombras que jugaba con la frontera de la realidad.
El frío buró presionaba contra mi mejilla, la textura áspera y la humedad se infiltraban en mis sentidos como si realmente estuviera allí. Con el rostro surcado por las lágrimas que destilaban un temor visceral, observaba cómo la puerta se cerraba inexorablemente. La oscuridad que me rodeaba no dejaba ver nada. Otra vez comencé a llorar desesperadamente, a rogar que me soltaran, que no me obligaran a cometer ese pecado. Gritaba con terror y desesperación clamando por ayuda. El sabor metálico del miedo llenaba mi boca mientras luchaba por escapar sin lograrlo. El olor a moho y a desesperanza parecía impregnar el aire que respiraba. La sensación de estar atrapada, de luchar por mi propia supervivencia, era abrumadora. Podía sentir cómo luchaba por mantenerme viva no solo por mí misma, sino por la nueva vida que crecía dentro de mí, sin resultados. La terrible pesadilla se superponía con la claridad de mi oficina; las rejas de una minúscula ventana del sótano se transformaban en los barrotes de sombra proyectados por las persianas de mi despacho. La comida traída por mi captora se confundía con el recuerdo de los almuerzos compartidos en silencio con mi madre. La desesperación se cernía sobre mí, densa como la niebla de un amanecer melancólico. Tenía que encontrar una salida, no solo por mí, sino también por la inocente vida que se gestaba en mi seno. Las paredes parecían cerrarse, cada piedra fría un testigo mudo. Las sombras jugaban entre sí, formando figuras que desafiaban toda lógica: figuras humanas distorsionadas por el miedo y la oscuridad, susurros que se perdían en el eco del sótano. Intentaba gritar, pero mi voz se ahogaba en el vacío, un susurro más en el coro silencioso del terror. La oficina volvía a mí en fragmentos: el tic-tac del reloj, el parpadeo de una luz defectuosa, la silla que crujía levemente bajo mi peso. Pero el sótano nunca se alejaba del todo; era una presencia constante rodeada de sombras que iban y venían, sin rostros, con la mirada vacía… ¡No, suéltame, suéltame! —¡Ivory…, Ivory…! —Una fuerte sacudida me hizo saltar y enderezarme en mi silla. Me había quedado dormida después de una larga jornada de trabajo. —¿Qué te ocurre? ¿Por qué llorabas? Todavía sin entender que estaba despierta, miré a mi mejor amiga y asistente, Amelie, quien me observaba preocupada. Mi frente estaba surcada por perlas de sudor y mi mirada todavía reflejaba el terrible sueño que, desde hace un tiempo, me aquejaba. —¿Otra vez con esa pesadilla? —preguntó mi amiga mientras me entregaba un vaso de agua. —Gracias por despertarme, Amelie —respondí, bebiendo el agua—. Cada día no sé si lo que experimento es un sueño, una pesadilla, un recuerdo o una premonición. —¿A qué te refieres con eso de recuerdo? ¿Recuerdo de qué? —preguntó Amelie sentándose frente a mí. —¡No lo sé! Era demasiado pequeña; acompañaba a mamá a todos los trabajos en casas de gente rica. Pero había una casa que era tenebrosa, y las sirvientas decían que siempre escuchaban a alguien llorar tras las paredes del sótano —le conté, volviendo a tomar el agua con mano temblorosa—. Mamá me alejaba de ahí cada vez que me veía con el oído pegado a esa pared. ¡Te juro que escuchaba a alguien llorar! Bueno… eso creo. No lo sé..., otras veces creo que era mamá dentro de aquel lugar, y yo con ella; o soy yo. ¡No lo sé…! Es horrible. Lo peor es que sueño lo mismo siempre una y otra vez desde que murió mamá. ¿No será un recuerdo? —¿Un recuerdo? ¿Cómo va a ser un recuerdo, Ivory? —dijo Amelie—. Tu mamá dejó de llevarte con ella antes de los cinco años; ¿cómo te vas a acordar de algo así? Acuérdate que te dejaba con mi mamá. Tú tampoco has estado encerrada en un sótano; ¡es una pesadilla! —¿No será una premonición? —pregunté