María, una joven abandonada por su padre. Cuando recibe la noticia de que él ha muerto se da cuenta que puede reclamar la herencia; sin embargo, al pedir ayuda a su novio, él la rechaza, teniendo que marcharse a reclamar lo suyo sola. Pero, en el camino se enfrentó a varios intentos de asesinatos; además de tener que luchar con sus propios hermanos que la desprecian. No temas dar el siguiente paso…
Leer más-¡María!, ¡María! - los gritos recorrieron la larga distancia - ¡ha muerto!, ¡ha muerto! - a pesar de haberse acercado corriendo; aún así, le siguió gritando.
El agua fría entumecía sus manos. Su espalda encorvaba, se recompuso ligeramente para observar a la persona gritando - ¿de quién hablas? - no pudo evitar agitarse.
-¡Ha muerto!, ¡ha muerto! - no paraba de gritar; pero, a pesar de sus palabras no notaba ninguna muestra de tristeza en su rostro. Al contrario, mostraba emoción incontenible.
María dejó la prenda que estaba lavando. Se levantó; mientras se secaba las manos en su ropa - ¿de qué estás hablando?, me estas confundiendo.
La joven se acercó a tomarle los hombros - ¿no entiendes? - sus ojos brillaron; en tanto sus labios se estiraron en una sonrisa - ¡ya se murió! - festejó - ¡es hora de que leas esos papeles que te dejó! - habló con tal fuerza que todo su aliento golpeó la cara de María; aun siendo varios centímetros más baja.
De pronto, toda la sangre se esfumó de su rostro. Le tomó los hombros a la joven más baja - ¡¿estás segura?! - sin medir su fuerza, la agitó - ¡¿Juana, estás segura?!.
-¡muy segura! - no le molestó ser movida bruscamente - ¡rápido, yo también quiero saber que dice!.
María la soltó, se deshizo de los brazos de ella y salió corriendo. Abandonó la casa donde estaba trabajando. Dejando la ropa, a medio lavar, metida en el recipiente en el suelo. Corrió, dañando más sus zapatos gastados. Su vestido se agitó en el viento, hasta que estuvo frente a su casa. Abrió de un portazo, descubriendo una habitación con varias camas. Fue a la suya y arrastró un cofre de debajo de ella.
El objeto no era tan grande; pero era pesado. Lo abrió, descubriendo un montón de cosas viejas y empolvadas. Metió las manos, moviendo todo lo que había dentro hasta que las yemas de sus dedos se toparon con un material suave y liso. Lo sujetó, para jalarlo y sacarlo ante sus ojos. Un sobre marrón, manchado por el paso del tiempo, era la promesa guardaba desde hacía mucho tiempo.
-¡Léelo! - un grito la sobresaltó. Por la emoción, no se dio cuenta que Juana la había seguido de cerca y estaba parada frente a la puerta aún abierta.
-No - dijo, levantándose - buscaré a Juan.
-¿para qué lo quieres a él? - replicó molesta.
-Para qué lo lea él.
La joven chasqueó la lengua; sin embargo, le informó - debe estar en el campo. Si corres puedes llegar antes de que empiece a trabajar.
-Lo sé - sus dedos apretaron el papel - iré ahora - la mano que sostenía el sobre temblaba con emoción. Salió a la luz en busca del campo más cerca de su casa.
Al llegar ahí, justo se encontró con un hombre parado al inicio de las plantaciones. Su vista estaba puesta en el inmenso verde cubriendo la tierra. Los zapatos de María hicieron ruido al acercarse; pero él no se inmutó. Como si su objetivo para estar ahí era esperar su llegada.
-Juan - llamó; dando el último paso. Deteniéndose antes de estar a su lado. Como si temiera cortar toda la distancia con él. Pero Juan no se movió - mi padre ha muerto - informó sin aliento.
El aire sopló, moviendo los cabellos del joven mientras se giraba - ¿te alegras de eso? - sus cejas estaban juntas.
María sintió un nudo en la garganta - No, es sólo que… - Levantó el sobre.
