Mi historia de amor había terminado. Atravesé la sala con mi mirada encontrando finalmente los ojos del hombre en la silla de ruedas, ese supuesto Ilán. Sus ojos eran un abismo oscuro, pero en esa profundidad, percibí un destello que no supe descifrar.
—Mamá …, yo no…
—Shh, cállate Ilán —Amaya lo interrumpió, esperando mi reacción con una sonrisa—. Hazte el herido.
Contemplaba la sonrisa de triunfo de mi suegra, apretando los papeles en mi mano. Ahora comprendía el verdadero significado de aquel consejo, en el momento más amargo y despiadado de mi vida. Por un instante fugaz, el velo de la confusión se levantó y la claridad inundó mi mente con la fuerza de una revelación. Había sido manipulada y engañada.
Miré la sonrisa triunfante de mi suegra, y lo comprendí en ese instante, Ella estaba esperando por mi reacción descontrolada para ser arrojada a la calle. Por primera vez todo se volvió claro, ella no había terminado. Sólo que no me conocía, no bien. Había aguantado a gente como ella, engreída y que se creían por encima de todos. Por un momento, guardé silencio sintiendo el vacío dentro de mí.
Luego, sentí como si un fuego se prendiera dentro de mí. No, yo no le iba a dar ese gusto; Era Ivory Cloe, la empresaria revelación del momento. Tragué en seco, decidida. Me desquitaría, sí, pero no sería una venganza ciega. No era de las que se rinden sin luchar, de las que aceptan la derrota con sumisión. Yo era una guerrera en el mundo de los negocios, una estratega en el juego de la vida.
Miré al hombre delante de mí, este Ilán falso o verdadero, que sin palabras me observaba con curiosidad. Di un paso densidad hacía él que abrió los ojos con incredulidad, él había visto lo que había decidido. Lo usaría, para mi beneficio, sin importar lo que eso representaba. Quizás, sólo quizás, él necesitaba un salvador.
Con una determinación férrea, me planté frente a él. Fijó su mirada en mí, sorprendido y deslumbrado por mi increíble belleza y me sostuvo la mirada. Por un momento que nos pareció eterno, nos quedamos así, sin articular palabra alguna. Para mi sorpresa, lo vi asentir apenas imperceptiblemente. Sólo para mí, y sin más, rodeé la silla, quitando a Dafne de en medio, y maniobré hasta situarla cerca del altar, a mi lado. Mi suegra me observaba con una mezcla de confusión mal disimulada.
—¿Qué crees que haces Ivory? —preguntó de pronto.
Amaya no había previsto este giro; había calculado cada movimiento con la certeza de que el escándalo y la humillación me detendrían. Pero yo no estaba dispuesta a seguir el guión que me había impuesto. Tomé la mano de Ilán, sintiendo en su contacto un pacto no verbalizado, una alianza forjada en el crisol de la adversidad. Nuestros ojos se encontraron y en ellos se comunicó todo lo que las palabras no podían expresar.
Y ante la mirada de todos los presentes clavada en mí, alzé la voz, clara y resonante, cuando la pregunta llegó, desafiando el silencio expectante de la sala:
—¡Sí, acepto!
La solemnidad de la iglesia se vio sacudida por la consternación que mis palabras habían desatado. Los murmullos de los invitados, que habían acudido a presenciar una unión convencional de dos grandes de la industria, continuaban ante la reacción de mi suegra.
—¡Ilán, no te atrevas! —Amaya dijo sin que nadie la entendiera, sólo yo que me obligaba a sonreír encantadoramente.
Las miradas de complicidad y gestos de desconcierto se intercambiaban entre los presentes, incapaces de entender y asimilar la escena que se desplegaba ante sus ojos. Mi respuesta, pronunciada con una firmeza que distaba mucho de mi sentir interior, resonó contra los muros sagrados del recinto.
Jamás nadie había visto que una novia aceptara casarse con un hombre que no era su prometido y, encima de eso, inválido. ¿Sería por su dinero? ¿En qué trampa macabra lo había metido su madre? ¿Qué farsa era esta? Pero, lo que más desconcertaba a todos, era la actitud pasiva de Ilán, incluso a mí. Él era conocido como el terror de los negocios, frío y despiadado. Ahora sólo me miraba sin oponerse a nada.
¿Sería por agradecimiento por todo el dinero que obtuvo para pagar sus deudas? Yo era la mujer revelación de los negocios por haber ganado millones en tiempo récord con el lanzamiento de mi propia marca. Ilán me miraba fijamente como si no creyera que yo había dicho que sí lo aceptaba por esposo. Parecía que no lo creía, había girado su cabeza para observarme de nuevo, todavía sin poder creer que yo, una hermosa mujer por la cual muchos hombres de poder estaban dispuestos a arriesgarlo todo, había pronunciado esas palabras con tanta seguridad a pesar de su invalidez y de su futuro incierto. Tiró de mi mano y me preguntó en un susurro.
—¿Está... está segura, Ivory? Yo puedo...Perdón, yo…—tartamudeó, consciente de que su madre acababa de robarme todo. ¿Quizás intentaba decirme que podía devolvérmelo en ese instante?
Suspiré recordando su adicción al juego, de seguro ya se había gastado toda mi fortuna. Le devolví la mirada, acompañada de la más hermosa de las sonrisas llena de confianza. No me importaba en estos momentos quién fuera en verdad él. Estaba decidida a no darle el gusto a mi suegro, saldría casada de aquí.
—Lo sé. Si mi dinero te sirvió para no ir a la cárcel, no me molesta. Todo está bien; si me aceptas, cuidaré de ti, lo prometo —susurré, apretando su temblorosa mano. ¿Por qué hacía aquello? Veía la pregunta en su mirada, pero no podía decirle que lo hacía para arrebatarle algo a Amaya.
Ilán giró la cabeza para mirar a su madre un instante que decía que no con la cabeza. Amaya, su progenitora y mi suegra, cuyo semblante había sido una máscara de control hasta éste instante, le sostuvo la mirada a su hijo y se dio cuenta de lo que iba a suceder. Le sonreí sintiendo que había al menos, ganado esta batalla, aunque sabía que esto sólo continuaba.
Con un impulso tardío, Amaya se adelantó para detener la farsa nupcial que ella misma había tejido para su hijo inválido, objeto de su desdén y yo. Con un gesto abrupto y desesperado, tiró de la silla de ruedas, intentando en vano impedir la aceptación por parte de Ilán. Pero era demasiado tarde, porqué sin dejar de mirarme, y con una voz que encontró fuerza en la vulnerabilidad, pronunció su consentimiento ante el interrogante del sacerdote, que proseguía con la ceremonia a pesar del caos.
—Ilán Makis, ¿aceptas a Ivory Cloe como tu amada esposa, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe?
—Sí, acepto —respondió él con firmeza, apretando mi mano. —Acepto a Ivory Cloe hasta que la muerte nos separe.