asustada. —¡Ivory! Tú no eres supersticiosa —trató de calmarme Amelie, realmente preocupada por mí. El sueño volvía a mí de distintas maneras, pero siempre presentaba a una joven suplicando ser salvada. A veces, otras figuras se perdían en la oscuridad mientras mi madre me ocultaba. Parecía que todos los recuerdos, sueños o pesadillas habían resurgido en mi mente a medida que se acercaba la boda, y ya no contaba con mi dulce madre para ayudarme a olvidar. —Deberías considerar la posibilidad de consultar a un psicólogo —insistió mi amiga— y deja de acceder a cada capricho de tu suegra. Te lo digo, Ivory, esa mujer no me inspira confianza. Despierta, no es quien parece ser; he visto cómo cambia su expresión al salir de aquí. —¿Otra vez con eso, Amelie? Soy una mujer afortunada. Perdí a mi madre, pero el destino me brindó una segunda. Amaya es la suegra que todas desearían —expresé, levantándome de mi asiento—. Es perfecta y tú deberías estarle agradecida; fue ella quien me convenció de expandir mi cadena de tiendas de lujo en esa área y de ponerte a ti al frente. —¿Estás segura de que no busca alejarme de ti? —preguntó Amelie, acompañándome hasta donde un maniquí exhibía un impresionante vestido de novia—. Ella sabe que soy la única que te habla con franqueza y te impide seguir dándole más dinero. Despierta, Ivory; si esperas demasiado para hacerlo, podría ser tarde. Me detuve y abracé a mi mejor amiga con afecto. Era consciente de que todo lo que Amelie decía era por mi bienestar. Pero mi suegra había sido muy generosa conmigo. Es cierto que me pedía dinero con frecuencia, pero yo tenía de sobra; ¿por qué no compartirlo? —¿No viste a Ilán? —pregunté separándome de ella, para cambiar de tema. —No sé porque últimamente no lo veo seguido y solo me manda mensajes y regalos. —Ivory, ¿estás segura que él se quiere casar contigo? Lo veo muy acaramelado detrás de esa amiga de tu suegra que trajo para reemplazarme —insistió Amelie que sospechaba de todos. —¡Deja de sospechar de todos, Amelie! Mejor novio no he podido encontrar, lo que tienes es que estar feliz por mí —dije mirando como se aguantaba las ganas de seguir hablando. —Voy a estar bien, ya verás, seré la mujer más feliz del mundo. ¿Has visto alguna vez una suegra como la mía? —Ivory, no quiero ser obstinada. ¿Pero, acaso no viste la foto en la revista de hombres de negocios donde sale Ilán? Me parece que no son los mismos … —¡Amelie, deja de sospechar! Eso es ridículo lo que insinúas —protesté, aunque había visto el color de los ojos diferentes, el dijo que era el reflejo de la luz. —Voy a casarme con el hombre de mis sueños. Mi príncipe azul. —No hay peor ciego del que no quiere ver —murmuró para que no la escuchara.Al regresar a casa después de la visita al hospital, solicité la atención de mi sobrino Ilán para abordar temas de suma importancia. Era imperativo tomar decisiones respecto a lo que había descubierto en el sótano de la casa de nuestros abuelos maternos, que ahora pertenecía a Amaya.—Sobrino, considero que no deberías revelar nada a la policía por ahora. Lo único que conseguirías sería ensombrecer la memoria de mi hermano Stavros y manchar nuestro legado —le expresé con preocupación—. Amaya ya está pagando por sus acciones; serías tú, siendo completamente inocente, quien cargaría con toda la culpa y vergüenza. No puedo estar de acuerdo con eso.—Tía, la verdad merece ser conocida... —intentó argumentar Ilán, pero lo interrumpí.—Puede que esas familias estén más
