El taxi se detuvo dos cuadras antes del edificio de Daniela, tal como ella había pedido. Alexander no protestó, pero sus dedos golpeaban el asiento con impaciencia mientras miraba el reloj.
—No deberías caminar sola —murmuró, los ojos escudriñando la calle vacía.
—Solo son dos cuadras y vivo aquí desde que tenía veinte años —respondió Daniela, abriendo la puerta— Sobreviviré.
Alexander asintió, pero antes de que ella bajara, su mano rodeó su muñeca con suavidad inesperada.
—Спокойной ночи,buenas noches, солнышко —susurró, los labios rozando su piel antes de soltarla.
Daniela tragó saliva, sintiendo cómo esas palabras desconocidas le erizaban la piel y a la vez reconociendo el apodo que le había puesto. Bajó del auto, pero el eco de la voz de Alexander la siguió hasta la puerta de su edificio. Cada unos cuantos segundos miraba hacia atrás para ver que el auto de Alexander sólo se marcho cuando pudo verla a ella llegar a salvo a su puerta.
El olor a café y cigarrillos la reci