“Fuertes rumores apuntan a que el millonario, Brent White, de las empresas Roy, ha sido bendecido con gemelos, y ha llegado a Italia en compañía de la madre de sus hijos” —¡Déjame ir! —¿Eres Lynette Finn? —le preguntó aquel hombre con magnetismo animal. —Señor, me parece que se ha equivocado de persona. —No lo creo. El hombre continuó acercándose a la mujer, de pronto agarró la cintura de la mujer con una mano y levantó su barbilla con la otra. —Suélteme! tengo marido, y se llama Alan Soto. —Fundador de Roy Company. —¿Cómo sabe eso? ¿Quién demonios eres? Entonces, el hombre ladeó una sonrisa de media luna, manifestando en tono glacial: —El padre de tus hijos.
Leer másLYNETTE
—¿Estás segura de qué no vas a tener mayor problema con pagar todo el dinero que le pediste prestado a tu jefe?
La pregunta de mi madre me saca de mi ensimismamiento, si ella supiera lo que realmente está pasando, le da un infarto, por lo mismo, estos ocho y casi nueve meses, me he alejado de ella, al menos físicamente, porque seguimos manteniendo buena comunicación mediante llamadas y mensajes de texto.
Le he hecho pasar dinero para que pague por sus estudios, procurando hablar con el doctor a distancia, para que me diga qué tal va mi madre. Admito que los pronósticos no pintan bien, aunque no pierdo la esperanza de que pronto exista un donante cercano, hemos esperado tanto en la lista, que conforme avanzamos, siento que vamos tocando un pedazo de cielo.
—No te preocupes, todo va bien —miento, sintiendo como el remordimiento me golpea el rostro como una bofetada invisible.
Mi madre guarda silencio, después de un par de segundos, escucho que suelta su suspiro lleno de exasperación por no poder ayudarme con los gastos.
—Siento ser una carga para ti —dice.
—No lo eres.
—Escucha, cariño, sé que…
De pronto dejo de escuchar lo que me tiene que decir, una fuerte punzada en el estómago me deja muda, toco mi redondo vientre y respiro hondo, no sé si es niña o niño, ya que una de las cláusulas del contrato que firmé con Alan Soto, establecía que no tenía el derecho de saber el sexo del bebé, no soy idiota, sé lo qué conlleva tener un embarazo subrogado, aún, así, solo me hubiera gustado saber si es niño.
—¿Me estás escuchando, Lynette? —insiste mi madre con su típico tono de voz chillón.
—Sí, mamá, tengo que colgar —me apresuro a decir.
Sin darle tiempo de poner como excusa el que ya casi no nos vemos.
—Pero…
No espero, en cuanto cuelgo, un fuerte gemido cargado de dolor, se desliza por mis labios, cierro las manos en dos perfectos puños, tengo miedo, no tengo a nadie a mi lado que me oriente o que trate de convencerme de que todo estará bien, nada, estoy sola en esto, reviso mentalmente las semanas, las contracciones con más fuertes y consecutivas.
—Joder —susurro con impaciencia.
Sin perder más tiempo, saco de mi bolso el celular, con manos temblorosas y la boca seca, marco el número de Alan Soto, no responde, llamo a su abogado; Fabricio Curtin, quien me responde de inmediato.
—Lynette.
—¡Ya va a nacer! —exclamo justo cuando el dolor se intensifica.
—Sabes qué hacer, te veo en el hospital, trataré de llegar a tiempo.
—¿No estás aquí? —realizo una mueca.
—No, salí por un asunto de un cliente, me temo que llegaré en dos horas.
Eso no ayuda mucho, él no sabe el dolor por el que estoy atravesando, y tampoco es que pretenda que todo el tiempo pretenda que me ve como un ser humano y no como una incubadora de bebés.
—Está bien —susurro.
—Tranquila, me comunicaré con el hospital para que te atiendan bien.
Y diciendo esto, me cuelga, no es tiempo de llorar o esconderme como si fuera una niña pequeña, por ello, agarro la maleta que ya había preparado con anticipación hace tres semanas, y salgo de la habitación, como puedo bajo los peldaños de las escaleras con sumo cuidado, hasta que al momento de pisar el último escalón de mármol blanco, siento que algo se rompe dentro de mí.
Desciendo la mirada y me encuentro con un charco de agua, la fuente se me ha roto, mi andar es como el de los patos, para cuando salgo, tomo un taxi que no tarda en llevarme al hospital, pago y solo puedo recordar la cara de susto que se ancló en su rostro.