La tranquilidad matinal de mi apartamento se vio abruptamente interrumpida por los persistentes timbrazos en la puerta. Al abrir, me encontré con un mensajero rodeado por una montaña de paquetes.—¿Para el señor Daniel? —inquirió el mensajero, extendiéndome una nota—. La señora Ivory Makis envía esto con la instrucción de que, si el señor Daniel intenta enviar algo más, será directamente descartado en la basura —declaró el mensajero con un tono neutro antes de dar media vuelta y desaparecer.Me quedé anonadada mirando la enorme cantidad de hermosos y caros regalos que se acumulaban en la entrada de mi apartamento. Firmé el comprobante que me extendió el mensajero, llena de furia.—¡Daniel! ¡Mira lo que te han enviado! —exclamé, llena de ira al contemplar los lujosos obsequios que él había d
En el hospital, me mostraba visiblemente inquieto. Extraje de mi maletín un documento que Amaya había firmado muchos años atrás. Este me otorgaba únicamente a mí, excluyendo incluso a su propio hijo, el poder absoluto para tomar decisiones sobre ella en caso de que algo le sucediera.Ilán, al recibir el documento, quedó profundamente sorprendido; nunca habría imaginado que su madre optaría por delegar tal responsabilidad en alguien ajeno a la familia directa.—Como puedes ver, Ilán —le dije complacido—, he cumplido con su voluntad. Y, por el momento, considero prudente limitar las visitas. Esperemos que, con menos estrés y distracciones, Amaya tenga una mayor oportunidad de recuperarse y despertar.Fue entonces cuando observé detenidamente a Ilán, notando un cambio significativo en su manera de hablar. Había sido su médico de cabecera
Cuando desperté, me encontré en una habitación que parecía haber sido dispuesta exclusivamente para mí. Una pequeña cama se alzaba en el centro, y una estrecha ventana filtraba un tenue rayo de luz que apenas lograba romper la penumbra. La puerta, cerrada herméticamente, contaba con una pequeña ventanilla a través de la cual habían deslizado una bandeja con desayuno y algunos medicamentos. ¿Dónde me encontraba? Estaba claro que no estaba en el sótano de la casa de mis padres.El aire tenía un olor aséptico, mezcla de limpieza y medicina, que llenaba la estancia, haciéndome sentir aún más desubicada. Intenté recordar cómo había llegado hasta allí, pero mis recuerdos eran borrosos; solo recordaba a Josefina y a los hombres que me pusieron una bolsa en la cabeza. Lo demás eran solo flashes inconexos de imágenes y so
Por otro lado, en la austera atmósfera del consultorio de la doctora Sandoval, el silencio era pesado. Yo, confinado a mi silla de ruedas, tenía a Ivory a un lado, mientras mi tía Josefina se mantenía erguida detrás de nosotros, cruzada de brazos, irradiando una presencia imponente. Los tres fijamos una mirada penetrante en la doctora, quien acababa de revelar un diagnóstico que rozaba los límites de lo increíble.Según ella, yo sufría de una condición poco común, responsable de mi parálisis; que a pesar de no ser abasia, prometía tener cura bajo su cuidado. Sin embargo, este diagnóstico parecía un velo delicadamente tejido para ocultar una verdad mucho más peligrosa: la exposición a una toxina altamente peligrosa, accesible únicamente a través de los canales más restringidos de la comunidad médica. El
Al llegar al hospital aquella mañana, seguí mi rutina matutina y me dirigí hacia la habitación donde Amaya supuestamente yacía sumida en un coma y afectada por amnesia. Sin embargo, al entrar, me encontré con el lecho vacío, lo cual desencadenó una oleada de confusión y preocupación en mi interior. Inmediatamente, solicité la presencia de la enfermera, quien, con una mezcla de desconcierto y ansiedad, me informó que la última vez que había revisado a Amaya, al alba, esta parecía dormir plácidamente. —Le juro, doctor, que ella estaba ahí hace un momento —repitió de nuevo, asustada. —Muy bien, deben haberla llevado a realizar alguna prueba —dije, despidiéndola. Intentando mantener la calma y sin querer provocar una alarma que involucrase a los guardias de seguridad, inicié una búsq
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