María tiró el sobre al otro lado; mientras sujetaba, con ambas manos, el papel en sus dedos. La otra cabeza se asomó, juntando la mejilla a su hombro. Pegándose como si fueran uno. El sol traspasó la carta, haciendo casi transparente el material delgado. Lentamente, comenzaron a leer.
“María, querida.
Sólo después de muerto puedo prometerte lo que te corresponde; pero no te precipites. La pequeña fortuna que soy capaz de dejarte también está sujeta a la aprobación de mis hijos legítimos; así que me veo obligado a imponer algunas condiciones. Si quieres y si tu rencor hacia mi te lo permite, debes buscar los restos de este testamento. Del cual, dejé una parte con cada uno de mis hijos. Si logras juntarlo por completo en menos de cinco días después de mi muerte, la herencia será tuya; sino, olvídate de ella.
Por lo demás, no te preocupes. A mis hijos les he dejado impuesta la obligación de entregarte las cartas; de lo contrario, serán ellos los perjudicados.
Con cariño, Ignacio del Cid”.
-por como escribe, parece que te hubiera tenido mucho cariño cuando estaba vivo - Juana no pudo sostener el silencio que María necesitó para procesar la información.
-¿de qué fortuna estará hablando?.
-Tal vez te dejó una mansión - dijo emocionada - o el dinero suficiente para comprarte una.
-¿Será cierto? - sus ojos no se apartaron del papel.
-¿No te dio él mismo la carta?.
-Sí, pero… - pensó - fue la única vez que vino a visitarme y fue después de que mi madre murió.
Ciertamente, tal señor nunca mostró importancia por ella. Esa única vez que la visitó, llegó a casa con el sobre en la mano, prometiéndole un futuro mejor, lo entregó y se fue. Dejándole como condición, abrirlo hasta que supiera que ya había muerto. Él tenía prioridad por sus hijos legítimos y una niña nacida fuera del matrimonio no era bienvenida; además que su propia familia no la aceptaba. Su esposa la odiada y a sus hermanos nunca los conoció.
-Mn - Juana se despegó - pues no lo sabrás si no lo averiguas. ¡Ay! - gritó de repente - ¡y tienes que apurarte!, ¡te ha dado sólo unos días y recuerda que esa gente vive lejos!.
-Sí - dijo desanimada - no sé si deba ir.
-¡¿qué pierdes con intentar?! - su poca madurez no le daba la fuerza para medir su emoción - Ve a ver y si tienes una casa nueva, llévame a vivir contigo aunque mi hermano no quiera.
No muy convencida, al final decidió ir a comprobar el testamento. Tenía un tiempo tan limitado que ese mismo día preparó sus cosas y partió. En el camino, Juana iba saltando las pequeñas rocas dispersas. No era tan niña. Ya pasaba los quince años; pero su comportamiento siempre era muy animado.
Agitando los brazos, le dijo - a la gente con dinero no le gusta vivir cerca de nosotros. Es una lástima que Juan sólo me haya dado permiso para acompañarte hasta el límite. Yo quería conocer todo el pueblo.
María bajó la cabeza, cargando el sacó, con algunas pocas cosas, sobre su hombro. Juan, hermano de Juana, se negó rotundamente a apoyarla siquiera para comprobar el documento. Le dio la espalda y no volvió a dirigirle la palabra ni siquiera cuando se despidió. María estaba deprimida; puesto a que ellos eran su más preciado tesoro.
Desde pequeños, se criaron juntos. Al momento en que su madre murió, se mudaron a la misma casa. Un tiempo después, descubrió los sentimientos especiales que Juan tenía por ella; así que su relación empezó a ser más íntima, hasta ese día. Cuando él cortó toda comunicación con ella por un motivo que no entendía. Caminó pensando en él por un tiempo.
Cuando, de repente, un crujido sonó desde lo alto de la colina. Las dos jóvenes alzaron la vista, paralizándose ante el estruendo. Desde las alturas, una roca se movió. Era de tamaño considerable; pero ante sus ojos se notó el balanceo. Después, pasó los obstáculos y comenzó a rodar en su dirección.
-¡María! - Juana fue dominada por la sorpresa. María corrió en su dirección y paró a su lado para ver al objeto pasar por atrás. La piedra estaba muy lejos; añadiendo la velocidad con la que rodó, no causó tanto peligro como para preocuparla -¿Qué fue eso?.
Miraron hacia arriba. La esquina de unas ropas se agitó justo antes de esconderse - quizás, alguna broma de un niño.
-¡Qué imprudente! - se quejó - ¿no tendrá a nadie que lo corrija?.
María meneó la cabeza, despejándola de cualquier distracción - No importa, sigamos - después de ese incidente, se preocupó por Juana; así que no se separó de su lado en el resto del trayecto. Al llegar al límite, donde debían separarse, se volteó hacia ella - ¿no será muy peligroso que regreses sola?. ¿Y si te lanzan piedras?.
Pero la joven no se preocupó - Descuida, me iré corriendo y si se atreven a hacerme daño no los dejaré escapar hasta darles su merecido.
-No te arriesgues, ¿qué le diré a tu hermano si te pasa algo?. Sigo creyendo que debo acompañarte de regreso.
-¿para qué?, puedo defenderme sola; además, sería una pérdida de tiempo el que haya venido hasta aquí.
María no estaba muy convencida; no obstante, cedió ante los argumentos de la joven. Se quedó para; mientras la veía alejarse. La figura saltó a lo lejos hasta que desapareció a la distancia. Entonces, María dio un paso, atravesando el límite. A decir verdad, era un límite psicológico que la gente de su estatus se había puesto. Ninguna gente común se atrevía a caminar más de esa línea invisible. Solamente comerciantes que exportaban productos iban sin restricción.
La única manera de diferenciar el límite era el cambio en el camino. El color de la tierra era más claro y la vegetación no abundaba tanto. Desde ahí tenía que caminar, por un tiempo largo, para llegar a donde vivían los ricos. Sin importar si obtendría algo o no, su único lamento era perder un día de trabajo con el viaje. Pero se decidió a que al menor indicio de que era mentira, volvería de inmediato.