Dudas y Espías

El chirrido oxidado de la puerta de la reja de la casa anunció el regreso de Daniela. Subió las escaleras con pies pesados, los tacones en una mano y el contrato firmado arrugado en la otra. El calor y la oscuridad la recibieron, solo resaltaba la luz de la pantalla del celular de Roberto que estaba acostado en el sofá, iluminando su perfil anguloso con un brillo fantasmal.

—Hasta que se le ocurre aparecer a la muchacha, ya estaba al punto de llamar a la policía —volteó la cabeza para analizar su atuendo, los ojos deteniéndose demasiado tiempo en sus piernas descubiertas.

Daniela ni siquiera lo miró, solo se apresuró a entrar un momento a su cuarto, sintiendo cómo la adrenalina del encuentro con Alexander comenzaba a convertirse en una pesada losa en su estómago.

—Hora de que te metas en tus asuntos —respondió, arrojando los zapatos al closet y escondiendo el papel en su mano bajo el colchón con movimientos rápidos, como si estuviera cometiendo un crimen.

Roberto se incorporó, intrigado. Llevaba puestos solo unos shorts y una camiseta blanca desteñida que mostraba sus brazos musculosos, bronceados por el sol caribeño.

—Vaya, vaya —silbó, juguetón—. Alguien se puso fina esta noche. ¿Saliste con alguien especial o...?

El "o" quedó suspendido en el aire, cargado de insinuaciones. Daniela sintió cómo su piel se erizaba bajo esa mirada que conocía demasiado bien.

—O nada —cortó ella, entrando al baño y cerrando la puerta con el codo, necesitando un momento a solas para recuperar el aliento.

Mientras el agua fría corría por su rostro, intentó calmar el temblor de sus manos. Las gotas se mezclaban con las lágrimas que se negaba a dejar caer.

Había firmado. Iba a casarse con un desconocido, iba a ser rica, pero ¿a qué costo? El reflejo en el espejo empañado le devolvió la imagen de una mujer al borde del precipicio, con los ojos brillantes de una mezcla de miedo y determinación.

El sonido estridente del teléfono desde la habitación la hizo salir de la ducha para cruzar el pasillo solo envuelta en una toalla, sintiendo cómo las gotas de agua dejaban un rastro tras de sí. Era Laura. La llamada entrante titilaba como un faro en la penumbra del cuarto.

—¡Bañándote a esta hora! —la voz aguda de Laura resonó desde el teléfono, donde su rostro aparecía pixelado por la mala conexión—. ¿Tan bien fue la cita con el ruso? —preguntó pícara, los labios pintados de un rojo que parecía aún más vibrante en la pantalla.

Daniela se ajustó el sostén sin mirar la cámara, consciente de que cada movimiento suyo estaba siendo analizado por su prima.

—Al contrario. Fue... —No encontraba las palabras para describirlo, porque ¿cómo explicar que había vendido su nombre, su estado civil, su vida por cinco años?— un poco bizarro.

Le contó todo en susurros apresurados: el gazebo iluminado por velas, la propuesta descabellada, las cifras que hacían que sus dedos se entumecieran solo de recordarlas. Laura escuchó con los ojos cada vez más redondos, las cejas perfectamente depiladas casi desapareciendo bajo el flequillo.

—¡Coño, pero eso es un billete! —exclamó cuando Daniela terminó, haciendo que el audio se saturara por un momento—. ¿Y encima el tipo está bueno? Dios le da pan al que no tiene dientes.

—No me tengo que acostar con él —aclaró Daniela demasiado rápido, sintiendo cómo el calor subía a sus mejillas.

—Pero deberías... —Laura hizo un gesto obsceno con la lengua— Bueno chica total, ganaste una propuesta mejor que la que buscabas.

Daniela apretó los puños.

—Laura, esto es ilegal —susurró, lanzando una mirada nerviosa hacia la puerta entreabierta, donde una sombra pareció moverse—. ¿Y si la casa es para lavar dinero? ¿O peor? Nadie invierte tanto sin un plan para recuperarlo.

Su prima hizo un gesto de desprecio, como si estuviera espantando un mosquito molesto.

—Mira, nena, en Cuba todos hacemos algo "ilegal" para sobrevivir. —Las comillas invisibles fueron evidentes en su tono— Hay que lucharla. —Bajó la voz hasta convertirse casi en un susurro ronco—. Agarra esa oportunidad, y después de los cinco años te compras un pasaje a Tampa y me haces la visita y olvídate de ese infierno. —Una pausa calculada— Y si puedes follátelo para cerrar el trato.

