María tiró el sobre al otro lado; mientras sujetaba, con ambas manos, el papel en sus dedos. La otra cabeza se asomó, juntando la mejilla a su hombro. Pegándose como si fueran uno. El sol traspasó la carta, haciendo casi transparente el material delgado. Lentamente, comenzaron a leer.“María, querida. Sólo después de muerto puedo prometerte lo que te corresponde; pero no te precipites. La pequeña fortuna que soy capaz de dejarte también está sujeta a la aprobación de mis hijos legítimos; así que me veo obligado a imponer algunas condiciones. Si quieres y si tu rencor hacia mi te lo permite, debes buscar los restos de este testamento. Del cual, dejé una parte con cada uno de mis hijos. Si logras juntarlo por completo en menos de cinco días después de mi muerte, la herencia será tuya; sino, olvídate de ella. Por lo demás, no te preocupes. A mis hijos les he dejado impuesta la obligación de entregarte las cartas; de lo contrario, serán ellos los perjudicados. Con cariño, Ignacio del C
Ler mais