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Capítulo IV: Primer encuentro

María le agradeció la información y comenzó a caminar, repitiendo en su mente las indicaciones. Iba muy atenta a su alrededor. Después de un tiempo, se dio cuenta que realmente las casas no eran muchas, lo que hacía grande al pueblo, era el tamaño de esas inmensas mansiones.

-Diez - contó y cruzó. Una ligera capa de sudor se le formó en la frente. Tardó más de una hora en atravesar todas las casas. Luego, fue contando de nuevo antes de cruzar a la derecha - uno… dos…tres…- la calle era larga, sintiendo extraño el material bajo sus pies - cuatro… - el aire le faltaba, quizás por el hecho de estar encerrada entre tantas paredes se sentía agobiada - cinco.

Llegó al final de la última casa para buscar la puerta cafés. Corrió, recobrando las fuerzas. Pronto, divisó las largas gradas que daban paso a un pórtico muy alto. Las puertas parecían hechas para un establo de cincuenta caballos, de un color marrón fuerte, hechas de gruesas tablas. Una enorme aldaba colgaba de un lado. María puso el pie en la primera grada y se detuvo.

No tenía las palabras para iniciar una conversación. Además, ¿qué pasaría si se encontraba con su padre?. ¿Cómo explicaría su llegada?.¿Y si se enteraban que había abierto la carta sin antes comprobar que estaba muerto?. Bajó el pie. Se giró y regresó unos pasos antes de dar la vuelta de nuevo y correr a la entrada. Movida por el impulso agitó la aldaba.

Los golpes resonaron en el exterior. Por el grosor de la puerta no fue capaz de escuchar ningún sonido desde dentro. De pronto, la puerta tronó para luego despegarse. María dio un salto atrás. Una mujer, de aproximadamente su edad, salió con las manos unidas al frente. La miró en silencio con mucha paciencia.

-Eh… disculpa - sin querer, escaneó todo el aspecto de la joven, de pies a cabeza. De repente, se dio cuenta de su falta de respeto; así que regresó la vista a su cara - ¿aquí vive don Ignacio del Cid?.

La cara de la joven se puso pálida, tragó saliva e inhaló - No. Eh…- dudó, mirando hacia adentro de la casa - ¿Quién lo busca? - preguntó después, apretando sus dedos con nerviosismo.

-Yo - exclamó - vine a… - Pensó - vine a visitarlo.

-¿pero, quién es usted? - una esquina de su boca se elevó ligeramente; sin embargo, María no logró diferencia si se estaba burlando de ella.

-Yo soy… yo soy su… - nunca llegó a suponer que cada pregunta sería peor que la anterior. Estaba a punto de marcharse.

Cuando la joven la interrumpió - me refiero a cuál es su nombre.

-¡ah! - comprendió - soy María.

-María - repitió la joven - espere un momento - enseguida, le cerró la puerta en la cara. María se quedó estática en el lugar, hasta que volvieron a abrir. La misma joven se presentó - por favor, pase.

María dudó, el interior le resultó tenebroso desde fuera - ah… Yo…

-Mi señora la está esperando - informó con prisa.

-¿tu señora?. Eh, no…yo.

-Ella quiere hablar con usted. Ya la está esperando - la joven se hizo a un lado y levantó una mano, indicando el camino.

Sin más opción, suspiró. Alargó la pierna, introduciéndose en el interior de tal construcción. Sólo el pasillo era mucho más amplio que su casa entera y el triple de largo. La luz que entraba por el ventanal del fondo, únicamente alumbraba su espacio, sumergiendo el resto en la oscuridad. El sonido de los pasos rebotó a través de los muros. Como manecillas de reloj que mantenían el suspenso de una noticia desastrosa.

Todos sus vellos se pusieron de punta. Después, la puerta tronó, asustándola. La joven guió el camino, moviéndose con prisa hasta llegar a una habitación cerrada. Abrió y habló desde fuera - Señora, ya está aquí.

-Déjala que entre - una voz suave salió de la habitación.

La joven se volteó y le indicó que entrara, dejando la mano extendida. No fue hasta que María pasó al interior que la joven bajó la mano y la dejó encerrada en otro lugar igual de tenebroso. En el área, las ventanas cubrían todo el fondo, separadas tan sólo por un metro del suelo. La luz era cegadora. Le costó un tiempo acostumbrarse. Hasta que las cosas fueron tomando forma. El marcó de las ventanas hecho en cruz, sombreaban el suelo. Una de ellas, se dibujó sobre un gran escritorio.

Había objetos arriba, adornos finos y libros ordenados. Un poco más a la orilla del escritorio, percibió un objeto indistinguible. María dio un paso adelante, siguiendo la figura con sus ojos. Un par de manos unidas, seguidas por un par de brazos delgados se escondieron justo bajo la sombra de la columna. La blancura de unos ojos parpadeó enfocados en ella.

María dio un paso atrás, tropezando con algo y casi cayendo. A duras penas logró estabilizarse. Bajó la cara, la esquina de una alfombra se dobló a sus pies. Luego, la voz regresó su atención a la persona - Así que… - La figura se fue levantando - tú eres María - el sonido era suave y tranquilo. Caminó a un lado, donde la luz alumbró su figura esbelta. María no pudo despegar la vista de ella - la hija ilegítima de mi padre.

-Señora… - Fue lo único que logró pronunciar.

Vio una sonrisa formarse en ese rostro tan dulce - puedes llamarme Elizabeth - se movió hasta la esquina para luego recostarse en los sofás cubiertos por la oscuridad - ven a sentarte - le ofreció amablemente.

María se sujetó un brazo, encorvando la espalda - Aquí estoy bien - sonrió tímidamente.

-Ven a descansar. Seguramente has hecho un viaje largo ya que llegaste justo antes del anochecer.

María apenas levantó la cara al empezar a caminar. Pisó con cuidado la alfombra, dando pasos pequeños. Llegó a una esquina alejada y se sentó en la orilla. Evitó girar el cuerpo para que no pudiera verla por completo; puesto que la distancia que conservó aún no era suficiente para su tranquilidad.

-¿estás cómoda? - escuchó - hay suficiente espacio para ti - Elizabeth temía que el cualquier momento cayera al suelo dado a que se sentó demasiado a la orilla.

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