Oliver y Lía posan ante las cámaras como la pareja ideal: bellos, millonarios, adorados por el público. La imagen viva del amor perfecto. Pero cuando se apagan las luces y los flashes dejan de parpadear, un pasado silenciado comienza a abrirse paso… y no viene solo. La vida de Lía dio un vuelco inesperado el día que conoció a Oliver Foster, sin saber que aquel joven en apuros, al que ofreció ayuda desinteresada, era nada menos que el heredero del imperio Foster: magnate e hijo de un poderoso senador. Lo que comenzó como un acto de compasión, pronto se transformó en una historia de amor tan apasionada como improbable. Ella, una chica común de clase media. Él, un hombre marcado por el poder y los escándalos. Eran polos opuestos, dos realidades que jamás debieron cruzarse… y sin embargo, lo hicieron. Ahora, en la cúspide de su carrera y con la boda más esperada del año en puertas, Oliver es el centro de todas las miradas. Y Lía, obligada a convertirse en la prometida perfecta, empieza a notar fisuras en su mundo dorado. Una de ellas tiene nombre: Erika, la exnovia de Oliver, ha regresado. Y no lo ha hecho con las manos vacías. Erika viene dispuesta a recuperar lo que cree que le pertenece y trae consigo secretos que podrían hacerlo todo estallar. Lía siente que el suelo tiembla bajo sus pies. El pasado, que tanto le costó enterrar, amenaza con mancharlo todo: su presente, su futuro, su historia de amor. Pero esta vez no está dispuesta a rendirse. Hará lo que sea para defender su lugar al lado de Oliver… aun si eso significa enfrentarse a verdades que podrían destruirlos a ambos.
Leer másLa maleta cayó en el agua sucia, desparramando toda la ropa, ensuciándose de lodo.
Lía soltó un respingo al escuchar un fuerte grito sacado desde el diafragma. Dio un paso hacia atrás, golpeando su espalda con una anciana que se quejó y le dio un pequeño empujón. Rápidamente miró hacia atrás y se disculpó, acomodando su paraguas rojo y volviendo la mirada al frente.
El joven se abalanzó a la maleta e intentó recoger la ropa, pero en cuestión de segundos se dio cuenta que estaba echada a perder. Volvió la mirada fulminante al hombre que estaba subido en los escalones de la entrada del edificio escoltado por dos guardias de seguridad y le gritó maldiciones.
La lluvia apretó más y se escuchó un trueno.
No era una pelea de enamorados como Lía creyó cuando se detuvo a chismosear. Al parecer el chico que intentaba recoger la que evidentemente era su ropa, discutía con su compañero de cuarto que lo estaba corriendo del apartamento.
Se gritaban cosas como: “Yo soy el que se mudó primero, lárgate de aquí”, “¡págame el dinero que me robaste!”, “¡no te pagaré nada, lárgate de aquí, desgraciado!” y “maldito, por tu culpa lo perdí todo”. El de la maleta agregaba a sus reclamos fuertes declaraciones y amenazas como: “¡Te haré llorar lágrimas de sangre por todo lo que me has hecho!”, “¡te voy a enviar al infierno!” y “¡jamás debí confiar en un maldito ladrón como tú, idiota, te voy a matar!”
De pronto, el joven de la maleta se abalanzó hacia el otro, tacleándolo y enviándolo al suelo. Las personas que veían el que ya era un espectáculo, comenzaron a gritar y los dos guardias de seguridad tuvieron que interceder.
Lía no supo cómo pasó, pero se acercó más, bajando del andén y mojando sus zapatos con los charcos. Pudo notar mejor al dueño de la maleta: hombre alto, atlético, de al menos un metro con noventa centímetros; cabello castaño oscuro y una piel blanca. Era guapo, lo que hacía más interesante la situación. Y por el edificio donde pasaba todo, debía ser de los ricos que vivían ahí. Bueno, antes él debía vivir ahí, lo que lo hacía un chico rico… o antes era rico.
