2 Atrapada Sin Salida

Iván Lockwood no podía concentrarse. El olor a café rancio parecía haberse anidado en su irritación. 

Vestía un traje de repuesto, menos imponente que el Versace que ahora yacía arruinado por culpa de aquella empleada torpe. La reunión de inversionistas en el Lockwood Financial Group se prolongaba dolorosamente mientras él consultaba su reloj con insistencia.

— Señor Lockwood, con el debido respeto —dijo el Sr. Price, un socio nuevo con una sonrisa demasiado pulcra— los números de la fusión hablan por sí solos, su cautela nos está costando tiempo y dinero.

Iván, de pie en la cabecera de la mesa de caoba, golpeó la madera con su bolígrafo. Sabía que estos buitres olían debilidad tras las filtraciones sobre su vida privada.

— Mi cautela es lo que ha mantenido a este banco en la cima, Sr. Price —contestó Iván, con una voz más fría que el mármol del edificio— Ustedes buscan una oportunidad, yo protejo la herencia de mi hija. Aceptaré la fusión, pero solo bajo mis cláusulas.

La reunión se extendió cuarenta minutos más, y por fin, firmaron. 

Iván se puso de pie abruptamente, ignorando los apretones de manos, no había tiempo para diplomacia, la audiencia en la Corte Familiar ya había comenzado.

Corrió hacia el lobby esperando a su chofer, pero un mensaje en su teléfono detuvo su avance.

“Sr. Lockwood, un camión bloqueó la salida del garaje. No puedo mover el auto. Lo espero a pie en la calle principal”.

— ¡Maldita sea! —rugió Iván y miró su reloj, faltaban quince minutos— ¡Un taxi! ¡Ahora! —le gritó a su asistente.

El trayecto fue un calvario. 

El tráfico de Miami, bajo un sol implacable, era una serpiente de metal inmóvil, y cada segundo perdido era una victoria para Lina Holland, su exesposa. 

Lina, una mujer cuya ambición solo era superada por su narcisismo, no buscaba a la pequeña Kira por amor, sino por el poder, según el fideicomiso, si ella obtenía la custodia total, accedería al 51% de las acciones del banco.

Iván llegó a la corte diez minutos tarde, sudando bajo su traje oscuro. Al abrir la pesada puerta de madera, el aire se le escapó de los pulmones. 

Lina estaba sentada junto a su abogado, sonriendo con la satisfacción de una depredadora que ya saborea la presa. 

La jueza Davis lo observó por encima de sus gafas de lectura.

— Señor Lockwood, tarde otra vez. Ha faltado a esta corte en tres ocasiones. ¿Es esta la importancia que le da a su hija? —La jueza tamborileó sus dedos sobre el estrado.

— Su Señoría, fue un imprevisto corporativo...

— Basta de excusas, Sr. Lockwood. La Sra. Holland ha presentado pruebas de su irritabilidad e inestabilidad, incluyendo un informe sobre una discusión violenta que usted protagonizó esta misma mañana en su oficina.

Iván palideció, Lina había convertido un arrebato de mal humor en una prueba de peligro psicológico.

— La niña Kira necesita una figura materna estable, no un padre ausente y explosivo que prioriza Wall Street por encima de su hija —sentenció la jueza, cerrando el expediente con un golpe seco.

El pánico, una emoción que Iván rara vez permitía, le oprimió el pecho, podía ver el control deslizándose entre sus dedos, si perdía a Kira, Lina la usaría como un peón y luego la desecharía.

— ¡Su Señoría, ruego su comprensión! —Iván se levantó de un salto— ¡No soy inestable! Amo a mi hija y ella... ella tiene una figura materna. ¡Se lo aseguro!

La jueza arqueó una ceja, escéptica. 

— ¿Ah, sí? En los últimos seis meses, nadie ha visto a ninguna mujer a su lado, Sr. Lockwood. ¿De quién habla?

Desesperado, Iván soltó la primera mentira que su mente fabricó para sobrevivir. 

— ¡Tengo una prometida! —Las palabras salieron como un trueno— Me casaré pronto, ella tiene un vínculo maternal increíblemente fuerte con Kira.

Lina soltó una carcajada aguda y estridente. 

— ¡Es una mentira patética, Su Señoría! ¡No existe tal mujer!

La jueza observó el rostro desencajado de Iván y vio algo en sus ojos, no la arrogancia del banquero, sino el terror de un padre a punto de perder a su hija.

— Muy bien, Sr. Lockwood, le daré una última oportunidad, pero mi paciencia tiene un límite —La jueza se puso de pie— Difiero esta audiencia por solo diez días, debe presentarse aquí con su prometida, debe demostrar que existe una relación estable y un vínculo real con la niña. Si no cumple, o si descubro que intenta engañar a este tribunal, no solo perderá la custodia, ¡podría ir a prisión por perjurio!

El mazo golpeó la mesa, e Iván sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. 

Diez días. ¡Diez malditos días para encontrar una esposa y conservar a su hija!

Salió de la sala ignorando la mirada triunfal de Lina, en el pasillo, su abogado y amigo, Henry Daniels, lo alcanzó casi sin aliento.

— ¡Iván! ¿Una prometida? ¿En qué carajos estabas pensando? ¡No tienes a nadie!

— No importa, Henry —respondió Iván con voz ronca— Hallaré un modo.

— ¡Estás loco! Lina te va a destrozar si se entera de que es un montaje. ¿De dónde vas a sacar a una mujer dispuesta a meterse en este fango en diez días?

Iván se detuvo en seco al lado de su coche. Inspiró el aire húmedo de Miami y su mente, entrenada para los negocios de alto riesgo, empezó a filtrar perfiles. 

Necesitaba a alguien que no tuviera nada que perder, alguien lo suficientemente desesperada para aceptar dinero, pero con el coraje necesario para enfrentar a una víbora como Lina.

Entonces, la imagen de la mujer del lobby volvió a su mente y recordó su mirada, no era de sumisión, ¡ah no!, sino de una rabia digna, y recordó cómo lo enfrentó a pesar de ser una simple empleada.

— Necesito a una mujer que necesite un milagro —susurró Iván.

Sacó su teléfono y marcó a su jefe de seguridad. 

— Localiza a Alma Reyes. trabajaba en Recursos Humanos hasta hoy, quiero su expediente completo, su dirección y su punto débil en mi escritorio en una hora. Encuentra qué la motiva, dinero, familia, deudas... lo que sea. ¡Muévete!

— ¿Alma Reyes? ¿La chica del café? —Henry lo miró como si hubiera perdido el juicio— Iván, esa mujer te odia.

— Mejor aún —replicó Iván mientras subía al auto— El odio es una motivación más honesta que el amor, y por un millón de dólares, aprenderá a fingir que me adora. ¡A todas las mueve el dinero!

El coche arrancó, dejando atrás el palacio de justicia. Iván Lockwood tenía diez días para ejecutar la fusión más peligrosa de su carrera, su propio matrimonio falso.

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