4.
La nieve allí nunca se derretía. Era el bosque del Invierno Eterno, así le llamaban, porque el invierno permanecía los 365 días del año. Siempre. Todo congelado. Por eso los árboles y los animales habían aprendido a sobrevivir también en ese lugar. Por eso no tuve que cavar un agujero en la tierra para enterrar el cadáver de mi amiga, porque la nieve bastaría para conservar su cuerpo por siempre.
La cargué a través del hielo y escogí una hermosa colina desde donde se observaba el invierno eterno: el río congelado que atravesaba el valle y el atardecer. Escarbé con mis propias manos un enorme agujero en el hielo y dejé delicadamente su cuerpo adentro. Lo llené de flores, de los pétalos amarillos que había llevado para salvarle la vida… pero había llegado demasiado tarde. Flores y nueces que encontré en el bosque las puse en su tumba, y no pude evitar llorar mientras mis manos dejaban el hielo sobre su cuerpo hasta que estuvo completamente cubierta.
Regresé a la cabaña un rato después, entumida, sola, vulnerable. Mi ropa aún estaba mojada y comenzaba a congelarse, pero extrañamente ya no sentía tanto frío como antes. Tenía tanta rabia en el cuerpo que me llenó de un calor que me hacía falta. Observé los restos de la cabaña, lo que alguna vez había considerado mi hogar y había considerado ser ya mi futuro, y sentí tanta rabia que emprendí mi camino hacia el bosque.
Ya no tenía nada más. No tenía un hogar. No tenía una manada. No tenía una amiga. Había perdido todo. Lo único que me quedaba en la vida era la venganza. Eso era lo único que me quedaba, y fue lo único a lo que me aferré.
Por eso corrí por el bosque con el cabello suelto, como una salvaje. Necesitaba encontrar a aquellos hombres, encontrar a los cazadores que habían matado a mi amiga. No sabía qué haría. No sabía cómo les vencería, pero tenía que hacerlo. Si fuese con mis propios puños, así muriera en el intento. Tal vez era lo mejor: que yo muriera, que ellos me mataran, que la persona que había mandado matarme lograra su cometido y así yo dejara de sufrir en este mundo.
Encontré sus huellas que pasaban cerca del sendero. La pesada nieve dejaba perfectamente marcado el camino que los hombres habían transitado. Y la noche ya comenzaba a caer. Tenía que encontrarlos antes de que anocheciera, o estaría perdida en el bosque a oscuras.
Pero lo hice. Seguí el rastro justo cuando mis ojos ya casi no lograban ver nada en la oscuridad, y vi la hoguera que habían formado cerca del asentamiento en donde estaban. Me recosté cerca de un árbol y los observé reírse y regodearse, sin importarles la muerte de Helen. Eran muchos, al menos diez.
Y entonces, cuando caminé hacia ellos, cuando me dejé ver en las llamas del fuego, se pusieron de pie y me observaron.
—¡Es ella! —gritó uno.
Pero en el momento en el que lo hizo, lancé la piedra que tenía en la mano, golpeando con fuerza su nariz, que comenzó a sangrar de inmediato. Todos corrieron hacia mí, riendo como si creyeran que yo sería una presa fácil. Tal vez lo era. Tal vez era lo que yo había querido. Tal vez no había ido a buscar venganza… había ido a morir.
Pero entonces me abalancé sobre uno de ellos y lo golpeé con fuerza. Con mis dientes, sujeté con fuerza la punta de su nariz y la arranqué. Tenía tanta rabia…
Pero entonces, un fuerte golpe en mi cuello me lanzó al suelo. Otro de ellos me sometió.
—Vamos a matarte porque nos lo ordenaron —dijo—, pero vamos a hacerte nuestra primero. Todos los hombres que estamos aquí te haremos nuestra, porque cometiste el error de venir a enfrentarnos.
Comenzaron a quitarme la ropa. Podía sentir el frío de mi desnudez.
—Morir es una buena idea —pensé—, pero ser usada hasta hacerlo… no.
Entonces peleé. Peleé con mis uñas y mis dientes, pero eran demasiados hombres. Ya no podía hacer nada. Yo misma me había metido en esa situación, y tendría que pagar las consecuencias.
Pero entonces, el cielo se despejó lo suficiente como para yo poder observar la luna a través de la tormenta eterna, y le supliqué con lágrimas en los ojos.
Pero cuando sentí la frialdad de las manos de los hombres tocando mis muslos, grité con rabia, con miedo, con tanto dolor, que sentí una extraña sensación en el pecho. Tan fuerte que me hizo gritar del dolor. Sentí cómo de mí salía algo, algo expulsado violentamente, como una sensación fresca de liberación.
Entonces perdí el conocimiento.
Cuando desperté, pensé que estaba en el cielo. Una sensación cálida me rodeaba. Abrí los ojos, y la luz del día ya había embargado el bosque. Cuando miré mi cuerpo, estaba cubierto por un hermoso vestido blanco. ¿De dónde habría salido aquel vestido?
