Los fuertes golpes en la puerta despertaron a Daniela como un machetazo a las siete de la mañana. Abrió los ojos para ver el ventilador a su izquierda apagado.
«No hay escampe» volvió a sentir los golpes en la madera. —¿Quién repinga es?— masculló, arrastrándose de la cama con el pelo revuelto, el maquillaje corrido y solo un piyama corto. Al abrir, el corazón le dio un vuelco, Roberto, «¿Qué hace este tipo aqui?» Su ex, el mismo que la había cambiado por una contadora del Ministerio de Agricultura dos años atrás, ahora estaba en su umbral, con una mochila de explorador y esos ojos lambiscones. «A esta hora y con este recado» Una de esas malas decisiones que había tomado en su vida. La prueba viviente de que el amor estaba sobrevalorado. Le dio una vida de m****a y a penas tubo la oportunidad se perdió con una piruja a malcriarle los hijos de otro. —¿Qué pinga tu haces aquí? ¿Yo no te dije que cogieras un monte y te perdieras? Pues coge el monte y piérdete —escupió dejando salir de su interior toda la rabia callejera aun pendiente y tratando de cerrar la puerta, pero él la bloqueó en un movimiento con el pie. —Dani, por favor. Necesito que me tires un cabo. —¡Y yo necesito un hotel en varadero! Pero imaginate tu... Cada quien con su paquete. Roberto se aferró al marco con los nudillos presionando a la altura del pestillo. —María Elena me botó —confesó—. Viró con el papá de sus niños. —Te cogería lástima pero no la mereces. —Estoy sin casa. —¿Y yo que tengo que ver con eso? Hubieran echo un trío, o te vas para casa de tu mamá en Santiago de Cuba. Pero aquí no te quiero Roberto Daniel. Yo y tu no tenemos nada que ver y tu lo sabes —dijo ella, cruzando los brazos. —Y tu sabes que tu me debes. —Qué rastrero eres, sacarme eso en cara. —Ella se mordió la lengua, ese golpe Le había resultado bajo. — ¿Te crees que esto es un albergue o un hotel? Tu aquí no pintas nada, que yo no estoy para mantener vago. —Tengo trabajo en el agromercado de 5ta. Nos puedo conseguir comida. Y traje esto. De detrás de la mochila sacó una bala de gas, desteñida y con poca pintura pero brillante como oro en la penumbra del apartamento. Daniela sintió cómo su resistencia se agrietaba. —¿Y cuánto tiempo…? —dejo caer sus defensas abriendo la puerta para tenerlo cara a cara. —Solo hasta que consiga algo. Te lo juro. Estoy buscando alquilar, pero todo está muy enredado. Ella miró el cilindro, luego su refrigerador vacío y maldijo en voz baja. «Lo que la necesidad hace que tolere uno» —Un mes, duermes en el sofá y no te quiero metiendo la nariz en mi vida. Que eres más chismoso que una vieja chanchullera. —Te juro que no me vas a sentir. (...) En la cola frente a la mypime, con su jabita de naylon, Daniela calculaba mentalmente: —Dos libras de picadillo… una de jabita de pan. Para comer algo hasta que mañana cobre en el restaurante. Su teléfono vibró. Un número de whatsap extranjero: Alexander. "Hola, princesa. Tenemos que hablar. Te tengo una oferta por la casa. Esta tarde, te espero en el mismo lugar." Al fin una buena noticia, si lograba esta venta sus problemas estarían solucionados por un buen tiempo. Y podría darle una patada rumbo a la calle al chantajista de su ex. Al mismo tiempo "Princesa" , esperó que ella no viniera incluida en el cierre del negocio. Empezó a pensar en el dinero de la comisión, una buena suma. Al fin parecía que algo le salía bien, y la Idea de seducir al ruso volvía a ser absurda e inmoral para ella. Pero tendría que mantener ese papel hasta que se cerrará el trato, ahora no podía exigirle una relación solo profesional después de acceder a salir con él. Tampoco sería correcto jugar así. Metida en sus pensamientos casi la arrolla un motor, cuyo conductor se fue gritándole groserías. (...) Al volver, el espectáculo la dejó petrificada, Roberto había barrido, lavado los platos y recogido la ropa desperdigada en la sala e incluso ya podía ver la comida preparándose para el almuerzo. Ella colocó la jaba del pan sobre la mesa y la bolsita de picadillo en el fregadero mientras inspeccionaba las ollas sobre el gas. —Te traje esto —dijo él, ofreciéndole un aguacate y una sonrisa de galán —. Del almacén. —Con detalles así me enamoras —señalo dejando notar el alto cinismo de sus palabras—¿Ven acá, y de cuando para acá tu tan servicial? —Coño vieja, cuando dije que me iba a portar bien lo decía en serio —Vamos a ver cuanto te dura. Ella tomó la fruta con mucho reselo. —Y esto —señalo el trabajonde limpieza en su sala —no cambia nada. Solo estás aquí porque tenemos una cuenta pendiente. Pero a penas la salde si te he visto no me acuerdo. Roberto palideció, pero asintió. —Lo sé. Si yo se que metí la pata contigo, me lo merezco. No podía creerle ni una palabra de sus discursos de cachorro atropellado. Más de una una vez se la había colado como una tonta. No le era difícil, Roberto era uno de estos mulatos de espalda ancha y pelo indio que lograba envolver a cualquiera. —Qué reflexivo estás. —Lo que no quiero es discutir. Si yo se que tienes la razón, pero vamos a enterrar el hacha. La última vez que habian enterrado un hacha también había enterrado otra cosa. Y para él el camino más fácil de vuelta a su vida era a través de su cama. —Aquí no se entierra nada. Él abrió la boca para protestar cuando el teléfono de Daniela sonó de nuevo, Alexander. —¿Todo bien? —preguntó Roberto, viendo cómo ella apretaba el dispositivo. —Nada que te importe —espetó, encerrándose en el baño para responder. «Hoy tengo asuntos pendientes. Mañana en la mañana cerramos el trato» Soltó el teléfono sobre el tanque de la taza. Mientras el agua fría corría por sus manos, se miró al espejo esperándo que en algún momento la paz regresará a su vida