Mundo ficciónIniciar sesiónNicolle Volkova buscaba un nuevo comienzo, una forma de dejar atrás las cicatrices de un matrimonio roto y reconstruir su vida. Cuando se presenta a la entrevista en la empresa más prestigiosa de la ciudad, jamás imagina que frente a ella estará Iván Moretti: frío, enigmático y con una mirada capaz de desnudar cada uno de sus secretos. Lo que parecía un empleo se convierte en algo inesperado. Iván no busca una secretaria… busca una esposa. Una mujer que cumpla con todos los requisitos de perfección ante los medios y su familia. Y Nicolle, sin saber cómo, termina siendo la candidata ideal. Ella promete no dejarse atrapar por un contrato que no incluye amor. Él, marcado por un pasado doloroso, se niega a volver a sentir. Pero pronto descubrirán que hay cosas que ningún acuerdo puede controlar: la atracción, las miradas prohibidas… y el latido inevitable del corazón.
Leer másEl ascensor se abrió con un suave ding. Nicolle tragó saliva y ajustó el pequeño bolso que llevaba colgado del hombro. El piso treinta y cinco de Moretti Corporations era incluso más intimidante de lo que había imaginado. Mármol blanco, ventanales que dejaban ver la ciudad desde las alturas y empleados que caminaban con paso firme, como si cada segundo costara millones.
«Respira, Nicolle. Es solo una entrevista. Una entrevista para secretaria, nada más», se repitió.
La recepcionista la miró con esa sonrisa perfectamente calculada que parecía entrenada para impresionar.
—La señorita Volkova, ¿verdad? —confirmó con un vistazo a su agenda.
—Sí —respondió Nicolle, tratando de sonar segura.
—Puede pasar. El señor Moretti la espera.
El estómago de Nicolle dio un vuelco. Caminó hacia la enorme puerta doble de madera oscura. Cada paso resonaba como si marcara el ritmo de un juicio final. Empujó la puerta con cuidado y entró.
Ahí estaba.
Iván Moretti.
Sentado tras un escritorio amplio, impecable en su traje negr,o su cabello rubio oscuro peinado hacia atrás y las mangas de la camisa ajustadas al punto exacto. No levantó una sonrisa para recibirla; apenas un movimiento de la cabeza, suficiente para dejar claro que ese era su reino y que ella era apenas una invitada; su perfume no tardó en invadirla, esencias de canela, combinado con toques sutiles de musgo. No era lo suficiente fuerte para marearla, pero la mantenía cautiva.
—Señorita Volkova —dijo su voz grave, profunda, con un eco de autoridad que erizó la piel de Nicolle—. Tome asiento.
Ella obedeció, intentando no tambalear. Frente a él, la carpeta con su nombre estaba abierta, llena de hojas que parecían desnudar su vida entera. Nicolle se estremeció al verla.
» Gracias por venir —comenzó él, sin apartar la vista de la carpeta—. Ya he leído su currículum, y algo más.
“¿Algo más?” Nicolle se revolvió un poco en su asiento.
—Sí, claro… gracias a usted por considerarme.
Iván levantó la vista, finalmente. Sus ojos verdes la atravesaron con intensidad, como si buscara leer lo que había detrás de sus palabras. Nicolle bajó la mirada al instante, sintiéndose expuesta ante él.
—Quiero hacerle algunas preguntas adicionales. No son de trabajo en el sentido convencional, pero me interesa conocer a mis empleados antes de tomar una decisión definitiva. ¿Entendido?
Ella asintió, nerviosa.
—Sí, claro.
Iván entrelazó las manos sobre el escritorio, inclinándose hacia adelante apenas un poco. Su cuerpo parecía llenar todo el espacio, y ella se sentía cada vez más pequeña.
—Dígame… ¿cómo se describiría en tres palabras?
Nicolle tragó saliva. No esperaba empezar con algo tan directo.
