No supe cómo reaccionar en ese momento, aparté la cálida mano de la mujer que me sostenía con fuerza. Era hermosa, de cabello plateado. ¿mi madre?
— ¿Qué está pasando? — pregunté, no reconocí mi propia voz, es como si fuese otra persona.
— Mi niña — comentó la mujer con voz cálida, sus ojos se llenaron de lágrimas — es muy difícil, han pasado muchas cosas, pero te prometo que te contaremos todo en el momento indicado, pero necesito que nos digas, ¿qué sucedió con los cazadores? Los encontramos congelados cerca de dónde te encontramos, pero, literalmente congelados.
Yo parpadeé un par de veces sin saber muy bien qué decir. Ciertamente no recordaba qué era lo que había pasado. ¿En realidad había ido a buscar venganza por la muerte de Helen? ¿Había ido a matarlos? ¿Había ido a morir prácticamente? Porque en el fondo yo sabía que tal vez eso era lo que iba a pasar cuando los enfrentara. Eran un grupo de hombres cazadores. ¿Cómo podría yo haber sido tan ingenuo de pensar que podría con ellos? Pero pudo mi deseo de venganza, un instinto que no sabía que tenía, me empujó a hacerlo.
Pero ¿qué era lo que había pasado exactamente? No recordaba. Los hombres me habían atacado, yo había intentado defenderme. Me habían atacado, habían intentado empujarme, quitarme mi ropa, y yo sentí una fuerte presión en el pecho, algo que salía de mí. Lo recordaba, pero no más. No sabía si podía confiárselo a aquella mujer.
—Cuando desperté, estaban congelados. Estaban completamente congelados. Yo sabía que estaban muertos, podía verlo en su expresión. Eran trozos de hielo sin vida.
—¿Quién eres? —le pregunté a la mujer, dando un salto en la cama y alejándome de ella, a pesar de que tenía rostro amable. Tuve miedo.
—Ya te lo dije. Mi nombre es Artemisa. Soy tu madre. Tu verdadera madre.
Yo levanté la cobija que cubría mi cuerpo y me puse de pie. La habitación era hermosa, hecha en maderas con tonos azulados y brillantes. Una enorme ventana cuadrada al exterior mostraba una intensa tormenta de nieve al otro lado. Tenía un extraño vestido de seda blanco que me cubría todo el cuerpo.
—Es imposible. Dices que estamos en la manada de los lobos blancos.
—Así es como la conocen ustedes —dijo la mujer, poniéndose de pie. Tenía una hermosa corona sobre la cabeza que contrastaba con su cabello plateado y oscuro como el petróleo—. Nosotros nos llamamos el Pueblo del Hielo, los Lobos de Hielo. Y tú eres una de nosotros. Eres mi hija.
—No. Yo nací en la manada azul. La manada de Luna Azul.
—Eso es lo que te hicieron creer —dijo la mujer. Me dio la espalda, caminando hacia la ventana—. No es una hermosa historia que me guste contar. Pero antes, nuestras manadas no eran enemigas. Fue un conflicto que inició el día de tu nacimiento. La Luna de la manada de Luna Azul y yo éramos amigas, Alicia. Éramos buenas amigas, y nos embarazamos juntas, y dimos a luz el mismo día.
Yo estaba ahí de pie, mirándome a mí misma, aunque no hacía frío en la habitación, me entró un extraño escalofrío.
—Pero la pequeña hija de Elena falleció en el parto. Un acontecimiento extraño, verás. Tanto el Alfa como la Luna de la manada azul eran lobos. Su hija era una loba de raza superior, así como su segunda hija. Pero la primogénita falleció en el parto. Era imposible, extraño. Nunca se había llegado a ver algo como eso. Parecía cosa de magia.
Cuando volteó a mirarme nuevamente, sus ojos azules brillaban.
—Ellos nos culparon a nosotros. Lo hicieron. La única manada que ha utilizado magia. Ellos creyeron que nosotros habíamos matado a su primogénita y vinieron por ti. Te querían matar también. Ambas nacieron el mismo día.
Mis rodillas comenzaron a temblar. Esa historia era imposible.
—Entonces, ¿por qué no me mataron?
—No lo sé —dijo Artemisa—. Lo único que sé es que entraron a mi cuarto después de invadir la ciudad. Cuando desperté, ya no estabas. No te mataron. Te tomaron como prisionera. Pero cuál fue nuestra sorpresa cuando, en vez de ver que eras una prisionera, resultó que te hicieron pasar como su hija.
Cerca de un pequeño mueble había una pequeña banquita. La tomé con las manos temblorosas y me senté en ella.
—¿Por qué? —le pregunté, aunque sabía que ya no tenía la respuesta. Me lo había acabado de decir. —Ellos me odian. Siempre me han odiado. ¿Por qué fingirían que yo era su hija si me odiaban de todas formas?
La mujer se quedó en silencio mientras caminaba y se sentaba en el borde de la cama para estar cerca de mí. Su toque humano en mi mano era cálido y tranquilo, pero todo mi impulso era apartarme y salir corriendo.