Me llevan a una habitación donde me preparan hasta que sin poderlo evitar, una vez estando dentro de la sala de partos, la doctora que está a cargo, me dice que tengo la suficiente dilatación, y que llego el momento de pujar.
—Vamos, tú puedes —me alienta.
Al momento de hacerlo, siento que me parto en dos, esto no son chispas de dolor, no, es más bien una corriente eléctrica que te recorre todo el cuerpo, recorriendo por tu espina dorsal, las lágrimas se me acumulan en los ojos, pujo con todas mis fuerzas, aferrándome a las sabanas de la camilla.
He planeado tanto esto, el dolor no se compara ni poco, con el miedo que me ahoga y hace que de un momento a otro me atragante con la misma bocanada de aire que tomo,
—¡Esto va mal! —grita la doctora de pronto.
Ella dice que el parto no va avanzando, el pitido de una de las máquinas me pone en alerta.
—No va a poder ser por parto natural —exclama una enfermera ayudante.
—¡No quiero cesárea! —arguyo con miedo—. ¡Tiene que ser un parto natural!
Esa era otra cuestión parte del contrato, por ello, Alan se aseguró de que yo tuviera todo lo necesario para que así sea.
Esta vez es terror lo que corre por mis venas. Presa de un nuevo pánico, me remuevo inquieta, las lágrimas brotan a mares de mis ojos, empapando y dejando todo un reguero por mis mejillas, grito desesperada al tiempo que los dolores me vuelven a atacar, esta vez con más furia que antes.
Agarro las sabanas con fuerza descomunal, inhalando y exhalando, no espero a sus instrucciones, el corazón está a nada de salirse de mi pecho.
—Nosotros no podemos decidir, es la naturaleza —niega la doctora.
—Una vez más, por favor —sollozo con el alma cayendo al suelo.
La doctora y la enfermera cruzan una mirada y asienten, me dan un par de instrucciones, pujo una, dos, tres veces, hasta que la doctora me dice que ha visto la cabeza, sigo pujando hasta que el llanto del bebé inunda toda la sala.
—¡Lo has hecho bien! —me dice la doctora—. Es…
No la escucho, los oídos me retumban, mi respiración se acelera, estoy tan agotada, que solo veo lo que sucede como si fueran imágenes borrosas del pasado. La doctora parece decirle algo a la enfermera, no escucho nada, no entiendo qué es lo que pasa, pero de lo que si me doy cuenta, es que en un descuido, por su parte, y en menos de tres segundos, al tiempo que ellas intercambian palabras.
Se acerca otra enfermera, una que las estaba asistiendo, saca una jeringa y me inyecta algo, intento preguntarle qué es, no puedo, porque enseguida, siento que mi cuerpo se adormece, todo se vuelve oscuro a mi alrededor, y me hundo en un profundo sueño sin saber de nada más.
ARADIAMe siento como una idiota, si bien no quería que esto fuera el inicio de alguna relación, tenía la esperanza de que se comportara como una persona madura, pero nadie elige a quien amar, y está claro que él nunca va a olvidar a Lynette, mucho menos dejará que alguien más se acerque a su corazón, solo está ella. En el trayecto a la selva, me doy cuenta de que estamos alejados de todo lo que consideraba mi lugar seguro, no solo por el hecho de que podemos morir, está la posibilidad, sino, porque si no nos matan los mercenarios, nos matamos nosotros. Mientras vamos en el avión, no voltea a verme para nada, es como si me hubiera convertido en un misero fantasma, quiero gritarle, pero eso nos dejaría mal parados delante de todos. —Nos preparamos, objetivo localizado a las seis —dice de repente. Aparto de mi mente todo pensamiento que no me deje ver con claridad, alisto mis cosas y cuando aterrizamos, comenzamos a caminar por la selva, mis compañeros van hasta adelante y a mí Zair
ARADIADebo haber perdido la cabeza, no puedo creer lo que estoy haciendo, ni en mis sueños más locos pensé que llegaría un punto de mi vida en el que me dejara influenciar por él, Zair no solo me retó, sino, creyó que no era capaz de hacerlo, y quedar como una cobarde con él, jamás. Mientras camino por los pasillos que llevan directo a mi habitación, siento la imperiosa necesidad de salir corriendo y esconderme en alguna parte del mundo donde nadie me pueda encontrar, si Jean me viera en este momento, probablemente diría que no soy yo la que persona que está viendo, pero lo soy. —Joder —susurro.Algunos de los agentes me silban, me miran con ojos llenos de lasciva, y justo cuando llego a mi habitación, con la piel húmeda por el baño, estoy a nada de cerrar la puerta, cuando me empujan y cierran con pestillo. —¿Qué haces? —pregunto furiosa. —Lo mismo debería decirte a ti. —Hice lo que me pediste, ahora vete. Me doy la media vuelta con la intención de ponerme ropa, cuando me gira
