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8 El Escéptico Y El Espía

La mansión de Brickell se despertó bajo un velo de tensión. Esa mañana, la farsa debía pasar su primera prueba de fuego. Henry Daniels, el abogado y amigo íntimo de Iván, llegaba para una revisión exhaustiva de los preparativos antes de la visita de la trabajadora social.

Alma se miró al espejo, casi sin reconocerse. Llevaba un vestido de lino color crema, sencillo, pero de una elegancia insultante, y el cabello recogido en un moño bajo que gritaba sofisticación.

Se sentía como una actriz minutos antes de que se abriera el telón, pero con la diferencia de que, si olvidaba su guion, su madre perdería el techo y ella terminaría en una celda de migración.

Bajó al gran salón, donde Henry e Iván conversaban en voz baja cerca de la chimenea de mármol, al verla, Henry dejó de hablar y la observó con una intensidad clínica, como si buscara una costura suelta en su nueva identidad.

— Buenos días, Sr. Daniels —dijo Alma, forzando una sonrisa amable que no llegó a sus ojos.

— Dime Henry, por favor —respondió él, aunque su tono era cualquier cosa, menos amistoso— Iván me dice que Kira ya está encantada contigo. Debo admitir que eres una mujer de recursos, Alma.

A Ivan no le gustó ni un poco la sonrisita de su amigo con la chica, lo conocía demasiado bien como para saber que la exuberante latina no le era completamente indiferente.

Se acercó a ella y, en un gesto calculado, le rodeó la cintura con el brazo. Alma se tensó ante el contacto, pero se obligó a inclinarse ligeramente hacia él como si fuer de modo natural, la proximidad de Iván, su calor y el aroma de su colonia, seguían siendo una distracción peligrosa.

— Alma es perfecta para el papel —afirmó Iván, su voz era fría, enviando un mensaje claro a su abogado.

— Eso espero —replicó Henry una vez que se quedaron a solas en la biblioteca, mientras Iván atendía una llamada— Escúchame bien, Alma, sé que necesitas el dinero, y sé que Iván te necesita a ti, pero no te equivoques… — Daniels, le advirtió.

— Él es como un hermano para mí, y Kira es lo más sagrado que tiene. Si estás planeando algún juego paralelo, o si pretendes lastimarlos cuando este contrato termine, me encargaré de que te arrepientas.

Alma sintió que la sangre le hervía, tanta amabilidad no podía ser cierta, se enderezó, recuperando la chispa de la mujer que le había dado una bofetada a Víctor Gálvez.

— No me amenace, Henry — Tuteándolo por primera vez — Ustedes hablan de lo que Iván pierde, o de lo que yo gano, pero nadie menciona que yo he tenido que borrar mi nombre, separarme de mi madre y vivir bajo el techo de un hombre que me trata como a una propiedad. Mi dignidad también tiene un precio, y créame, ¡lo estoy pagando con creces!

Henry la miró sorprendido, por primera vez, el escepticismo en sus ojos dio paso a un respeto reacio, abrió la boca para responder, pero el timbre de la mansión interrumpió la conversación.

No era la trabajadora social, todos volvieron a respirar.

El hombre que entró en el salón destilaba una cordialidad aceitosa que hizo que el vello de la nuca de Alma se erizara, era Peter Stone, uno de los socios mayoritarios del banco y el hombre que Iván sospechaba que filtraba información a Lina.

— ¡Iván! —exclamó Peter, extendiendo las manos— Perdonen la intrusión, pasaba por la zona y pensé que debíamos cerrar los flecos de la fusión antes de la cena de mañana.

Iván se tensó visiblemente, pero su máscara de CEO permaneció impecable.

— Peter. No esperaba verte en mi casa un domingo — Secamente.

Peter no respondió de inmediato, sus ojos se clavaron en Alma, recorriéndola de arriba abajo con una lentitud que resultaba ofensiva. Había algo depredador en su mirada, una curiosidad que iba más allá de lo profesional.

— ¿Y quién es esta belleza? —preguntó Peter, acercándose a ella— No me digas que los rumores son ciertos y que el soltero de oro finalmente ha sido capturado.

Iván dio un paso al frente, acortando la distancia entre él y Alma, marcando su territorio con una autoridad que no admitía la mínima estupidez.

— Peter, te presento a Alma Reyes, mi prometida —dijo Iván, con la voz más fría que el hielo de un glaciar— Alma, él es Peter Stone, socio del banco.

Peter tomó la mano de Alma y la besó, manteniendo el contacto visual un segundo de más.

— Un placer absoluto, Alma. Iván tiene un gusto... exquisito, me sorprende que te haya mantenido tan oculta, una mujer como tú debería estar en la portada de cada revista de Miami.

— El Sr. Lockwood prefiere la privacidad en nuestra relación —respondió Alma, retirando su mano con firmeza— Si nos disculpan, debo ir a ver cómo está Kira.

Alma se retiró, sintiendo la mirada de Peter Stone quemándole la espalda y el trasero como un escáner, sabía que aquel hombre no había venido por negocios, había venido a inspeccionar la grieta en el muro de Iván.

En el salón, el silencio se volvió cortante.

Peter se giró hacia Iván con una sonrisa socarrona.

— Tienes suerte, Lockwood. Es hermosa, aunque... me resulta familiar. ¿Seguro que no la he visto antes en el banco? ¿Quizás en algún nivel menos... elevado?

Iván se acercó a Peter, invadiendo su espacio personal con una furia contenida que hizo que Henry diera un paso adelante para intervenir.

— Ten mucho cuidado con lo que insinúas, Peter —amenazó Iván, con una voz baja y peligrosa— Ella es mi prometida, y te sugiero que mantengas tu interés en los números de la fusión y tus ojos lejos del trasero de mi futura esposa si valoras tu puesto en la junta.

Peter levantó las manos en señal de rendición fingida, pero su sonrisa no desapareció.

— Solo un cumplido entre socios, Iván, tranquilo, será mejor que terminemos esto en la oficina, ¿Vale? — Y recogió los folders ya desparramados en la mesa.

Peter salió de la mansión y, una vez en su coche, sacó su teléfono y marcó el número de Lina Holland.

Tenías razón, Lina, hay algo que no encaja con la prometida, pero no te preocupes, yo mismo me encargaré de descubrir qué esconde esa chica antes de la audiencia”.

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