Estaba seguro de que a Lía se le olvidaba bañarse, a veces ni siquiera sabía en que día de la semana estaban. Y se quedaba dormida frente a su escritorio.
La admiraba, pero no quería su vida. Ella no vivía, estaba sobreviviendo. Pobrecita, ¿es que acaso no tenía familia?
—Tengo una hermana —le comentó ese viernes mientras desayunaban—. Abuelos, papás. —Lía arrugó la frente—. Te hablé de mi cuñado, ¿cómo no te diste cuenta de que tengo una hermana.
Oliver subió los hombros.
—Podría ser un hermano —adujo él.
Lía hizo una mueca con los labios.
—Claro que no —soltó y llevó la cuchara a su boca, comía una taza de granola con yogurt que él le había servido.
—¿Por qué no sales? —le preguntó, no podía soportarlo, hasta él en toda esa semana había salido más que ella (sus paseos eran ir al supermercado).
Lía lo miraba mientras seguía con la cuchara metida en la boca.
—Yo salgo —le dijo y llevó la cuchara a la taza—. Pero no tengo mucho tiempo. Aunque mañana iré a casa de mis abuelos.
Lía se ob