ARADIAMe congelo con lo que María me confirma, si bien tenía la sospecha de que me lo encontraría de vez en cuando en el cuartel, no pensé en ningún momento que él sería el jefe de la misión, el capitán, y esto es culpa del directo, él nunca lo mencionó y ahora veo por qué, me aparto de ellos sin importar lo que me dicen, me muevo entre la gente con la necesidad emergente de tomar una larga y enorme bocanada de aire. Cuando por fin salgo, alguien tira de mi cuerpo de nuevo, temo que sea Zair, pero para mi buena suerte es Jean. —¿Piensas irte sin mí? —me pregunta levantando una ceja con incredulidad. —No —susurro y miro por encima de su hombro. María discute con Zair y este tiene toda la intención de venir hacia aquí, así que tenso el cuerpo y solo espero a que todo esto acabe. —Vamos —dice Jean levantando la mano para tomar un taxi. No lo pienso dos veces, tengo mucho que procesar, sé que aunque quisiera dejar esta misión, no podría, debido a que mis cosas ya están en el cuarte
ARADIALos ojos de mi mejor amigo Jean, lo dice todo, no está contento con esta decisión y pienso lo mismo, yo tampoco, pero son órdenes de nuestros mayores y las tenemos que acatar, así son las cosas, no es una decisión que me tenga brincando de felicidad, en especial porque se trata de regresar al mismo lugar del que escapé y me corrieron después, todo por la culpa de un idiota. —Sabes que aún podemos escapar —bromea moviendo las cejas arriba y abajo. Sonrío al tiempo que niego con la cabeza. —Ni hablar —bromeo. —Al menos lo intenté —se encoge de hombros. Cierro mi casillero, solo será temporal, no es permanente y se siente como si me estuvieran enviando al matadero, no puedo con ello, pero me tengo que callar porque amo mi trabajo, tampoco han sido muy específicos en el tema, solo sé lo que se debe saber, que es rescatar a la hija del presidente, pese a ser de urgencia, nos tomamos este trabajo en serio, no somos simples agentes del FBI, eso solo es una fachada, la verdad es q
ZAIRMe niego a hacerlo, no puedo, es que simplemente no puedo, la vida me está castigando por algo que hice en el pasado, lo sé, lo siento, y ahora, no solo me estaba devolviendo el golpe, sino, que me está dando mil razones por las que niego con la cabeza y rechazo todo. —No —digo sin pensar, llamando la atención de todos. —¿Qué? —pregunta el jefe con indignación. Me pongo de pie, no me importa lo que piensen de mí, pero me niego a trabajar con Aradia, aparte de que es un error descomunal, no serviríamos de mucho estando juntos, ella me odia tanto como yo quiero mantenerla alejada de mí. Siento que el aire se acumula en mis pulmones sin que pueda hacer nada para impedir que los aplaste. —Lo siento, puedo manejar todo, pero no quiero a esa agente en mi equipo —me explico, logrando recuperar mi voz. El jefe entrecierra los ojos, nadie sabe lo que pasó, solo María, y eso es porque una noche bebí demasiado y solté la lengua, pero eso es todo, le hice prometer que no le diría nada
ZAIRGotas de sudor inundan mi cuerpo cuando despierto, mi respiración se corta casi al instante en el que abro los ojos, la misma pesadilla me persigue y no puedo hacer nada en contra de ello, la misma en la que Lynette aparece asesinada frente a mis ojos, sin que pueda hacer nada, mi pecho sube y baja, un subidón de adrenalina me recorre el cuerpo, mis músculos se aprisionan y trato de recordarme que nada de eso es real. Lynette vive feliz, con su marido, y yo… solo hice cosas de las que me arrepiento, ha pasado un año desde que mi vida dio un giro, desde que tuve que dejar ir a Rina y a ella, no es mi hija, y pese a ello, la quiero, porque la críe cuando Brentt no estuvo presente. Y ahora, no solo tuve que hacer eso, sino, hacerme a la idea de que ella es solo una amiga. Lo cierto es que tuve suerte de que aún me considere un amigo, después de todo lo que pasó con Elsa, la mafia italiana, nada de esto sería posible sin que ella me diera una nueva oportunidad, me cuesta creer que
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