Estaba presenciando el proceso de cómo una persona pasaba de ser millonaria a pobre. Era sorprendente.
El otro hombre era de piel bronceada, considerablemente más bajo de estatura, pero más robusto. Y al parecer no sabía pelear, porque acababa de terminar con el rostro magullado y lleno de la sangre que le chorreaba de la nariz.
Una patrulla se acercó a toda velocidad por la avenida, las sirenas ahogaron el sonido de la lluvia. Se acababa el espectáculo.
Los dos guardias tenían que sujetar al chico guapo de la maleta que pataleaba y le gritaba todo tipo de groserías al otro hombre. Por un momento logró zafarse e intentó ir a por otra ronda de golpes, pero su contrincante retrocedió con rapidez, lleno de miedo y de sangre. Pero los guardias lograron apresar a su agresor una vez más.
Entonces llegó la policía y empezó a dispersar al grupo de personas que observaban la trifulca.
Y antes de que un policía le pidiera a Lía que se marchara, pudo cruzar mirada con el chico de la maleta. Su mirada estaba rebosada en una inmensa tristeza.
Aquel recuerdo se quedó grabado en lo más profundo de su mente y le creó un nudo de fuego en la garganta.
Sus ojos eran color miel intensos y rebosaban en lágrimas. Eran unos ojos que conocían lo que era perderlo todo. Le manifestaron que ya no tenía nada más en el mundo.
El chico de la maleta fue esposado y le gritó a un policía que podía caminar solo a la patrulla.
Y Lía se marchó por la larga calle, bajo su paraguas rojo mientras la lluvia se convertía en tormenta.
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El chico de la maleta estaba en el parque. Lía podía reconocerlo, aquellos ojos rebosantes de tristeza bajo la lluvia eran imposibles de olvidar, había soñado con ellos dos noches seguidas.
Y ahí estaba, sentado en una banca, con un bulto de cosas a un lado.
Parecía estar mirando a la nada. Como si debatiera que hacer con su vida. Y por momentos a Lía le daba la impresión de que quería llorar.
Desde su balcón tenía toda la vista perfecta para apreciarlo. Tragó saliva y se alejó, intentando que aquel joven no le removiera todos sus adentros.
Entró al cuarto que usaba para trabajar y se sentó frente a su escritorio, tomando el lápiz digital para comenzar a dibujar.
Con el paso de las horas, terminó dibujando aquella mirada rebosante en tristeza: necesitaba sacársela de la cabeza.
Y cuando llegó la noche, volvió a asomarse, esta vez por la ventana. Se cubrió la boca cuando lo vio hablar por teléfono. Estaba ahogado en lágrimas.
Y Lía lloró con él. Era un desconocido, lo entendía, pero por alguna razón que no lograba comprender, empatizaba con su desgracia. Ella lo pudo ver cuando lo perdió todo. Cuando lo apresaron. Cuando la vida le había dado la espalda.
Lo vio llevarse las manos a la cabeza, cerrando los ojos.
Le esperaba una noche larga, una muy fría noche en una incómoda banca. Y la gran pregunta retumbaba en la cabeza de Lía: ¿por qué nadie lo ayudaba?
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Había pasado la noche en el parque, de eso estaba segura. Seguía usando la misma ropa que llevaba hace tres días, cuando lo vio pelearse en frente del edificio.
Estaba con los brazos apoyados en sus muslos y la cabeza gacha.
—¿Cuántos días lleva ahí? —preguntó su hermana mientras se asomaba en el balcón.
—Dos días, creo —contestó Lía desde la cocina.
—Es un vagabundo —declaró Amanda.
—No lo es.
—Dijiste que lo corrieron de su departamento. Ahora vive en la calle.
—Pasa por un mal momento, seguro y se repondrá —replicó Lía. Quería creérselo.
