Diana descubre, tras casarse, que su esposo solo planea hacerla pagar por el daño que su padre causó a su familia. Destrozada, decide dejar al hombre que ama, lo que no espera es que toda su familia sea asesinada y toda la culpa recaiga en su esposo Joaquín Andrade. Sin embargo, Diana quedará merced de ese hombre cuando se descubra su embarazo. Pero, un plan de escape lo cambiará todo. Diana es dada por muerta, y Joaquín Andrade debe criar a sus mellizos solo. Años después, la fiesta del nuevo compromiso de Joaquín Andrade será interrumpida por el regreso de la esposa del CEO, que viene a reclamar lo que siempre fue suyo y a vengarse de Joaquín Andrade. ¿Podrá lograrlo? ¿O el amor regresará y se interpondrá en sus planes?
Leer más—No debiste casarte con él, debiste ser mi esposa; ¡Ese hombre no te ama, Diana! ¡Nunca te amó!
Diana Larson esperaba en el jardín, y sintió las manos fuertes de su exnovio Ronald, que la llevaron a un lado y la apartaron del salón donde estaban todos celebrando que se había casado.
—¡Ya basta! Ronald, hoy es el día de mi boda y no quiero que digas nada malo de mi esposo.
Estaba a punto de marcharse cuando el hombre tiró de su brazo con fuerza.
—¡Espera! Hay algo que debes saber sobre ese hombre; ¡Escúchame, Diana!, todo fue un plan de venganza contra tu padre porque èl dejó en la ruina a su familia, ¡Joaquín Andrade no te ama, solo quiere vengarse de ti!
Diana estaba perpleja, de todas las cosas que Ron hizo para separarla de su prometido, esta era la peor de todas.
Ella abofeteó su rostro, el hombre le miró incrédulo.
—¡Mientes!
Ron tomó su móvil y le mostró una grabación.
«Ahí podía ver con claridad a Joaquín Andrade frente al padre de Diana Larson, discutiendo.
—¡Arruinaste a mi familia! ¿No? ¡Ahora acabaré con todo lo que tú amas, así como tú provocaste la muerte de mi padre, yo provocaré el suicidio de tu hija por mi desamor!»
Diana abrió ojos enormes, sintió un dolor en su pecho, ¡No podía creerlo!
El hombre que amaba, al que juró amar para siempre en el altar, era un vil traidor que solo jugaba a la venganza contra ella.
Las lágrimas cayeron por su rostro como una cascada.
—¡Esto no puede ser verdad!
—¡Lárgate de aquí, Ron! ¿No entiendes que Diana es mi mujer, que no te ama, ni te amó? —exclamó la voz severa de Joaquín, tomando a la mujer y poniéndola tras de él.
Diana alejó su mano, como si su piel quemara, sus ojos se encontraron, él estaba confuso.
—¿Diana?
—¿Es cierto que solo querías la venganza? Dime, ¿es cierto que todo tu amor fue una mentira, solo una actuación para arruinar a mi padre?
El hombre se quedó perplejo, no esperaba tal revelación, sus ojos se volvieron severos, miró a Ron, estuvo seguro de que ese hombre estaba detrás de esa verdad.
—¡Di la verdad, Joaquín! ¿Buscas venganza? —gritó Diana como una súplica, devolviendo su pensamiento a la realidad.
Los ojos de Joaquín la miraron severos.
—Sí, es verdad, quería vengarme de ti, tu padre destruyó a mi familia, sin piedad, por eso me acerqué a ti, porque yo tampoco tendría piedad y acabaría con lo que él más ama en la vida; contigo.
La mujer abrió ojos enormes, las lágrimas volvieron a fluir, no podía creer lo que decía el hombre que ella tanto amaba, ¡ella solo representaba una venganza para él!
—¿Cómo puedes decirme esto? ¡Yo te amo! Di todo por ti, ¿mira como me has pagado?
—¡Te lo dije, Diana! Este hombre es malo y cruel, escapa conmigo, vámonos, no mereces que este hombre te lastime así, aún ahora te aceptaré como la mujer que amo y te haré feliz —Ron tomó su mano, Diana estaba dolida, no opuso resistencia, pero los guardias de Joaquín les impidieron irse.
