Mundo ficciónIniciar sesiónEl lunes amaneció con una urgencia eléctrica, Esa noche se celebraba la gala benéfica de la Fundación Starlight, el evento donde la pareja del año, debía hacer su debut oficial ante el escrutinio de la alta sociedad y los flashes de la prensa. Iván no iba a dejar nada al azar.
— Prepárate. Vamos a salir —ordenó Iván secamente, mientras terminaba un café solo en el comedor.
— ¿A dónde? —preguntó Alma, bajando las escaleras, llevaba unos vaqueros y una camiseta básica que había rescatado de su escaso equipaje.
— A comprarte una armadura, no puedes presentarte en la gala de esta noche pareciendo la asistente de alguien, necesitas el guardarropa de una mujer que está a punto de manejar el apellido Lockwood.
Alma se detuvo en el último escalón, el orgullo le escocía más que el cansancio.
— Ya tengo ropa, Iván, y no necesito que me sigas comprando cosas tan costosas, el millón de dólares ya es suficiente precio para mi libertad, no soy una muñeca que puedas vestir a tu antojo.
Iván dejó la taza con un golpe seco, y se acercó a ella, su presencia llenaba el espacio con esa autoridad natural que Alma odiaba y admiraba a partes iguales.
— Esto no es un regalo, Alma, es una inversión. Si entras en ese salón y los expertos en moda detectan una sola costura fuera de lugar, empezarán a hacer preguntas, y las preguntas llevan a la verdad. Elige, o te dejas vestir por los mejores, o le explicas tú misma a la jueza por qué la prometida de un multimillonario usa ropa de rebajas.
Alma apretó los dientes, pero asintió, la lógica de Iván era impecable, incluso cuando su tono era insultante, no había nada que pudiera debatir al respecto.
Llegaron a un atelier exclusivo en el Design District, un lugar donde no había etiquetas de precio y el aire olía a perfume caro y a secretos de Estado, la dueña, una mujer francesa de ojos afilados, los recibió con una reverencia casi real.
— Señor Lockwood, es un honor, y usted debe ser la misteriosa señorita Alma… —dijo la mujer, midiéndola con la mirada.
Iván se sentó en un sofá de terciopelo, cruzando las piernas con elegancia.
— Tráigale lo mejor. Algo que diga que ella es la dueña de la habitación, pero que conserve su... esencia —dijo Iván, haciendo una pausa en la última palabra.
Durante una hora, Alma se probó vestidos de seda, encaje y pedrería. Todos eran hermosos, pero la hacían sentir como una marioneta, eran vestidos diseñados para exhibir la riqueza de un hombre, no la personalidad de una mujer.
Usando su ingenio, Alma rechazó los modelos más recargados y ostentosos.
Finalmente, eligió un vestido de satén de seda en color verde esmeralda profundo, tenía un corte minimalista, con un escote asimétrico y una caída fluida que acentuaba su figura esbelta sin caer en la vulgaridad. Era un vestido que gritaba elegancia inteligente, no opulencia desesperada.
— Este —dijo Alma, saliendo del probador.
Iván se levantó como un resorte.
Por primera vez en días, el CEO se quedó sin palabras por un segundo, el color resaltaba la calidez de la piel de Alma y la determinación de sus ojos oscuros. Se acercó a ella, rodeándola para inspeccionar el ajuste.
— Falta algo —murmuró él.
Se detuvo detrás de ella. Alma sintió un escalofrío cuando los dedos de Iván rozaron la piel desnuda de su espalda, él extendió la mano para ajustar una fina correa de seda que se había deslizado, y el contacto fue eléctrico, fue una descarga de tensión física que hizo que Alma contuviera el aliento.
A través del espejo, sus miradas se cruzaron. No había desprecio en ese momento, solo una atracción cruda y prohibida que ambos intentaban ignorar.
Iván no retiró la mano de inmediato. Sus dedos rozaron la columna vertebral de Alma con una lentitud que no era necesaria para ajustar un vestido, y el aire entre ellos parecía haber desaparecido.
— Perfecto —dijo él finalmente, su voz en un tono más grave de lo habitual. Se alejó bruscamente, recuperando su antifaz de hombre de hierro— Nos lo llevamos.
De regreso en la mansión, mientras esperaba que el personal terminara de preparar su habitación para la noche, Alma decidió explorar la biblioteca de Iván en busca de un libro para Kira. Al mover unos volúmenes en una estantería alta, un sobre de cuero cayó al suelo.
Alma lo recogió, y al abrirlo, una fotografía se deslizó entre sus dedos.
Era una foto de la boda de Iván y Lina Holland, Lina aparecía radiante, envuelta en un vestido de novia que parecía costar una fortuna, rodeada de joyas y con una expresión de triunfo absoluto.
Su belleza era perfecta, fría y aristocrática.
En la foto, Lina no parecía una mujer, sino una reina nacida para el estatus que ahora Alma intentaba fingir.
Alma miró su propio reflejo en el cristal de la biblioteca y se sintió pequeña, una impostora de Hialeah intentando llenar los zapatos de una mujer que destilaba poder por cada poro. La diferencia de estatus no era solo una cuestión de dinero, era una brecha generacional de privilegios que Alma nunca podría cerrar.
« ¿Cómo voy a convencer a nadie de que soy la sucesora de esto? », pensó con amargura sintiéndose muy pequeña.
En ese momento, escuchó pasos y rápidamente guardó la foto, pero al girarse, se encontró con los ojos grises de Iván, el alcanzó a ver el sobre en sus manos y su expresión se endureció hasta volverse de piedra macisa.
— ¿Qué estás haciendo con eso, Alma? Hay cosas en esta casa que no están en el contrato.







