Roberto respingó las cejas.
—Lo dudo mucho, Arnaldo es un muchacho noble, humilde.
—Pero las personas por más buenas que sean tienen un límite —comentó Oliver con tristeza.
Roberto arrugó el entrecejo, era evidente su desconcierto con la situación.
—Bueno… de igual forma, lo más justo es que usted le dé la cara y acepte sus errores —aconsejó.
Oliver volvió a aceptar con un movimiento de cabeza.
Oliver bajó la mirada al filete de carne bañado en salsa de ciruelas. Era su comida favorita, pero le estaba sabiendo a tristeza absoluta.
Estaba seguro de que Arnaldo ahora que sabía de su interés por el puesto de gerente lo había citado a esa charla para humillarlo, recordarle lo mal que lo trató en el pasado. La gente guardaba rencores. Arnaldo lo iba a poner en su lugar, tal cual como él