—Supongo que soy resiliente, porque he aprendido a levantarme después de las caídas. Responsable, porque siempre cumplo lo que prometo. Y…—dudó, sintiéndose observada— empática. Me gusta escuchar y estar para los demás.
Los ojos de Iván brillaron con un destello fugaz.
—Interesante —murmuró. Escribió algo en la hoja frente a él, sin explicar qué.
El silencio se alargó, denso, hasta que Nicolle sintió la necesidad de explicar sus palabras.
—Sé que no suena como algo impresionante, pero…
—No tiene que justificarse —la interrumpió él, con calma, aunque su tono la desarmó por completo—. Solo estoy escuchando.
Nicolle asintió con torpeza, mordiéndose el labio.
» ¿Le gustan los animales? —preguntó de pronto Iván.
Ella parpadeó, sorprendida.
—Sí, claro que sí. Me gustan mucho. De niña tuve un perro, fue mi mejor amigo. Y ahora tengo un Loro.
Nicolle notó que hizo una pequeña mueca de desaprobación, casi imperceptible si no fuera por ceño fruncido. Quizás se deba a su incompatibilidad con los animales.
—¿Lo cuidaba usted? —inquirió, arqueando una ceja.
—Sí. Lo sacaba a pasear, lo alimentaba… incluso lo bañaba, aunque me costaba un montón. Pero, ahora que lo pienso, lo mismo sucede con mi loro—sonrió un poco al recordarlo. Pensó que eso le lograria sacar una sonrisa, pero nada. Solo la miraba imperturbable, con una frialdad que congela a cualquiera.
—¿Y los bebés? —soltó sin preámbulos.
Nicolle se tensó.
—¿Bebés?
—Sí —dijo con la misma serenidad, observándola con detenimiento—. ¿Le gustan? ¿Se siente cómoda con ellos?
Ella se movió inquieta en la silla.
—Bueno… no tengo hijos, si a eso se refiere. Siempre me han parecido una bendición. Adoro a los hijos de mi prima, aunque no me siento lista para algo así en este momento.
Iván la estudió en silencio, como evaluando cada palabra y cada gesto. Nicolle se aclaró la garganta, incómoda. Su pie casi de inmediato empezó a moverse, impaciente. Él ladeó la cabeza, y por primera vez una sonrisa apenas perceptible apareció en sus labios.
—¿Se siente incómoda, señorita Volkova?
—Un poco —admitió ella, desviando la vista.
—Bien —respondió Iván, inclinándose hacia atrás—. La incomodidad revela autenticidad.
Nicolle alzó la mirada, sorprendida por la respuesta. Él parecía disfrutar de su nerviosismo, aunque no de manera cruel, sino como si cada reacción suya fuera un dato más para sus cálculos.
» Sigamos —dijo Iván, hojeando la carpeta—. Aquí dice que le gusta leer.
—Sí, es mi pasatiempo favorito —contestó, con un destello de entusiasmo que escapó a pesar suyo—. Puedo pasar horas con un libro, me ayuda a desconectar de todo.
—¿Qué tipo de lecturas prefiere?
—Novelas, en especial románticas. Aunque también disfruto de historias de superación y misterio.
El bolígrafo de Iván se detuvo un instante, y la miró con atención.
—Románticas… —repitió despacio, como si ese dato fuera relevante para sus planes, o peor aún, un impedimento.
Nicolle sintió el calor subirle al rostro. No sabía absolutamente nada de este hombre y el significado de cada gesto deliberado que dejaba escapar. Cortos y carentes de emoción humana.
—Sí, bueno… es solo una forma de soñar un poco.
—¿Sueña con el amor? —preguntó él, directo, casi cortante.
Ella se quedó helada, incapaz de responder de inmediato.
—Si, como cualquier persona, supongo —balbuceó al fin—. Aunque después de algunas malas experiencias me ha costado asimilarlo… pero eso no significa que me haya rendido del todo.
Los ojos de Iván se oscurecieron apenas un poco.