Uno de los hombres que me había atacado estaba ahí, de pie a mi lado. Di un salto y quise apartarme, pero había algo extraño en él: estaba congelado. Completamente, absolutamente congelado.
Me puse de pie, aterrada, y volteé a mi alrededor. Todos los hombres estaban igual. Todos los cazadores, cubiertos de hielo, el tipo de hielo fuerte que los envolvía. Estaba segura de que ninguno estaba vivo; podía verlo en sus ojos.
¿Acaso yo había hecho eso? Era imposible. Pero esa sensación había salido de mi pecho.
Corrí, muerta del miedo, por entre el bosque hasta que tropecé con una rama y rodé por una pendiente. Me golpeé la cabeza y el cuerpo. Me quedé ahí, entre la nieve. Tal vez era lo mejor morir de esa forma. Tal vez era lo mejor. Seguramente ese sería mi destino: morir así.
Cerré los ojos y me dejé llevar por el frío.
Pero tenía tanto cansancio que no me di cuenta en el momento en el que llegó la oscuridad.
Cuando abrí los ojos, estaba en una hermosa habitación, con una cama suave y cálida. Traté de ponerme de pie, pero una mano se apoyó en mi pecho. Cuando volteé a mirar, había una mujer hermosa, de cabello blanco y ojos azules como el hielo. Me sonrió con alegría.
—Bienvenida —me dijo.
—¿Dónde estoy? —le pregunté—. ¿Quién eres?
—Mi nombre es Artemisa. Soy tu madre, tu verdadera madre. Estás en la manada de los Ojos Blancos, tu verdadero hogar, el lugar al que perteneces. Ya estás en casa.
No supe cómo reaccionar en ese momento, aparté la cálida mano de la mujer que me sostenía con fuerza. Era hermosa, de cabello plateado. ¿mi madre?— ¿Qué está pasando? — pregunté, no reconocí mi propia voz, es como si fuese otra persona.— Mi niña — comentó la mujer con voz cálida, sus ojos se llenaron de lágrimas — es muy difícil, han pasado muchas cosas, pero te prometo que te contaremos todo en el momento indicado, pero necesito que nos digas, ¿qué sucedió con los cazadores? Los encontramos congelados cerca de dónde te encontramos, pero, literalmente congelados. Yo parpadeé un par de veces sin saber muy bien qué decir. Ciertamente no recordaba qué era lo que había pasado. ¿En realidad había ido a buscar venganza por la muerte de Helen? ¿Había ido a matarlos? ¿Había ido a morir prácticamente? Porque en el fondo yo sabía que tal vez eso era lo que iba a pasar cuando los enfrentara. Eran un grupo de hombres cazadores. ¿Cómo podría yo haber sido tan ingenuo de pensar que podría con el
Hicieron una reunión del Consejo importantísima. La mujer que había estado a mi lado en el momento en que desperté desapareció antes de cruzar la puerta. Me miró a los ojos y me dijo: "Luego te explicaré todo con paciencia". Pero entonces yo me quedé sola en la habitación, prácticamente paralizada. ¿Era eso lo que había pasado? ¿Que mi padre estaba muerto y ahora Mael era el Alfa de la manada Luna Azul? ¿En qué momento habían cambiado las cosas? Todo eso tenía que ser una mentira.Me arrodillé junto a la ventana de cristal y observé el exterior. No podía verse nada más allá que nieve. La tormenta que cubría el bosque, la tormenta eterna que había escondido a la manada de los lobos blancos... a la manada del hielo, como la mujer Artemisa me había dicho que se llamaban. Pero todo eso era real. Todo aquello era real. Yo era la hija de esa mujer. No tenía ningún sentido.Me puse de pie y caminé hacia la puerta, esperando no ser una prisionera. Y entonces, cuando giré la perilla, la puerta
Los fuertes brazos del Alfa y otros hombres me sostuvieron para que no cayera al suelo. Luego me enderezó firmemente y me dijo:—No tienes que bajar la cabeza ante nadie.—Pero... —murmuré— me están acusando de matar a mi padre.—Ese hombre no era tu padre —me dijo con severidad, pero no estaba enojado—. Tu padre soy yo. Es mi sangre la que corre por tus venas. Y aunque fue ese hombre el que te crió, tampoco se comportó como un padre ejemplar.Pero eso tenía razón. Mi padre nunca se había comportado como un verdadero padre, al menos no después de que mi loba nunca emergiera. Los lobos siempre hacen su primera transformación después de los 8 o 10 años. Podía notar cómo mi padre cambió conmigo a partir de esa edad, cuando pasaban los meses y los años y mi loba nunca llegaba. Nunca llegó. Se sentía terriblemente decepcionado de mí.Pero ahora tal vez podía entender la razón. Ahora entendía que era porque, justo como Bastian lo acababa de decir, no era su sangre lo que corría por mis vena
