Cuando Giselle Lemaire descubre a su esposo siéndole infiel con su amante a la cual embarazó, siente que su mundo se derrumba; sin embargo, después de escuchar como desean humillarla en público decide vengarse de él y traza un plan para hacerle creer que ella también la he sido infiel con el hombre que más desprecia. Nathan Dubois es el dueño de una de las más grandes empresas de perfumes en Francia y aunque podría ser el número uno, siempre queda detrás de Oliver Lefebvre, gracias a que durante años se ha dedicado a robarle todas sus ideas. Cansado de esto, decide enfrentarlo sin esperar que en un encuentro fortuito una desalineada mujer le haga una oferta bastante tentadora, darle el nombre de la persona que lo ha traicionado por años y acabar con su enemigo a cambio de algo muy sencillo, casarse con ella. ¿Podrá el amor nacer de esa venganza o será más fuerte el deseo de destruir a su enemigo por encima de sus sentimientos?
Ler maisGiselle Lemaire
Observo el gesto de desagrado de la mujer, la cual me indica que puedo subir al piso de mi marido y bajando la mirada me dirijo al ascensor. Como casi no vengo a este lugar se me olvida que aquí tampoco soy bien recibida, el trato de estas personas no es diferente del que recibo en casa.
Una vez que llego al último piso, me muerdo los labios lista para recibir esa mirada burlona que siempre me dedica Paulette, la asistente de mi marido, no obstante para mi sorpresa su escritorio se encuentra vacío y gracias a ello lanzo un suspiro de alivio, seguramente está en el baño y de momento me puedo librar de ella.
Me acerco a la enorme e imponente oficina de Oliver y justo cuando estoy por tocar a la puerta, me percato de que está un poco abierta, debido a lo cual las voces del otro lado llegan con bastante facilidad.
—¿Ya sabes los ingredientes del nuevo perfume de los Dubois? —cuestiona Oliver a alguien.
—Sí, justo hace un rato Leroy me la entregó —musita con suficiencia la asistente de mi marido, dejándome en shock ante su falta de ética como para robarle a la competencia su nuevo lanzamiento.
—¿Quién pensaría que ese hombre sería capaz de vender a su jefe solo por unos cuantos euros? El idiota de Dubois ni siquiera imagina que tiene al enemigo en casa —se burla Oliver, dejándome un amargo sabor de boca.
—Es la ley de la supervivencia —masculla con un mohín, Paulette.
Un pequeño silencio se instala por algunos segundos y cuando el ligero chirrido de una silla al ser arrastrada rompe ese silencio, me decido a tocar la puerta, sin embargo, una vez más debo detenerme cuando las siguientes palabras de la mujer me roban el aliento y en un parpadeo me rompen el alma en mil pedazos.
—Oliver, hay algo que debo decirte —hace una ligera pausa y después prosigue—: estoy embarazada, tengo un par de semanas y obvio que es tuyo.
Me sostengo con fuerza de la pared y cubro mi boca con mi mano para no soltar un sollozo ante semejante noticia. Desde hace mucho tiempo intuía que mi marido me era infiel, debido a que en todos estos años de matrimonio me ha sido imposible darle un hijo, pero nunca imagine que mis sospechas fuesen ciertas y mucho menos que me engañase con su asistente.
—¿E-es en serio? —inquiere con evidente alegría y un tono tan suave que nunca ha usado conmigo que sin poder evitarlo mis ojos se aguadan.
—Sí, espero que nuestro bebé se parezca a ti —rebate con alegría la mujer—. ¿Cuándo le dirás a la idiota de tu esposa y lo más importante cuándo le pedirás el divorcio? No es justo que tu hijo y yo suframos por tu ausencia, mientras que esa mujer vive contigo como si fuesen una verdadera familia, aun cuando nunca la has amado y solo te casaste con ella para que te ayudase con tus perfumes.
—Dios, no puedo creer que por fin seré padre —comenta aún con ese tono alegre que envuelve cada una de sus palabras y sin atreverse a negar lo que acaba de mencionar su amante, ante lo cual me queda claro que no miente y que durante todos estos años solo me utilizó—, quería esperar un poco más de tiempo para que Giselle revisará la composición del perfume de los Dubois y mejorarlo un poco, sabes que los químicos que tenemos son unos ineptos y siempre tardan semanas en modificarlos, pero con tu embarazo es imposible postergarlo.
—¿Por qué no se lo dices todo durante el aniversario de la empresa?
—¿Por qué durante ese evento?