—No importa. Lo averiguaremos después. Por el momento, lo único que importa es que me digas qué fue lo que sucedió con el hielo esa noche.
—¿Esa noche? —le pregunté—. ¿Acaso no fue anoche?
Ella negó con la cabeza.
—Llevas más de una semana aquí. Una semana en la que no habías despertado, y tenía miedo de que no lo hicieras. Pero qué bueno que lo hiciste. ¿Recuerdas lo que sucedió?
—Yo... los enfrenté. Ellos me atacaron. Querían dañarme. No sé qué pasó. Cuando desperté, ya estaban así. Y no tiene nada que ver conmigo. Tal vez algo exterior los atacó.
—Tienes el poder del hielo. Lo sé. Nuestra manada lleva siglos esperando un lobo que venga con este poder, que fue prometido por la misma diosa Luna. Y eres tú.
Esta vez me puse de pie y negué con rabia.
—¡No! Yo ni siquiera soy una loba. Soy humana, común y corriente.
La mujer abrió los ojos sorprendida.
—Eso es imposible. Tú eres una loba. Tu padre es un lobo. Eres la heredera al mando de esta manada. Eres la portadora del poder del hielo.
Estaba a punto de negar, de decirle que estaba completamente equivocada, cuando la puerta se abrió. Un hombre también de cabello blanco apareció por la puerta. Tenía toda la pinta de ser una especie de guardia.
—Luna —dijo—, tenemos noticias de la manada de Luna Azul. Acaba de pasar algo increíble.
—Dime —pidió la mujer.
Él volteó a mirarme como si considerara no decir esa información frente a mí, pero Artemisa lo presionó.
—Un espía desconocido asesinó al Alfa de la manada azul. Ahora su yerno, el tal Mael, es el nuevo Alfa de la manada.
Un escalofrío que me recorrió el cuerpo. Mi padre estaba muerto. Mael se había logrado casarse con mi hermana, y ahora era el Alfa de mi manada. Todo empeoraba.
Hicieron una reunión del Consejo importantísima. La mujer que había estado a mi lado en el momento en que desperté desapareció antes de cruzar la puerta. Me miró a los ojos y me dijo: "Luego te explicaré todo con paciencia". Pero entonces yo me quedé sola en la habitación, prácticamente paralizada. ¿Era eso lo que había pasado? ¿Que mi padre estaba muerto y ahora Mael era el Alfa de la manada Luna Azul? ¿En qué momento habían cambiado las cosas? Todo eso tenía que ser una mentira.Me arrodillé junto a la ventana de cristal y observé el exterior. No podía verse nada más allá que nieve. La tormenta que cubría el bosque, la tormenta eterna que había escondido a la manada de los lobos blancos... a la manada del hielo, como la mujer Artemisa me había dicho que se llamaban. Pero todo eso era real. Todo aquello era real. Yo era la hija de esa mujer. No tenía ningún sentido.Me puse de pie y caminé hacia la puerta, esperando no ser una prisionera. Y entonces, cuando giré la perilla, la puerta
Los fuertes brazos del Alfa y otros hombres me sostuvieron para que no cayera al suelo. Luego me enderezó firmemente y me dijo:—No tienes que bajar la cabeza ante nadie.—Pero... —murmuré— me están acusando de matar a mi padre.—Ese hombre no era tu padre —me dijo con severidad, pero no estaba enojado—. Tu padre soy yo. Es mi sangre la que corre por tus venas. Y aunque fue ese hombre el que te crió, tampoco se comportó como un padre ejemplar.Pero eso tenía razón. Mi padre nunca se había comportado como un verdadero padre, al menos no después de que mi loba nunca emergiera. Los lobos siempre hacen su primera transformación después de los 8 o 10 años. Podía notar cómo mi padre cambió conmigo a partir de esa edad, cuando pasaban los meses y los años y mi loba nunca llegaba. Nunca llegó. Se sentía terriblemente decepcionado de mí.Pero ahora tal vez podía entender la razón. Ahora entendía que era porque, justo como Bastian lo acababa de decir, no era su sangre lo que corría por mis vena
Artemisa miró con firmeza a uno de los ancianos del Consejo, el que había preguntado sobre el poder del hielo.—Ya se los dije, ella no está en condiciones para pensar en eso ahora. ¿No se acaban de dar cuenta de que recién se entera de qué manada es la suya? ¿Y ahora esa manada la quiere muerta?—Mi esposa tiene razón —dijo Bastian—. Dejen descansar a nuestra hija. Si la diosa Luna quiso que el poder del hielo llegara a la manada, como tanto lo habíamos esperado en este momento, es por algo. Si esperamos toda una eternidad, podremos esperar un par de días más.Artemisa le agradeció a su esposo con un sentimiento de cabeza, pero los ancianos del consejo parecían inconformes.— ¡Déjenla! — dijo uno más. en la tarima a mi derecha estaba un hombre, era más joven que el resto, mucho, con el cabello rubio casi blanco y sus ojos se clavaron en los mios con interés — dejen que descanse, ha recibido muchas malas noticias — yo lo miré con agradecimiento, al igual que Artemisa que luego me tomó