—No vas a ningún lado, Diana, eres mi esposa, ¡eres mía y no podrás escapar de mí! Además, debes saber algo…
Ella negó.
—¡No quiero escucharte! Le diré todo a mi padre, y este maldito matrimonio será anulado, no quiero saber de tus mentiras, no quiero saber de tu venganza, ¡todo ha terminado! —Diana se quitó el anillo, lo puso en la mano, no era cualquier anillo, era la joya que Joaquín Andrade diseñó para ganar un concurso de joyería.
—¡Diana, espera! —exclamó Joaquín intentando detenerla.
Diana caminó para entrar a la recepción de la boda, y de pronto, el terrible sonido de una explosión asustó a todos, empujándolos contra el suelo, y reventando sus tímpanos.
Pasaron varios minutos, para que todos recuperaran la cordura, volvieran al ahora entre la duda y la devastación.
El olor a azufre, a polvo y humo los ahogaba.
Diana talló sus ojos, hasta por fin mirar ese lugar, era el salón de la mansión de sus padres, adentro estaba toda su familia, y amigos, celebraban la boda, pero ese lugar estaba reducido a fuego y escombros.
—¡No…! ¡No puede ser! ¡Papá, mamá! —gritó.
—¡Fue él! —gritó Ron apuntando a Joaquín—. ¡Él quería venganza, mató a toda tu familia, Diana!
Diana miró a Joaquín Andrade, tuvo terror de saber que el hombre que amaba era el asesino de su familia, luego el cielo se unió con el suelo, y en su mirada todo se volvió oscuridad.
Cinco años después.Zafiro, Ónix y Opal estaban reunidos en el amplio salón de la casa de verano, sus rostros iluminados por sonrisas genuinas mientras observaban el regalo que habían preparado con esmero.—Mamá y papá van a adorar este regalo —dijo Opal con un brillo de emoción en los ojos.—Sí, se lo merecen más que nadie —añadió Ónix, asintiendo con solemnidad.Zafiro los observaba en silencio, sus pensamientos viajando a todo lo que habían vivido como familia.Era un momento de unidad, de celebrar lo que habían logrado juntos.La fiesta de aniversario de Joaquín y Diana tenía lugar en la casa de verano que habían comprado en Barza, un lugar apartado donde el tiempo parecía detenerse.La propiedad era un paraíso natural, con un río cristalino que fluía sereno entre los árboles. El sonido del agua y el canto de los pájaros creaban una atmósfera de paz que parecía abrazar a todos los presentes.La celebración era íntima, solo la familia estaba invitada.Joaquín y Diana observaban a lo
Días después.El viento soplaba frío y arrastraba hojas secas alrededor de la tumba de Martín.La lápida era de un mármol pulido, demasiado solemne para un hombre que había partido de manera tan violenta y prematura.Aimé permanecía de pie frente a ella, con los brazos cruzados sobre el pecho, como si quisiera protegerse del peso de los recuerdos.Sus padres, silenciosos y respetuosos, se quedaron a una distancia prudente.Ellos sabían que Aimé necesitaba este momento, un espacio para despedirse, no solo de Martín, sino de todo lo que él había representado en su vida: amor, traición, ruina y, finalmente, una dolorosa lección.«Martín, si alguien nos hubiese dicho hace un año que acabaríamos así, nos habríamos reído», pensó mientras sus ojos se clavaban en el nombre tallado en piedra.Dio un paso al frente y susurró, aunque el viento parecía llevarse sus palabras:—Te amé… te creí el amor de mi vida, pero me equivoqué. No lo eras. Mi verdadero amor ya lo tengo, y es Rafael. —Sus ojos se