—Así le será imposible negarse, imagínate la vergüenza que pasará al saber que estoy embarazada y que su vientre seco nunca será capaz darte el hijo que tanto anhelabas. Te aseguro que con eso ella sola renunciará hasta a la pensión que debas darle.
—Tienes razón, ese día es el ideal para hacerles saber que Oliver Lefebvre será padre y lo más importante, haremos el lanzamiento oficial de nuestro nuevo producto —se jacta orgulloso de la bajeza que piensan hacerme a mí y a su competidor principal.
Sin poder soportarlo más me alejo del lugar cuando el susurro de las prendas que caen al piso me indica que mi esposo y su amante se están divirtiendo de lo lindo sin importarles el sufrimiento del resto. En cuanto llego al ascensor, me pego en una de las paredes y comienzo a llorar hasta que las puertas se abren en la planta baja y salgo corriendo de ese lugar.
Estoy segura de que por el momento Oliver no se enterará de que estuve en la empresa, sus empleadas nunca le pasan los recados que les he dejado, por lo que mi visita pasará desapercibida como siempre.
Llego a un parque cerca de la empresa y me dejo caer en una de las bancas sin dejar de llorar. ¿Cómo pude ser tan estúpida de seguir con un hombre como Oliver que nunca me ha demostrado el menor respeto frente a sus empleados ni que decir de su casa donde sus padres me tratan como una basura?
Cuando estoy un poco más tranquila decido que debo buscar un abogado, pero dado que no tengo ni un solo euro con cuál pagarle, es seguro que nadie deseará tomar mi caso y al no tener amigos no tengo alguien en quien pueda sostenerme en este momento.
Poco a poco las horas pasan y cuando el cielo comienza a oscurecerse me levanto de mi lugar para regresar a casa, aquel lugar donde nadie me echa de menos o tal vez la única que nota mi ausencia es mi suegra, pero solo para humillarme como desde hace algunos años.
Cuando el cielo está completamente cubierto de estrellas, llego a la mansión de los Lefebvre, pago el taxi y observando con cierto recelo la camioneta último modelo que se encuentra en la entrada principal, subo la escalinata de mármol y alcanzo a escuchar los gritos que resuenan por todo el lugar.
—Quién debería de estar preocupado eres tú, sé que robaste la nueva fórmula del perfume que estábamos por lanzar y te juro que esta vez no lo dejaré pasar.
—No sé de qué hablas Dubois, solo es una coincidencia el que hayamos pensado en algo similar —se burla Oliver—, o puede que otra vez solo quieras robar mis ideas como últimamente haces y crear copias baratas de mis productos.
»Recuerda que algunas veces nos toca perder y muchas otras ganar, es algo que sucede a menudo en los negocios, sobre todo para aquellos que sabemos mover bien nuestras piezas.
Me quedo en lugar sopesando sus palabras, esta tarde había dicho que lo presentaría en el aniversario de la empresa, pero conociéndolo seguramente filtró la noticia de que su empresa tendría un nuevo producto en los siguientes días, no hay otra forma de que ese hombre Dubois sepa que Oliver tiene la fórmula de su nuevo producto.
—No es la primera vez que me haces algo semejante, las otras veces estoy seguro de que solo modificaste un poco mi fórmula y presentaste como tuyos esos perfumes —gruñe el hombre y debido a sus palabras cierro los ojos, definitivamente él tiene razón, aunque no estoy segura es posible que Oliver haya robado sus fórmulas desde hace mucho tiempo y por eso siempre dicen que Dubois nos copia, cuando es todo lo contrario.
—No tengo la culpa de que seas un imbécil para hacer negocios. Te aseguro que muy pronto acabaré por completo contigo —escupe Oliver y casi al instante se escuchan algunos golpes, seguido de unas cuantas maldiciones.
—¡¡Deje a mi hijo!! —escucho el grito de mi suegra.
»¡Maldito, infeliz! —grazna Oliver—. Esto no se quedará así, te demandaré por invadir propiedad privada y ustedes que esperan sáquenlo de aquí.
Oliver y el otro hombre intercambian unas cuantas palabras más, pero dado que mis suegros comienzan a gritar que llamen a la policía, no puedo escuchar lo que se dicen, por lo que continúo escondiéndome entre una maceta y la pared para no ser descubierta.