—Se refiere a su divorcio.
Nicolle abrió mucho los ojos.
—¿Cómo… cómo lo sabe?
Iván cerró la carpeta con un golpe seco.
—Investigó a cada persona antes de sentarla frente a mí. Quiero saber quién es en realidad, no solo lo que dice en un papel.
Ella apretó las manos sobre su regazo. El corazón le golpeaba el pecho con fuerza.
—Entiendo —susurró, un poco incómoda y a la vez intrigada.
Iván se inclinó hacia ella, apoyando los codos sobre el escritorio. Sus ojos verdes estaban tan fijos en los de ella que Nicolle tuvo que contener el impulso de apartar la mirada.
—Dígame, señorita Volkova, si la vida le diera una segunda oportunidad para empezar de cero, ¿la tomaría?
La pregunta le llegó como un disparo directo al alma. Nicolle tragó saliva, su garganta reseca, y sintió un nudo formarse en el pecho.
—Sí —dijo al fin, con voz temblorosa—. Sí, la tomaría.
Iván no dijo nada. Solo la observó, en un silencio tan denso que Nicolle juró que podía escuchar el latido de su propio corazón resonando en la oficina.
Fue en ese instante que la puerta se abrió suavemente y entró la recepcionista con una bandeja de aperitivos y un vaso de agua.
Y ahí, sin que Nicolle lo supiera, comenzaría la verdadera prueba.
El sonido del reloj de pared fue lo único que se escuchó durante unos segundos. El silencio se extendía en la oficina, elegante y minimalista. Nicolle se removió en la silla, tratando de ignorar la manera en que el aire mismo parecía más denso cuando él estaba cerca.—Digamos que… quiero entender exactamente qué significa su propuesta antes de que alguien termine con un anillo y una crisis de identidad —dijo con una media sonrisa que intentaba ocultar sus nervios.Una comisura de los labios de Iván se movió apenas, casi una sombra de sonrisa.—Entonces, será mejor explicarlo con claridad.Abrió la carpeta frente a él, deslizando hacia ella un documento impreso, grueso, con letras pequeñas y márgenes estrechos.Nicolle lo miró como si acabara de ponerle un testamento sobre la mesa.—¿Eso es el contrato? —preguntó, arqueando una ceja.—El borrador —aclaró él—. Todo puede revisarse… dentro de los límites razonables, claro.Ella tomó el documento, hojeando algunas páginas con curiosidad.
Nicolle tomo asiento en el sillón frente a él y entrelazó las manos sobre su regazo, respirando hondo. Había pasado la noche anterior pensando en cómo lidiar con Iván Moretti y su absurda propuesta. Si él podía convertir una entrevista de trabajo en un cuestionario personal, ¿por qué no podía ella devolverle el favor?Levantó la barbilla, y con una sonrisa tensa, murmuró:—Muy bien, señor Moretti… ahora es mi turno.Iván arqueó una ceja, sin cambiar la postura relajada con la que la observaba desde detrás de su escritorio.—¿Su turno?—Exacto —replicó ella, cruzándose de brazos—. Me entrevistó como si fuera una candidata en un concurso. Creo que lo justo es que yo haga lo mismo.Hubo un destello apenas perceptible en los ojos verdes de Iván, algo entre diversión y curiosidad.—Adelante —dijo, inclinándose apenas hacia atrás en la silla—. Le concedo la oportunidad.Nicolle carraspeó, como si realmente se preparara para tomar notas.—Primera pregunta… —lo miró fijo, fingiendo seriedad—.
