7. LA INCERTIDUMBRE
Estaba aterrada al ver cómo se estremecía. Me señalaba con dificultad un compartimento: era la bolsa de sus medicamentos. Rápidamente los tomé y, para mi suerte, todo estaba muy bien organizado. Con premura, le di la que le tocaba, observando cómo cerraba los ojos temblorosos. Rebusqué un poco más y vi el nombre del doctor en la mejor clínica de la ciudad; debía costar una fortuna. ¿Y ahora qué iba a hacer?
El aire se volvió más pesado cuando me di cuenta de la magnitud de nuestra situación. La callejuela desolada era un reflejo de nuestro estado actual: abandonados, olvidados y sin un claro camino a seguir. El silencio se apoderó del espacio, solo interrumpido por la respiración entrecortada de Ilán y el distante eco de una ciudad que parecía ajena a nuestra desesperación.
—Calma, Ilán, respira despacio, no estás solo, me tienes a mí —le decía acariciando su mano. No sabía si lo decía para consolarlo o para calmarme yo—. Todo va a estar bien, ya verás.
Abrió los ojos un momento para