Después de algunos segundos observo salir a dos hombres, mientras varios guardias se mueven por todo el lugar para ver que sucedió con mi marido. Muerdo mis labios, debatiéndome en mi interior si debo entrar a mi casa o seguir a ese tal Dubois y dado que no tengo otra opción corro detrás de él y me subo a su camioneta antes de que cierre la puerta.
—¿Quién diablos es usted? —me exige el hombre, lanzándome una gélida mirada que contrasta con esos ojos azules que parecen echar chispas.
—Salgamos de aquí y le contaré todo —balbuceo con un ligero temblor en mi voz.
—¡Baje de mi camioneta!
—Arranque, le aseguro que no se arrepentirá —insisto, mirando fuera de la camioneta, esperando que nadie me haya visto subir—. Por favor —le suplico.
El hombre lanza un bufido y con un ligero movimiento de su cabeza le indica a su chófer que nos saque de aquí.
Después de algunos minutos la camioneta detiene su marcha y nos aparcamos en un lugar un tanto oscuro.
—¿Quién es usted y por qué subió así a mi camioneta?
—Y-yo soy Giselle Lefebvre, esposa de Oliver…
Sin darme oportunidad de explicarme, el hombre me toma con rudeza del brazo e intenta abrir la puerta para bajarme.
—Largo de aquí no quiero hablar con alguien tan despreciable como la esposa de ese infeliz.
—P-por favor espere. Yo sé quién le vendió la fórmula del nuevo producto a mi marido, se lo diré a cambio de algo —farfullo, intentando zafarme de su agarre.
—Más le vale que se deje de este estúpido juego y que me diga de una vez quién es el maldito infeliz que me traicionó. Odio cuando alguien me quiere chantajear y más cuando procede de alguien tan despreciable como los Lefebvre —replica, tomando con fuerza mi barbilla y ejerciendo tal presión que mis ojos se vuelven a llenar de lágrimas.
—¿Acaso estás loco Nathan? ¡¡Suéltala!! La estás lastimando —interviene su chófer, apretando la mano de su jefe y logrando con ello que el hombre me suelte.
—Yo tengo una oferta que hacerle —murmuro, sobando un poco mi barbilla e ignorando el repudio con el que me mira el tal Nathan—. Aunque me siga mirando así no me hará sentir peor, créame que estoy acostumbrada a este tipo de humillaciones.
—¿Qué clase de oferta? —me cuestiona sin perder el tiempo.
—Si me ayuda a fingir ser mi amante y a divorciarme de Oliver, yo le diré quién es el traidor de su empresa, además de que le podría entregar algunas fórmulas para nuevos perfumes…
Relamiéndome los labios discretamente, observo como Giselle sale del baño con ese camisón verde esmeralda de encaje que me encanta como se pega a su figura y fingiendo que no la he visto, intento continuar leyendo mi libro, mientras por encima de este no pierdo ni un solo detalle de ella.—¿Sigues molesto por lo del otro día? —me cuestiona al tiempo que se sienta en la orilla de la cama, cruzando sensualmente sus piernas y dejando al descubierto gran parte de sus muslos.—¿Y cómo no estarlo si me quieres emparejar con mi empleada? —rebato haciéndome el ofendido.—Yo también fui tu empleada.—Y al mismo tiempo mi esposa —le recuerdo—. Además, también estuviste celosa de mi terapeuta, la cual es tan atractiva como mi nana —me burlo.—No te rías —se queja con un mohín—. En ese tiempo estaba embarazada y me sentía muy insegura.»Como parece que aún sigues molesto, es mejor que me duerma y no te dé lo que tenía preparado para ti.—¿A qué te refieres? —inquiero, mirándola con los ojos entrec
Tres años despuésEscucho como la puerta de mi oficina se abre con un ligero chirrido y sin levantar la mirada de mi trabajo, sé que se trata de Giselle, en primer lugar porque es la única persona que tiene permitido entrar sin tocar y, segundo, por ese aroma tan característico de ella.—¿Qué sucede, cariño? —inquiero, aun sin levantar la mirada de los documentos que estoy revisando.—¿Cómo supiste que soy yo? —se queja con un mohín.—Eres la única persona que puede entrar de esa forma a mi oficina, además de que una vez que entras tu sensual aroma se impregna en cada rincón.—¡Nathan! —murmura y justo cuando levanto la mirada, me percato de cómo sus mejillas se tiñen de rojo.—¿Y las niñas? —la cuestiono un poco decepcionado, ya me imaginaba llenando sus caritas de besos.—Se quedaron en la casa con la niñera —me explica brevemente—. He venido a invitarte a la convención anual de perfumistas.Antes de que pueda darle una respuesta, la puerta de mi oficina se vuelve a abrir, solo que