-¿Quieres abrirlo tan rápido? - terminó de darse la vuelta, quedando cara a cara - ¿para qué lo has traído?.
Notó el malestar en su voz; pero no era lo suficientemente inteligente para saber el problema - porque yo no sé leer muy bien y tú eres mejor que yo en eso.
-yo no quiero saber que dice, llévatelo lejos - se volteó, poniendo las manos en su espalda.
-pero si no me ayudas, no sabré que dice.
-Es mejor así - afirmó, enojado - es mejor incluso si quemas ese papel sin verlo siquiera.
Confundida, se animó a dar un paso - ¿por qué dices eso?.
Entonces, Juan se giró de nuevo. Con las cejas fruncidas; pero con un tono más calmado - ¿no te gusta tu vida con nosotros? - María estaba tan sorprendida que, aunque abrió la boca, no dijo nada - ¿si te llaman para irte a otra casa, te irás con ellos?.
-No me iré, yo sólo quiero saber qué es lo que él tenía que decirme. Si tal vez pueda tener una vida mejor que esta…
-Entonces, los prefieres a ellos.
-¡No…! .
-¡si abres ese sobre, entonces, yo no quiero saber más de ti! - fue lo último que dijo antes de darle la espalda.
María se quedó muda; mientras una persona se paró a su lado - Vamos, no le insistas más y leamos lo que dice. Yo he mejorado mucho mi lectura - no se dio cuenta en qué momento llegó.
La miró, luego, vio de nuevo la espalda del joven antes de voltearse hacia ella - bueno, busquemos un lugar.
Juana saltó hacia atrás, feliz de poder saciar su curiosidad - Vamos detrás de aquella pared - señaló.
Pronto, el lugar donde los tres estaban se quedó vacío. Sólo la hierba verde agitaba sus hojas en el amplio campo. Las chicas se escondieron tras la casa más cercana. Acuclilladas con la espalda contra la pared. María sostuvo el sobre entre ambas manos; mientras miraba a la más joven. El sol les iluminó la cara, ansioso por saber. María pensó por un momento, indecisa; pero lo destapó.
Rasgó el papel, rompiendo toda la parte superior sin cuidado. La esquina de una hoja blanca relució en la punta. Antes de sacarlo, habló - ¿crees que en verdad debemos leerlo?.
Los ojos de Juana estaban sumamente abiertos - ¡qué importa!, si no te gusta lo que dice puedes simplemente tirarlo y finge que no tenías nada. Nadie más sabe que lo tienes, ¿no es cierto? - María negó con la cabeza - ¡pues, veamos! - terminó de animar.
El papel se deslizó a través del sobre, descubriendo poco a poco las letras finas y ordenadas. El contenido era poco; pero era suficiente para hacer latir el corazón con fuerza.
-Sí, estos sofás son muy agradables - mintió.-Bien - la dejó estar. Juntó sus manos en su regazo; mientras hablaba de nuevo - supongo que tu casa queda muy lejos de aquí.La cabeza de María estaba tan metida entre sus hombros que parecía que le cubría los oídos; sin embargo, respondió - Sí, está lejos.-Oh - exclamó - mi padre nunca nos llevó a conocerte. Nosotros nunca hemos salido de este pueblo.En ese momento, volteó a verla -¿Usted es hija de…Elizabeth sonrió - Así es, Ignacio era mi padre.-¿Él…La sonrisa disminuyó - Si has llegado hasta aquí, es porque te has enterado, ¿no es así? - María no respondió - me duele reconocerlo, pero… - Inhaló, como si de esa manera retuviera el llanto - ha muerto.María se puso pálida. Aunque no lo conoció realmente, saber la verdad le causó sorpresa - lo… siento - balbuceó, agachándose.-Descuida, esa noticia también debe afectarte, ¿no es cierto? - María volvió a quedarse sin habla - siempre le renegué a mi padre el descuido que tuvo contigo.