¿Por qué hablaban del chico de la maleta? No tenía sentido, porque… ante todo, ¿qué podía hacer ella por aquel hombre?
Lía no quería acercarse al balcón, pero necesitaba entregarle a su hermana el pocillo de café. Ver a aquel joven que quedó en la calle le partía el alma.
—¿Qué le habrá pasado para terminar así? —se preguntó Amanda en voz alta.
Lía le entregó el pocillo de café, también llevaba uno para ella y las dos observaron al joven que ahora se acomodaba en la banca, recostando su espalda al espaldar de cemento, alzando la cabeza, apreciando el cielo gris, como quien intenta descifrar si lloverá.
—Parece que su compañero le robó dinero —informó Lía—. O eso me pareció escucharle en la pelea.
—¿No habrá sido al contrario? —cuestionó Diana.
—Pues se veía demasiado enojado, me pareció que lloraba.
—Es por eso por lo que no debemos confiar en nadie, y mucho menos si hay de por medio dinero —sentenció Diana y le dio un sorbo a su café. Volteó a ver a su hermana—. ¿Irás a la cena el sábado?
A Lía le pareció brusco el cambio repentino de conversación. Volvió a mirar al joven de la banca y mordió su labio, intentando que su corazón no se estrujara al verlo en aquel estado.
—Lía —insistió su hermana—. Contesta.
—Sí, sí.
Cuando su hermana se marchó del departamento, Lía caminó en círculos, desesperada. ¿Y si le llevaba algo de comida?
Fue hasta la cocina y notó que no había prácticamente nada.
¿Y si le decía que se quedara con ella? No… eso era una locura, no se conocían.
Se asomó por el balcón.
Ay, la estaba mirando. Qué incómodo.
Volvió al interior del apartamento.
A ese punto sus miradas ya se habían encontrado un par de veces, ya sabía de su existencia. Si movía esa ficha, podría acercarse a él como quien no quiere la cosa y ofrecerle un poco de comida. O podía sentarse a su lado a platicar y ofrecerle su ayuda.
Se sentía inútil.
Fue a su cuarto por las llaves y su bolso de mano.
Salió del apartamento dispuesta a ir a hablar con él, ofrecerle su ayuda. Porque… ¿qué tan raro sería hablar con un desconocido que está sentado en una banca?
Cuando salió del edificio, logró saborear la humedad del ambiente cuando golpeó sus labios. Iba a llover pronto.
Lía lo vio fijamente. Él también la observaba acercarse, estaba cruzado de brazos. Se veía como un hombre común, un joven sentado en una banca, como si esperase algo. Y su mirada intimidaba.
—Creo que lo que me gusta de un hombre es que sea inteligente —explicó Julieta.—Eso es diferente, hay hombres guapos que son muy inteligentes.—Me encanta un hombre que me enseñe cosas, que no sea superficial —siguió diciendo la chica—. Quiero admirarlo por su inteligencia y capacidad para resolver problemas. Que me haga sentir segura, de que por más complicada que pueda estar una situación, él me va a ayudar, me tomará de la mano y me trasmitirá esa seguridad. —Soltó un largo suspiro—. Ese sería mi tipo de hombre ideal.Lía sonrió con toda la cara.—Qué bonito, espero que puedas encontrarlo.—¿Crees que ese tipo de hombre ideal existe?—Claro que sí, tu hermano me parece que es muy parecido a lo que describes, siempre resuelve cuando tenemos un problema.—Hab
Lía dejó de dibujar y volteó a verla. Erika hacía sonar como que el senador Foster era un hombre sencillo, humilde, que apoyaba a sus hijos en todo y no los presionaba. Ahora se preguntaba qué sucedió en realidad para que un hombre tan bueno arrojara a su hijo a la calle.—Pero mira como es la vida, cuando Erika lo vio sin dinero, no titubeó en dejarlo —siguió comentando Julieta—. Creo que todo esto le ayudó a Oliver a abrir los ojos y por eso su cambio tan radical. Ahora se ha vuelto más maduro, creería yo. ¿Puedes creer que pensó en comer de la basura? Me lo dijo hace poco, que tenía tanta hambre que al ver a una persona de la calle rebuscar en la basura, pensó en hacer lo mismo. Supongo que si llegas a esos extremos, ya no te importa tanto lo que tienes o la imagen que aparentas ante la sociedad.—Vaya… —Lía estaba sin
