Mundo ficciónIniciar sesiónAlma Reyes descendió del autobús frente a la imponente entrada de la propiedad de los Daniels..el complejo, era una fortaleza de lujo frente al lago que intimidaba con sus muros de piedra y seguridad privada.
Se ajustó el vestido negro, sintiendo que cada costura le recordaba el propósito de su humillación,ver a Víctor, grabar su confesión y salvar a su madre.
Un letrero indicaba que los invitados debían seguir un sendero lateral, un camino de grava fina, flanqueado por una vegetación tropical tan densa que apenas dejaba pasar la luz de la luna.
A lo lejos, el eco de la música y las risas de la fiesta llegaban como un rumor lejano, pero allí, en el sendero, el silencio era absoluto y opresivo.
Alma apretó su bolso contra el pecho, allí guardaba su única arma, su teléfono móvil. También llevaba su cartera con sus documentos de identificación y el poco efectivo que le quedaba. Cada paso era una lucha contra el instinto que le gritaba que diera media vuelta.
El aire olía a tierra húmeda y jazmín, pero para Alma, olía a emboscada.
De repente, la oscuridad se movió.
Antes de que pudiera reaccionar, dos figuras surgieron de las sombras con una coordinación aterradora, no eran guardias. Un hombre corpulento la agarró por la muñeca, silenciando su grito con una mano áspera y sucia.
— Ni una palabra, preciosa —siseó el hombre. Su aliento, cargado de tabaco, le rozó la mejilla.
Alma luchó con desesperación instintiva, no era por las pocas joyas que llevaba, sino por su teléfono. ¡Por su plan!
El segundo atacante, más ágil, le arrebató el bolso de un tirón tan violento que la correa le quemó el hombro.
— ¡No! ¡Por favor, el teléfono! —suplicó Alma en un susurro quebrado.
El hombre corpulento la empujó contra el tronco de un roble y el impacto le sacó el aire de los pulmones.
Los ladrones, al notar que el bolso no contenía joyas ni grandes fajos de billetes, soltaron un insulto y se esfumaron en la maleza con la misma rapidez con la que habían aparecido.
Alma se desplomó sobre la grava, sollozando. Se sentía vacía, desnuda, había perdido todo.
Sin su teléfono, no tenía forma de grabar a Víctor, y sin su cartera, no tenía papeles que mostrar si la policía la detenía. En cuestión de segundos, había pasado de ser una mujer con un plan desesperado, a ser una sombra invisible en un país que no la quería.
El pánico la invadió.
Se arrastró por el suelo, buscando inútilmente sus pertenencias, pero el bosque solo le devolvió sombras, se levantó y empezó a correr sin rumbo, alejándose de la fiesta, impulsada por un terror ciego.
Fue entonces cuando lo escuchó.
No era el viento ni el ruido de los animales, era un llanto pequeño, rítmico y agudo. Un llanto de niño.
Alma se detuvo, con el corazón martilleando contra sus costillas, su propio dolor quedó suspendido, se abrió paso entre los arbustos, ignorando cómo las espinas rasgaban su vestido y su piel, y en un pequeño claro, bajo la copa de un árbol inmenso, vio una mancha blanca entre la tierra.
Era una niña. No tendría más de seis años.
Llevaba un vestido de seda blanca, ahora manchado de barro, y sus rizos dorados estaban pegados a su frente por el sudor y las lágrimas. Era Kira Lockwood.
— ¿Mamá? —preguntó la pequeña con un hilo de voz, mirando a Alma con esperanza y terror.
Alma se arrodilló al instante, envolviéndola en un abrazo protector, lLa vulnerabilidad de la niña borró cualquier rastro de su propia angustia. ¿Cómo era posible que la hija del hombre más poderoso del banco estuviera sola y perdida en medio de la noche?
— Tranquila, cariño, estás a salvo —susurró Alma, acunándola— Yo te voy a cuidar, conozco a tu papá.
Kira se aferró al cuello de Alma como si fuera un salvavidas —Mami Lina se fue con un señor malo... yo tenía miedo —sollozó la niña entre hipidos.
La rabia encendió el pecho de Alma, Lina Holland había abandonado a su propia hija en el bosque para seguir con sus intrigas. La negligencia era tan criminal como el robo que Alma acababa de sufrir.
— No llores, Kira, vamos a buscar a tu papá, él te está buscando —prometió Alma, poniéndose de pie con la niña en brazos.
Pero el bosque no iba a dejarlas ir tan fácilmente, un gruñido profundo y gutural vibró en el aire, haciendo que el vello de la nuca de Alma se erizara. Se giró lentamente, manteniendo a Kira pegada a su pecho.
Dos puntos amarillos brillaban en la oscuridad.
Un Rottweiler gigantesco, de pecho ancho y músculos tensos, emergió de las sombras. Era un perro guardián entrenado para atacar, y el brillo de sus colmillos bajo la luz lunar indicaba que no estaba allí para jugar.
El animal dio un paso adelante, bajando la cabeza, listo para saltar sobre las intrusas.
Kira soltó un grito de puro terror y escondió la cara en el hombro de Alma.
Alma sintió el frío de la muerte de cerca, no tenía armas, no tenía a dónde correr, lo único que tenía era su propio cuerpo.
Sin pensarlo, se dejó caer de rodillas, encogiéndose sobre la niña, usó su espalda como un escudo humano, cubriendo la cabeza de Kira con sus manos, esperando el impacto de las mandíbulas del animal.
— Cierra los ojos, Kira —ordenó Alma, apretando los dientes.
El perro rugió y se lanzó al ataque, y el aire se llenó del sonido de las garras rasgando la tierra y el aliento feroz del animal sobre el cuello de Alma.