María le agradeció la información y comenzó a caminar, repitiendo en su mente las indicaciones. Iba muy atenta a su alrededor. Después de un tiempo, se dio cuenta que realmente las casas no eran muchas, lo que hacía grande al pueblo, era el tamaño de esas inmensas mansiones.-Diez - contó y cruzó. Una ligera capa de sudor se le formó en la frente. Tardó más de una hora en atravesar todas las casas. Luego, fue contando de nuevo antes de cruzar a la derecha - uno… dos…tres…- la calle era larga, sintiendo extraño el material bajo sus pies - cuatro… - el aire le faltaba, quizás por el hecho de estar encerrada entre tantas paredes se sentía agobiada - cinco.Llegó al final de la última casa para buscar la puerta cafés. Corrió, recobrando las fuerzas. Pronto, divisó las largas gradas que daban paso a un pórtico muy alto. Las puertas parecían hechas para un establo de cincuenta caballos, de un color marrón fuerte, hechas de gruesas tablas. Una enorme aldaba colgaba de un lado. María puso el
En el trayecto, la colina que se alzaba a un lado emitió sonidos extraños. Por una parte estaba tranquila ya que Juana se fue a salvo; pero a ella le tocó esquivar alguna que otra piedra. Unas cuantas fueron lanzadas desde lo alto. Del tamaño de una palma, a una velocidad tan fuerte que si le hubieran golpeado seguramente le causarían una gran herida.Suspiró, dando un pisotón. Estaba a punto de subir a enfrentar al bromista; no obstante, las puertas del pueblo se encontraban ya a la vista. Dejando de lado el problema, caminó más rápido. Los grandes muros rodeando una inmensidad de casas cubrían la vista al interior. Los puertas reforzadas eran más altas que tres personas juntas y más anchas que un centenar. Al menos, eso era desde el punto de vista de María, quien no conocía más que la pequeña aldea donde vivía.Al llegar ante ellas, se paró en lo bajo. Sintiendo el enorme poder de la maravilla que podría aplastar su cuerpo. Su cuello dolió al mantenerlo estirado, en un intento de lo
María tiró el sobre al otro lado; mientras sujetaba, con ambas manos, el papel en sus dedos. La otra cabeza se asomó, juntando la mejilla a su hombro. Pegándose como si fueran uno. El sol traspasó la carta, haciendo casi transparente el material delgado. Lentamente, comenzaron a leer.“María, querida. Sólo después de muerto puedo prometerte lo que te corresponde; pero no te precipites. La pequeña fortuna que soy capaz de dejarte también está sujeta a la aprobación de mis hijos legítimos; así que me veo obligado a imponer algunas condiciones. Si quieres y si tu rencor hacia mi te lo permite, debes buscar los restos de este testamento. Del cual, dejé una parte con cada uno de mis hijos. Si logras juntarlo por completo en menos de cinco días después de mi muerte, la herencia será tuya; sino, olvídate de ella. Por lo demás, no te preocupes. A mis hijos les he dejado impuesta la obligación de entregarte las cartas; de lo contrario, serán ellos los perjudicados. Con cariño, Ignacio del C
-¡María!, ¡María! - los gritos recorrieron la larga distancia - ¡ha muerto!, ¡ha muerto! - a pesar de haberse acercado corriendo; aún así, le siguió gritando.El agua fría entumecía sus manos. Su espalda encorvaba, se recompuso ligeramente para observar a la persona gritando - ¿de quién hablas? - no pudo evitar agitarse.-¡Ha muerto!, ¡ha muerto! - no paraba de gritar; pero, a pesar de sus palabras no notaba ninguna muestra de tristeza en su rostro. Al contrario, mostraba emoción incontenible.María dejó la prenda que estaba lavando. Se levantó; mientras se secaba las manos en su ropa - ¿de qué estás hablando?, me estas confundiendo.La joven se acercó a tomarle los hombros - ¿no entiendes? - sus ojos brillaron; en tanto sus labios se estiraron en una sonrisa - ¡ya se murió! - festejó - ¡es hora de que leas esos papeles que te dejó! - habló con tal fuerza que todo su aliento golpeó la cara de María; aun siendo varios centímetros más baja.De pronto, toda la sangre se esfumó de su rost
Último capítulo