Daniela le lanzó una mirada de reproche que podría haber derretido el teléfono.

—¿Y si algo sale mal?

—No seas penca, que oportunidades como esa se dan una vez en la vida, yo sé lo que te digo. —Laura señaló con el índice hacia la cámara—. Tú eres una mujer soltera, sin perrito ni gatito.

—Hablando de eso... Tengo a Roberto instalado aquí.

El cambio en la expresión de Laura fue instantáneo.

—¿Vez que yo digo que tú eres anormal? —exclamó, las manos volando hacia sus caderas—. ¿Qué hace el gusano ese viviendo en tu casa?

—Necesitaba un favor, y yo le debo... por lo de aquello.

Laura hizo un sonido gutural de frustración.

—Y él muy rata seguro que te lo sacó en cara. —Movió la cabeza—. Ojito con ese que de bobo no tiene un pelo, bueno...

Daniela no pudo evitar reír, pero su risa se congeló cuando un crujido proveniente del pasillo le indicó que alguien más escuchaba. El corazón le dio un vuelco contra las costillas.

—Bueno te dejo, que tengo que dormir.

—¿Y no me invitas a la boda? —Laura puso cara de falsa inocencia—. Mejor no que te robo al novio.

—Buenas noches —cortó la llamada Daniela con un dedo tembloroso, dejando el teléfono caer sobre la cama como si estuviera caliente.

Roberto se apartó rápidamente de la puerta, conteniendo la respiración. ¿Matrimonio? ¿Con un ruso? ¿Mil dólares mensuales?

Los celos le quemaban el pecho como ácido, pero fue el interés económico lo que aceleró su pulso hasta hacerle escuchar la sangre en los oídos. Si ese tipo podía pagar eso por una farsa, Daniela sería rica. Ahora sí tenía que pegarsele más duro que garrapata a perro. Ella era su boleto a la buena vida, a no trabajar nunca más, y a muchos más lugares.

Se escabulló hacia la cocina, justo a tiempo cuando Daniela salió arrastrando un colchón de esponja raído para dormir en el balcón. El calor de mayo era insoportable dentro del apartamento, el aire tan espeso que casi podía cortarse con un cuchillo.

—No vas a dormir en tu cuarto ¿ah? —preguntó Roberto, apareciendo en el umbral de la sala con dos cervezas Cristal sudadas, la condensación resbalando por las botellas como lágrimas.

Daniela, ya en shorts y camiseta, acostada sobre la cama improvisada, no levantó la vista de su teléfono donde revisaba por décima vez el mensaje de Alexander.

—Hace menos calor aquí.

Roberto se sentó a su lado con esa familiaridad que tanto la irritaba, ofreciéndole una botella.

—Toma. Para que hagamos las paces.

—Ya estamos en paz —respondió ella, rechazando la bebida con un movimiento de cabeza—. Yo te perdoné. Fin de la historia.

Roberto fingió una herida en el pecho, la mano sobre el corazón como un actor de telenovela.

—Ay, mi amor, eso fue hace un año. Yo ya pagué, ¿no? —Su mano rozó su pierna con una intención que no dejaba lugar a dudas—. Además, nunca te he dejado de querer.

—No me vuelvas a decir mi amor. —Daniela sintió cómo cada pelo de su cuerpo se erizaba—. Y dale para el sofá.

Lo apartó con un empujón suave pero firme, notando cómo sus músculos se tensaban bajo su toque.

—Qué agresividad. —Roberto hizo una mueca, pero sus ojos brillaban con algo peligroso—. Solo quería compartir.

—Roberto, son casi las dos de la mañana. Déjame dormir.

El suspiró, teatral, dejando caer los hombros en una pose de mártir.

—Solo quiero que estemos bien.

—Estamos bien —mintió ella, dándose la vuelta para ocultar la expresión de su rostro—. Juntos pero no revueltos.

Roberto esperó. Contó cada respiración hasta que se volvieron profundas y regulares, hasta que el ligero movimiento de sus hombros le indicó que había caído en un sueño superficial. Entonces, con dedos hábiles de quien había practicado este movimiento muchas veces antes, deslizó el teléfono de debajo de la almohada de Daniela y usó suavemente su dedo índice para presionar la huella dormida contra el sensor.

La pantalla se iluminó como un faro en la noche, revelando una notificación de W******p que hizo que sus labios se curvaran en una sonrisa de lobo:

«Alexander Rascov:Dentro de dos días a las 6pm. Vestido blanco »

Roberto sonrió en la oscuridad, los dientes brillando como los de un depredador que acaba de encontrar el rastro de su presa.

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