Martín llegó a su antigua residencia, el peso de la desesperación lo agotaba.Había tenido que escapar a toda prisa, dejando su auto caer al fondo de un barranco, un acto desesperado que lo mantenía alejado de la captura.Si lo denunciaban por secuestro, sus días de libertad se acabarían, y la sombra de los Andrade lo acechaba.Sabía que, si lo encontraban, no dudarían en deshacerse de él. El miedo lo consumía, y en su mente solo había espacio para una idea: huir.Al entrar en la casa, el eco de su propia respiración resonaba en las paredes vacías. Solo necesitaba un poco de dinero que había ahorrado, y luego se marcharía para nunca regresar. No quería enfrentar más problemas. La angustia lo envolvía como una niebla espesa.«Maldita sea, me voy por ahora, Aimé, pero volveré tarde o temprano por ti y nuestro hijo», pensó, el dolor de su ausencia, apretando su pecho como un puño.De repente, una voz cortó el silencio, era como un susurro que parecía venir de las sombras.—Hola, ¿me olvid
Aimé corría desesperada por la oscura calle, el peso de su hijo en brazos era lo único que la mantenía centrada en medio de la tormenta emocional que la envolvía.Cada paso era un eco de miedo.¿Qué pasaría si me alcanza?La pregunta resonaba en su mente, una y otra vez, como un susurro peligroso. La angustia la envolvía, haciéndole difícil respirar, y su corazón latía con furia, como si quisiera escapar de su pecho.¿Qué sucedería con Marcus si me atrapan? El pensamiento de perder a su bebé la hacía temblar de terror.Martín había cruzado la línea entre la razón y la locura. Ya no era el hombre que conocía, era alguien irremediablemente perdido en su propia furia, en su propio dolor.El miedo que Aimé sentía por él ya no solo era por su seguridad, sino por la de su hijo, que aún no comprendía el horror que lo acechaba.Aceleró el paso, las piernas le dolían, pero el miedo la empujaba.Fue entonces cuando vio un auto acercándose, y su corazón se detuvo por un instante. No podía ser.A
—¡Marcus tiene fiebre! ¡Por favor, déjame ayudarlo! —suplicó Aimé, sus ojos llenos de desesperación y pánico.El hombre soltó una risa fría, casi burlona.—Ingenua. Nuestro hijo está sano. Eso lo dije para traerte conmigo, pero él está bien. No tienes nada de que preocuparte. —Su tono se volvía más distante, más cruel.El corazón de Aimé latía con fuerza. Aunque la voz del hombre sonaba confiada, ella no podía calmarse. La preocupación por su hijo la ahogaba, y la rabia hervía dentro de ella. Miró al frente, la tensión creciente en su pecho. Solo podía pensar en una cosa: salvar a Marcus.«¡Rafael, lo siento tanto! ¿Cómo pude ponerme en esta situación?»La culpa la invadió, pero su amor por su hijo la mantuvo firme.—Da vuelta en la siguiente intersección, llegarás a un hotel de paso —ordenó él, con voz tajante.Aimé no dudó. No podía arriesgarse a causar un accidente. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad. El miedo la envolvía, pero no podía perder la compostura. Tenía
Rafael salió al frío de la noche, los nervios en tensión y la mente enfocada en su plan.Necesitaba actuar rápido.Hablaría con Joaquín y Ónix, lejos de Aimé.Sabía que ella jamás aceptaría arriesgarse, mucho menos con la vida de su bebé en juego. Pero Rafael no podía quedarse de brazos cruzados mientras Marcus seguía en peligro.—¡Vengan rápido, debemos salvar a Marcus! —exclamó con urgencia, el teléfono temblando en su mano mientras caminaba en círculos frente a la cabaña.—Estaremos allí en menos de lo que crees, Rafael. No permitiremos que ese loco se salga con la suya —respondió Joaquín con determinación.Mientras él planeaba el rescate, dentro de la cabaña, Aimé luchaba contra un torbellino de emociones.La culpa, el miedo y la desesperación la estaban ahogando. Finalmente, tomó el teléfono con manos temblorosas y marcó el número que sabía que no debía.—¡Martín! —su voz salió quebrada. La respuesta llegó de inmediato, fría y amenazante.—Aimé, ven al lugar que te indiqué. En qu
Último capítulo