Meses después—Giselle, tiene razón. Has estado actuando muy raro desde hace meses —me riñe Kalet cuando le ordeno contratar más guardias para que acompañen a Giselle en todo momento.—Si te sigues quejando, te dejaré más trabajo —le advierto cuando lo veo mirarme con los ojos entrecerrados—. ¿Qué haces ahí, parado? Esos guardias no se van a contratar solos.—¿Por qué quieres más cuando ya tiene a dos que la acompañan como sombras día y noche?—Porque Oliver ya se enteró de que Giselle está embarazada…—Él no hará nada estando en prisión, además, se sigue negando a confesar.—No temo por él, sino por su esposa. ¿Qué crees que hará si Lefebvre le pide una prueba de paternidad y se da cuenta de que ese niño no es su hijo?—¿Y cómo estás tan seguro de que no es suyo?—Tan simple porque después de tantos años casados Giselle no se pudo embarazar y ella sí. Es obvio que ese niño no es suyo.—¿Por eso mandaste a Giselle a Estados Unidos con Pierre? —inquiere sin poder creerlo.—Obvio, ¿por
—¿Estás bien? —me cuestiona mi amigo, una vez que salimos de la estación de policía.—Sí, todo bien. Por favor, no le cuentes a Giselle lo que sucedió con la pulsera, no quiero espantarla y, antes de ir a casa, debemos de hacer otra parada.Cuando llegamos a casa, subo corriendo las escaleras, ignorando el llamado de Giselle, tal como sucedió en mi sueño, y después de guardar la pulsera en el lugar que le corresponde, bajo a la estancia donde me esperan tanto mi esposa como mi nana.—¿Sucedió algo? Te llamé, pero no me hiciste caso —musita Giselle.—Estoy bien, cariño. ¿Tú cómo sigues? —la cuestiono, enredando mi brazo en su cintura para después dejar un pequeño beso en sus labios.—Mejor, solo es un ligero malestar estomacal. Nada de importancia —asevera con una sonrisa.—Nos podrías dejar a solas, nana —le pido a la mujer mayor.—Iré a ver si ya está lista la cena —responde con un leve asentimiento.—¿Seguro que no ha pasado nada? —insiste Giselle cuando me ve lanzar un suspiro. La
NathanCon un sobresalto despierto empapado en un sudor helado y mirando a mi alrededor, comienzo a buscar a mis bebés hasta que a mi lado, durmiendo profundamente, se encuentra Giselle y sin saber cómo es que llegó a mi cama, se despierta debido a los jadeos que escapan de mi boca.—¿E-estás bien? —inquiere con un ligero bostezo y frotando sus ojos.—¿Q-qué haces aquí? ¿Y las bebés dónde están?—¿De q-qué bebés hablas? ¿Tuviste una pesadilla? —pregunta intentando enfocar su mirada en mí.—Las bebés —repito, pero dado que parece estar dormida de nuevo, dejo de insistir.Me levanto de la cama sin hacer ruido y saliendo de la habitación, me dirijo a la que arreglé especialmente para nuestras bebés. De un fuerte tirón abro la puerta y cuando observo que aún es la habitación de invitados que no se ha usado en años, mi respiración se vuelve irregular, por lo que regreso el camino andado y me encierro en el baño.Abro el grifo y enjuagando mi rostro con agua fría, niego con mi cabeza.—¿Qué
Nathan Se dice que cuando estamos a punto de morir, ante nosotros aparece nuestra vida como si se tratase de una película y en ella vemos todas nuestras acciones, tanto buenas como malas, incluso aquellos eventos que no somos capaces de recordar y aunque antes creía que esa era una falacia, el ver frente a mí sucesos de mi infancia que estaban muy ocultos en mi memoria, me hace ser consciente de que pronto moriré.Observo algunas de las escenas de mi vida y mi madre aparece llorando, desconsolada en varias ocasiones, ante lo cual el Nathan de tan solo nueve años se promete que él nunca será como el miserable de su padre. Lamentablemente, eso que me prometí no logré cumplirlo, me convertí en alguien igual a él, que solo se dedica a dañar a las personas que ama y que con cualquier excusa barata pretende solucionar todo.De un momento a otro todo cambia y ahora me veo arrastrando fuera de casa a una llorosa Giselle y con un dolor lacerante en el pecho, me avergüenzo de la forma tan crue
Último capítulo