Las últimas veinticuatro habían sido un suplicio. Nicolle apenas había dormido, atrapada en un vaivén de pensamientos que se repetían como un eco insoportable. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a escuchar esa voz grave, implacable, diciéndole con una calma que rozaba lo cruel: “Fue seleccionada para ser mi esposa.”Había intentado convencerse de que era una locura, un delirio de poder de un hombre demasiado acostumbrado a que nadie le dijera que no. Pero la verdad era que la idea se le había incrustado en la cabeza como una espina imposible de arrancar. No era solo la propuesta en sí, sino lo que representaba: estabilidad, seguridad, un futuro distinto al que llevaba años persiguiendo sin éxito.Sin embargo, cada vez que pensaba en aceptar, la indignación le subía como un fuego. ¿Qué clase de mujer sería si se dejaba comprar de esa manera? Y, aun así, cuando miraba la cuenta bancaria, cuando recordaba las noches de angustia pensando en cómo salir adelante… esa espina giraba, girab
Nicolle se quedó petrificada, las palabras cayeron sobre ella con el peso de una sentencia.—¿Su… esposa? —repitió en un hilo de voz, con la garganta seca, como si necesitara confirmarlo porque su cerebro se negaba a aceptarlo.Iván no pestañeó. Ni una arruga en su gesto, ni un temblor en su tono. La quietud de su rostro era casi inhumana, como una máscara tallada en mármol.—Exacto.El corazón de Nicolle dio un salto y luego empezó a latir desbocado. Soltó una risita nerviosa, una que sonó más a incredulidad que a diversión.—¿Está… bromeando? Porque si lo está, déjeme decirle que tiene un sentido del humor bastante torcido.Iván sostuvo su mirada con la misma firmeza con la que se sostiene una espada: sin titubeos, sin grietas. Su ceja apenas se arqueó, un gesto tan mínimo que, sin embargo, bastaba para imponer respeto.—No bromeo. Nunca pierdo tiempo en eso.Nicolle parpadeó, y un atisbo de indignación coloreó su rostro.—Yo fui a una entrevista de trabajo, no a una audición para…
Cuando la puerta se cerró tras Adrián, el silencio se hizo tan pesado que Nicolle sintió que podía cortarlo con un cuchillo. Iván permanecía allí, de pie en medio de su sala, con la misma presencia imponente que había demostrado en su oficina. Sus hombros rectos, el abrigo gris aún sobre sus hombros y su altura descomunal que le daba un aire inaccesible, casi intimidante.Nicolle se sentía tan pequeña a su lado, diminuta. Como si de repente le arrebataran la voz y tuviera que obedecer a la figura imponente frente a ella, sin titubear.De repente, él ladeó la cabeza, con los ojos fijos en ella, y dejó escapar una pregunta cargada de una ironía apenas perceptible:—¿Tu cita?Nicolle se ruborizó al instante. Se frotó las manos con nerviosismo, buscando palabras que no la dejaran en ridículo.—Lo siento por eso —dijo con sinceridad, casi atropellando las sílabas—. No era… no era lo que parece. Ese hombre era mi exesposo. Vino a buscar unas cosas, nada más.Iván no respondió de inmediato.
Adrián se quedó paralizado al ver a Iván en el umbral. Lo recorrió de arriba abajo con una mezcla incómoda de curiosidad y desconfianza. Había algo en ese hombre, en su postura impecable y en la frialdad de su mirada verde, que le incomodaba profundamente.—¿Y este quién es? —preguntó al fin, forzando una sonrisa que no lograba ocultar el filo de la sospecha.Nicolle tragó saliva. La presencia de ambos hombres, uno del pasado y otro que apenas empezaba a irrumpir en su vida, la ponía contra las cuerdas.—Es… un hombre con el que he estado saliendo —respondió, más rápido de lo que hubiera querido, como un reflejo para detener el escrutinio de Adrián.Los ojos de Adrián se entrecerraron, incrédulos.—¿Saliendo? —repitió, dejando escapar una risa breve, amarga, cargada de incredulidad—. Entonces explícame algo, Nicolle: ¿por qué te dice señorita Volkova como si apenas te conociera?Nicolle apretó los dedos contra el marco de la mesa, buscando sostenerse. Respiró hondo, conteniendo el imp





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