Mundo ficciónIniciar sesiónLa mansión de Brickell no era un hogar para la chica era un mausoleo de cristal, acero y mármol que gritaba éxito en cada esquina, y para Alma, acostumbrada a los espacios reducidos y al calor humano de Hialeah, el lujo de los Lockwood resultaba gélido y alienante.
Cada vez que sus pies se hundían en las alfombras de seda o veía su reflejo en los espejos de suelo a techo, recordaba que era una pieza de ajedrez comprada con un millón de dólares.
— No toques nada de la colección de arte —le había advertido Iván al entrar— Y trata de no parecer una turista en tu propia casa.
Alma apretó los puños.
El resentimiento era lo único que la mantenía cuerda, pero el verdadero desafío no era el arte abstracto ni la domótica de última generación, sino la suite principal.
Al caer la noche, la realidad de la cláusula de proximidad se materializó con el maldito nudo retorciéndose en su estómago.
Iván estaba sentado en un sillón de cuero, revisando documentos en su tableta, mientras Alma permanecía de pie junto a la cama King size, sintiéndose como una intrusa en un espacio ajeno.
— No voy a dormir en esa cama contigo, Iván —declaró ella, rompiendo el silencio pesado de la habitación.
Iván ni siquiera levantó la vista —Ya lo discutimos. Los empleados entran a primera hora, si ven una cama deshecha y a ti durmiendo en el suelo, el rumor llegará a oídos de Lina antes del desayuno.
— Me da igual —Alma tomó un cojín largo y lo colocó exactamente en la mitad del colchón, creando una barrera física— Esta es la frontera, tú te quedas en tu lado, y yo en el mío, si cruzas esta línea, el contrato se acaba, me importa poco tu estúpido dinero.
Iván dejó la tableta y se puso de pie, caminó hacia ella con esa parsimonia peligrosa que lo caracterizaba y se detuvo a escasos centímetros, lo suficiente para que Alma pudiera oler su perfume, una mezcla de sándalo y lluvia exquisitamente peligroso, y sentir la radiación de su cuerpo.
— ¿Crees que te deseo, Alma? —preguntó él con voz baja, casi en un susurro— Eres valiente, te lo concedo, pero eres un problema logístico, no te toqué antes y no te tocaré aquí, no soy esa clase de hombre.
A pesar de sus palabras, la tensión eléctrica entre ambos era innegable, y la proximidad, el silencio de la noche y el hecho de estar en ropa de dormir…
Ella en un camisón de seda que el personal de Iván había comprado, y el solo con unos pantalones de chándal, creaban una atmósfera cargada de algo que ninguno quería admitir.
Alma no retrocedió, sosteniéndole la mirada hasta que él suspiró y se dio la vuelta, apagando las luces con un comando de voz.
A la mañana siguiente, Alma comenzó a observar las grietas en la armadura del CEO, a pesar de su frialdad con el mundo, la devoción de Iván por Kira era absoluta, lo vio supervisar personalmente el menú de la niña, asegurarse de que sus vitaminas estuvieran listas y revisar las cámaras de seguridad del jardín tres veces antes del mediodía.
Era un padre protector hasta la obsesión, un hombre que prefería construir una fortaleza alrededor de su hija antes que permitir que el mundo la lastimara de nuevo.
Sin embargo, esa protección era rígida, carente de la calidez que una niña de seis años necesitaba desesperadamente.
Por la tarde, mientras Iván estaba encerrado en su despacho atendiendo llamadas de Londres, Alma encontró a Kira en su cuarto, la niña estaba sentada en medio de una montaña de juguetes caros, mirando con tristeza un libro ilustrado.
— ¿Quieres que te lo lea, Kira? —preguntó Alma, sentándose en la alfombra.
Kira asintió con timidez.
— Papá dice que tengo que aprender a leer sola porque soy una Lockwood, pero las letras se mueven mucho cuando estoy cansada.
Alma sintió un nudo en la garganta.
Tomó el libro y comenzó a narrar la historia de una pequeña luciérnaga que buscaba su propia luz. No se limitó a lee, cambió las voces de los personajes, hizo gestos dramáticos y usó las almohadas para crear un pequeño fuerte donde ambas se refugiaron.
Kira reía, una risa cristalina que parecía devolverle la vida a las paredes estériles de la mansión. Poco a poco, la niña se fue relajando hasta apoyar la cabeza en el regazo de Alma, dejándose acariciar el cabello mientras escuchaba el susurro de la historia.
En el umbral de la puerta, oculto por las sombras del pasillo, Iván se detuvo.
Había salido de su despacho con la intención de recordarle a Alma las reglas de la cena, pero la escena lo dejó paralizado.
Vio a su hija, que siempre parecía llevar el peso del divorcio en sus hombros, riendo con total abandono, y a Alma, la mujer que él consideraba una herramienta de su estrategia legal, transformando su habitación en un lugar lleno de magia y calidez.
Sintió una punzada extraña en el pecho, celos, ¿quizás?, por la facilidad con la que Alma había traspasado las defensas de Kira. O tal vez era algo más peligroso, una fisura en su propia coraza emocional.
Ver a Alma bajo la luz suave de la lámpara, con esa expresión de ternura infinita, lo hizo dudar por primera vez de su capacidad para mantener este trato estrictamente profesional.
Iván apretó la mandíbula y se retiró antes de que lo descubrieran, el contrato decía que ella debía actuar como una madre, pero nadie lo había advertido de que Alma Reyes no actuaría. Ella simplemente era la madre que su hija en realidad necesitaba.
Justo cuando Iván regresaba a su habitación, el teléfono de la casa sonó, era Lina, y su voz sonaba triunfal a través del altavoz.
“Disfruta tu farsa, Iván, he contratado al mejor detective de Florida, si esa mujer tiene un solo secreto, lo encontraré antes de que termine la semana”.