El pasado tiene sombras que se dilatan entre las grietas, silenciosas y contundentes.Lía y Julieta no lo vieron venir, estaban atrapadas en una burbuja en aquel pequeño apartamento.Después de almorzar volvieron a la oficina para seguir trabajando, pero entre ellas comenzó a emanar una conversación animosa y amena.—En la sociedad está ese prototipo de que si eres una chica rubia —decía Julieta mientras aplicaba color a una viñeta— y eres modelo, te catalogan como una chica tonta. Además, si provienes de una familia adinerada y con apellido importante, ya dan por echo que todo lo has conseguido por tus privilegios.Lía la escuchaba mientras mantenía su vista en el dibujo que hacía.—Yo nunca imaginé que terminaría siendo una modelo —confesó Julieta—, desde niña tuve mi nariz pegada a un libro, y mi pap
Roberto respingó las cejas.—Lo dudo mucho, Arnaldo es un muchacho noble, humilde.—Pero las personas por más buenas que sean tienen un límite —comentó Oliver con tristeza.Roberto arrugó el entrecejo, era evidente su desconcierto con la situación.—Bueno… de igual forma, lo más justo es que usted le dé la cara y acepte sus errores —aconsejó.Oliver volvió a aceptar con un movimiento de cabeza.Oliver bajó la mirada al filete de carne bañado en salsa de ciruelas. Era su comida favorita, pero le estaba sabiendo a tristeza absoluta.Estaba seguro de que Arnaldo ahora que sabía de su interés por el puesto de gerente lo había citado a esa charla para humillarlo, recordarle lo mal que lo trató en el pasado. La gente guardaba rencores. Arnaldo lo iba a poner en su lugar, tal cual como él
Oliver en el pasado creyó que, si en algún momento se volvía a encontrar con Erika, se iba a sentir impotente, enojado y que le iba a gritar, que la iba a rechazar y humillar. Sin embargo, no sintió nada cuando la escuchó pedirle perdón.—No hay nada que perdonar —le dijo—. Tú tomaste el camino más conveniente para ti en ese momento. Necesitas casarte con un hombre con dinero, que te pueda dar el estilo de vida al que estás acostumbrada. Y yo en ese momento había quedado en la quiebra. Fuiste realista, tú estás buscando un hombre con dinero. Espero que puedas conseguir el esposo millonario que estás buscando.Notó que las manos de Erika estaban temblando y sus ojos se llenaron de lágrimas.—Yo quería casarme contigo, en realidad, quería hacerlo —confesó la chica—. Siempre he estado enamorada de ti, siem
Claramente Julieta se iba a quedar con el puesto de asistente. No se iba a rendir así de fácil. Era caprichosa, cuando quería algo, lo conseguía.Empezó a llegar diariamente al apartamento a la hora que sabía que Lía se despertaba, o sea, a las siete de la mañana.Oliver era el que le abría la puerta y soltaba un largo suspiro cuando la veía.—No debes llegar tan temprano —le decía—. Apenas se está levantando.Pero Julieta lo ignoraba por completo. Entraba con emoción y se dirigía a la oficina, ahí ya estaba Lía, tomando su jugo verde de la mañana con rostro de desagrado.Julieta se acomodaba con su tableta de dibujo y herramientas de trabajo como unos audífonos (porque le gustaba dibujar con música) y sus pantuflas para ponerse cómoda.Lía le informaba con qué debí
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