Cuando cerré la rejilla del ducto de ventilación, me quedé ahí un segundo. No sabía si estaba haciendo lo correcto, pero tenía que confiar en mis instintos. Tenía que hacerlo. Eran los que me habían guiado toda la vida, los instintos que me decían qué era lo que debía hacer y qué no. Eran los que me habían mantenido viva durante todo el tiempo que viví en la manada de Luna Azul. Ahora tenía que confiar en ellos, tenía que confiar en que lo que me decían era verdad, que Kael no me mentía, que esa mujer no era mi madre ni ese hombre mi padre.¿Cómo podría ser verdad todo aquello? La mentira era peor que la anterior, se sentía más reforzada, más sucia. Así que, después de suspirar por un momento, comencé a avanzar. En algún momento, aquel ducto debía terminar en el exterior. Solo tenía que saltar y huir, aunque no sabía si podría llegar a hacerlo. La tormenta eterna azotaba aquel lado del bosque con violencia. No estaba segura si podría sobrevivir a ella, pero... pero había que intentarl
Me quedé observando la fotografía un largo minuto. Lo que pensé, sinceramente, era que aquello no podría significar nada. Que podría significar tal vez que ambas lunas sí habían sido amigas en el pasado, pero eso no significaba que toda la historia que me había contado Artemisa fuese real. Que mi madre -o mejor dicho Elena- hubiese enloquecido por la muerte de su hija y me hubiese arrancado de los brazos de mi verdadera madre. A pesar de que sus tratos hacia mí nunca habían sido los mejores, jamás llegué a imaginar que pudiera hacer una cosa como esa. ¿Realmente podría llegar a ser una cosa como esa? Quise creer que no.Le devolví la foto nuevamente al hombre. — Mi nombre es Valentín — dijo él presentándose, estirando su mano hacia mí.Yo tuve el impulso de salir corriendo en vez de tomarla, pero al final lo hice. Era grande y extrañamente cálida. — Soy el maestro del Consejo de Ancianos. Bueno, uno de los maestros al menos. — ¿Qué significa eso? — parpadeé un momento — . No tienen
Yo me quedé ahí de pie, esperando un sermón, pero la mujer me señaló el mueble en el que había caído. Me dirigí hacia él un segundo después de que Valentín apoyara con fuerza en el mueble y, con un movimiento hábil, volviera a poner el ducto de ventilación en su lugar. Me sentí un poco apenada por eso, pero ellos tenían que entender que para mí no era fácil comprender aquellas situaciones.Me senté en el mueble y Artemisa se sentó al otro lado. Era una mujer extraña, muy atractiva, pero podía verse completamente lo que era realmente: la Luna de esa manada. Nadie podría negarlo al verla. Era lo primero en que pensaba: una mujer poderosa y fuerte. — Quiero que nos des la oportunidad — me dijo — . En Luna Azul más recibiste que desprecio y maltrato. ¿En serio estabas pensando regresar allá? ¿Allá donde nunca nadie te consideró realmente una miembro?Yo aparté la mirada mientras me abrazaba a mí misma. Valentín estaba de pie, dándonos la espalda mientras observaba por la ventana, como si
Después de que estuve completamente vestida y organizada para salir, me miré en el espejo y traté de esconder el mechón blanco de cabello. Fue muy extraño porque a todos les había dicho que no, y yo no tenía idea de lo que había pasado. Y aunque ciertamente yo no tenía ninguna idea de lo que había pasado, era claro que sí había sido yo la que había congelado a los cazadores. Puse una mano en mi pecho y pensé: esa sensación que había sentido, ese impulso que me había llevado a hacer lo que hice, era parte miedo y parte rabia, en potencia y deseo. Lo entendía muy bien cómo habían sucedido las cosas. Y bueno, tenía que ser porque yo misma vi a los cazadores congelados, y ahora este mechón de cabello que me marcaba. Hubiese pensado que todo era mentira porque parecía increíble de pensar: ¿cómo era que yo había conseguido poderes de hielo? Yo, que ni siquiera mi loba había sido capaz de emerger.Tal vez era verdad. Tal vez yo sí era la hija de Artemisa. Pero estaba tan confundida que no er
El hombre estiró sus manos y envolvió mi cuerpo contra el suyo, correspondiendo el abrazo. Pero entonces supe que estaba haciendo algo indecente: apenas hacía una hora que lo conocía, no podía tener tal arrebato de emoción. Sin embargo, tampoco podía negarme a mí misma que aquel gesto había sido bastante hermoso. Enviar una expedición por el cuerpo de Helen para que yo pudiera enterrarla como se lo merecía era algo increíble, y a pesar de que apenas lo conocía, le agradecería siempre por eso.Pero llegó el momento y me aparté, aunque parecía que él quería conservar el abrazo un rato más. — Muchas gracias, Valentín — le dije con un tono neutro y profesional. Si yo era la hija del Alfa, él simplemente era un miembro de su consejo. — Está bien, vamos. Te enseñaré todo lo que tenemos aquí.No era extraño para mí pasear por las calles y ver lobos por todas partes. Las ciudades de los lobos estaban diseñadas para eso: para albergar aquellas criaturas gigantes en las que la diosa Luna nos