Artemisa miró con firmeza a uno de los ancianos del Consejo, el que había preguntado sobre el poder del hielo.—Ya se los dije, ella no está en condiciones para pensar en eso ahora. ¿No se acaban de dar cuenta de que recién se entera de qué manada es la suya? ¿Y ahora esa manada la quiere muerta?—Mi esposa tiene razón —dijo Bastian—. Dejen descansar a nuestra hija. Si la diosa Luna quiso que el poder del hielo llegara a la manada, como tanto lo habíamos esperado en este momento, es por algo. Si esperamos toda una eternidad, podremos esperar un par de días más.Artemisa le agradeció a su esposo con un sentimiento de cabeza, pero los ancianos del consejo parecían inconformes.— ¡Déjenla! — dijo uno más. en la tarima a mi derecha estaba un hombre, era más joven que el resto, mucho, con el cabello rubio casi blanco y sus ojos se clavaron en los mios con interés — dejen que descanse, ha recibido muchas malas noticias — yo lo miré con agradecimiento, al igual que Artemisa que luego me tomó
Cuando cerré la rejilla del ducto de ventilación, me quedé ahí un segundo. No sabía si estaba haciendo lo correcto, pero tenía que confiar en mis instintos. Tenía que hacerlo. Eran los que me habían guiado toda la vida, los instintos que me decían qué era lo que debía hacer y qué no. Eran los que me habían mantenido viva durante todo el tiempo que viví en la manada de Luna Azul. Ahora tenía que confiar en ellos, tenía que confiar en que lo que me decían era verdad, que Kael no me mentía, que esa mujer no era mi madre ni ese hombre mi padre.¿Cómo podría ser verdad todo aquello? La mentira era peor que la anterior, se sentía más reforzada, más sucia. Así que, después de suspirar por un momento, comencé a avanzar. En algún momento, aquel ducto debía terminar en el exterior. Solo tenía que saltar y huir, aunque no sabía si podría llegar a hacerlo. La tormenta eterna azotaba aquel lado del bosque con violencia. No estaba segura si podría sobrevivir a ella, pero... pero había que intentarl
Me quedé observando la fotografía un largo minuto. Lo que pensé, sinceramente, era que aquello no podría significar nada. Que podría significar tal vez que ambas lunas sí habían sido amigas en el pasado, pero eso no significaba que toda la historia que me había contado Artemisa fuese real. Que mi madre -o mejor dicho Elena- hubiese enloquecido por la muerte de su hija y me hubiese arrancado de los brazos de mi verdadera madre. A pesar de que sus tratos hacia mí nunca habían sido los mejores, jamás llegué a imaginar que pudiera hacer una cosa como esa. ¿Realmente podría llegar a ser una cosa como esa? Quise creer que no.Le devolví la foto nuevamente al hombre. — Mi nombre es Valentín — dijo él presentándose, estirando su mano hacia mí.Yo tuve el impulso de salir corriendo en vez de tomarla, pero al final lo hice. Era grande y extrañamente cálida. — Soy el maestro del Consejo de Ancianos. Bueno, uno de los maestros al menos. — ¿Qué significa eso? — parpadeé un momento — . No tienen
Yo me quedé ahí de pie, esperando un sermón, pero la mujer me señaló el mueble en el que había caído. Me dirigí hacia él un segundo después de que Valentín apoyara con fuerza en el mueble y, con un movimiento hábil, volviera a poner el ducto de ventilación en su lugar. Me sentí un poco apenada por eso, pero ellos tenían que entender que para mí no era fácil comprender aquellas situaciones.Me senté en el mueble y Artemisa se sentó al otro lado. Era una mujer extraña, muy atractiva, pero podía verse completamente lo que era realmente: la Luna de esa manada. Nadie podría negarlo al verla. Era lo primero en que pensaba: una mujer poderosa y fuerte. — Quiero que nos des la oportunidad — me dijo — . En Luna Azul más recibiste que desprecio y maltrato. ¿En serio estabas pensando regresar allá? ¿Allá donde nunca nadie te consideró realmente una miembro?Yo aparté la mirada mientras me abrazaba a mí misma. Valentín estaba de pie, dándonos la espalda mientras observaba por la ventana, como si
Después de que estuve completamente vestida y organizada para salir, me miré en el espejo y traté de esconder el mechón blanco de cabello. Fue muy extraño porque a todos les había dicho que no, y yo no tenía idea de lo que había pasado. Y aunque ciertamente yo no tenía ninguna idea de lo que había pasado, era claro que sí había sido yo la que había congelado a los cazadores. Puse una mano en mi pecho y pensé: esa sensación que había sentido, ese impulso que me había llevado a hacer lo que hice, era parte miedo y parte rabia, en potencia y deseo. Lo entendía muy bien cómo habían sucedido las cosas. Y bueno, tenía que ser porque yo misma vi a los cazadores congelados, y ahora este mechón de cabello que me marcaba. Hubiese pensado que todo era mentira porque parecía increíble de pensar: ¿cómo era que yo había conseguido poderes de hielo? Yo, que ni siquiera mi loba había sido capaz de emerger.Tal vez era verdad. Tal vez yo sí era la hija de Artemisa. Pero estaba tan confundida que no er