Mundo ficciónIniciar sesiónIván Lockwood irrumpió en la mansión de los Daniels con los nervios al límite.. el ultimátum de la jueza y la sombra de Lina lo perseguían como una sentencia. Entró junto a Henry Daniels, su abogado, y lo primero que escuchó fue un grito que le heló la sangre.
— ¡Papá!
Kira corrió hacia él desde la penumbra del jardín, estaba cubierta de tierra, con el vestido blanco destrozado, y, tras ella, surgió una figura que Iván reconoció al instante, la mujer del café, Alma Reyes.
Lucía como si hubiera sobrevivido a una guerra, con el vestido rasgado y la mirada desencajada.
Iván alzó a su hija, revisándola frenéticamente, y al confirmar que estaba ilesa, su alivio se transformó en una furia paranoica. En su mundo, nada era casualidad.
— ¡Tú! —rugió Iván, señalando a Alma— ¿Qué haces aquí? ¿Cómo te atreves a tocar a mi hija?
Alma se detuvo, temblando por la adrenalina y el cansancio, y aAntes de que pudiera articular palabra, Iván la acorraló con una mirada asesina.
— ¿Cuánto te pagó Lina para que hicieras esto? —siseó— ¿Es un secuestro? ¿Un montaje para probar que no puedo protegerla? ¡Dime cuánto te dio mi exesposa por este teatro!
La bofetada verbal fue el límite, y Alma explotó.
El robo de su identidad, el ataque del perro y el terror por su madre convergieron en un grito que silenció el vestíbulo.
— ¡Cállese la boca, Sr. Lockwood! —gritó Alma, dando un paso hacia él sin un ápice de miedo— ¡Usted no sabe nada! ¡Su exesposa dejó a esta niña sola en el bosque para irse con un hombre! ¡Kira estaba a punto de ser destrozada por un perro mientras usted jugaba a ser el dueño del mundo!
Iván se quedó petrificado por la vehemencia de la mujer.
—¡Estoy harta de que me trate como basura! —continuó Alma, con la voz quebrada por la rabia— Su chofer, usted, todos en ese banco creen que pueden pisotearnos. ¡Yo no soy una secuestradora! ¡Soy la mujer que acaba de salvar a su hija de morir desangrada en su propio jardín!
Henry intervino rápidamente, sintiendo que la situación escalaba ante la mirada de invitados curiosos.
— ¡Basta! Iván, cálmate, Alma, ven conmigo, necesitas limpiar esas heridas.
Henry la guió hacia una sala privada, dejando a Iván a solas con Kira. El magnate bajó a la niña al suelo, tratando de recuperar la compostura.
— Kira, dime la verdad —preguntó con voz ronca— ¿Esa mujer te hizo algo malo?
La pequeña negó con la cabeza, aún sollozando.
— No, papá. Yo me perdí y tenía mucho miedo. El perro malo me quería morder, pero ella me puso debajo de sus brazos, ella se quedó quieta para que el perro no me hiciera nada. Ella me salvó.
Iván cerró los ojos, sintiendo un peso amargo en el pecho. No era una conspiración de Lina, era una deuda de vida, y en su mente de estratega, la pieza que faltaba para su rompecabezas legal acababa de encajar con una precisión brutal.
Minutos después, Iván entró en la sala donde Alma terminaba de lavarse el rostro, Henry estaba a su lado. El ambiente era pesado, pero la agresividad de Iván había desaparecido, reemplazada por un cálculo gélido.
— Señorita Reyes —empezó Iván— He hablado con mi hija. Le debo una disculpa y, aparentemente, mucho más que eso.
Alma lo miró con desconfianza, secándose las manos con movimientos mecánicos.
— No quiero sus disculpas, Sr. Lockwood, solo quiero irme a casa, pero me robaron todo, mi teléfono, mi cartera, mis permisos... no tengo cómo volver, ni cómo ayudar a mi madre —Su voz casi se quebró.
Iván intercambió una mirada con Henry. Era el momento.
— Sabemos lo de su madre, Alma —dijo Henry con suavidad— Sabemos que necesita un cuarto de millón de dólares para salvar su propiedad, además del tratamiento del corazón, y sabemos que no tiene estatus legal en este país.
Alma palideció, sintiéndose expuesta.
— ¿Me han estado investigando?
— Soy un hombre de negocios —cortó Iván— Y ahora mismo tengo un problema que solo usted puede resolver, necesito una prometida para presentar ante la Corte en diez días, una mujer que demuestre que mi hija tiene una madre presente y valiente, y usted ya demostró todo eso, y, en público.
Alma retrocedió un paso, pero Iván no le dio espacio para dudar.
— Le ofrezco un trato —dijo Iván, acercándose— Un contrato de matrimonio por un año, a cambio, yo le daré un millón de dólares, el depósito se hará mañana mismo.
Alma sintió que el aire se espesaba. ¿Un millón? Era cuatro veces lo que necesitaba para salvar la casa de su madre.
— Además —añadió Henry— yo me encargaré personalmente de su estatus migratorio, con mis contactos y su matrimonio con Iván, obtendrá la residencia legal de inmediato, no volverá a temer a una deportación.
Alma miró a los dos hombres.
Eran poderosos, implacables y le estaban ofreciendo la salvación, una que traía grilletes. Recordó la voz del matón que amenazó a su madre, recordó el vacío de haber perdido sus documentos en el bosque, no tenía trabajo, no tenía identidad, no tenía… salida.
— Un año —susurró Alma, con la voz llena de temor— ¿Solo un año?
— Un año de farsa pública —confirmó Iván— Y, usted tendrá su dinero, su nacionalidad y su libertad.
Alma cerró los ojos.
La dignidad era un lujo que ya no podía permitirse si quería que su madre viviera para ver el amanecer, el destino la había llevado a derramar un café, y ahora la obligaba a firmar el negocio de su vida.
— Acepto —dijo finalmente, levantando la barbilla y mirando a Iván con una chispa de desafío— Pero que quede claro, esto es un negocio, usted compra mi tiempo, nada más.
Iván asintió, impasible.
¡Bingo! Alma Reyes no solo era valiente, estaba desesperada, no tenía papeles y ahora, tras el robo, no tenía nada.
— Mañana a primera hora empezaremos a construir nuestra historia de amor, bienvenida a la familia, futura Sra. Lockwood.
Al día siguiente, Alma tomaba el bolígrafo que Henry le tendía, mientras firmaba el documento preliminar, sintió que ese millón de dólares era más pesado que cualquier cadena, había salvado a su madre, pero acababa de firmar con el diablo.







