Daniela se miró por última vez en el espejo del baño, ajustando el escote de su vestido negro. Había otros cinco sobre la casa. La tela, ajustada y elegante, caía en pliegues suaves hasta el suelo, dejando al descubierto su espalda desnuda hasta la cintura. ¿Este era ideal o se decidia por alguno de los otros?
Se tocó el moño alto que recogía su melena, preguntándose si estaba mostrando demasiado. Cada elección anterior tenía algo que no le gustaba. —¿Pareceré desesperada?— pensó, viéndose en distintas poses. Pero no podía llegar vestida como una calquiera. Alexander parecía un hombre de mundo, acostumbrado a mujeres sofisticadas, a gente de mucho nivel. Tenía que impresionarlo, pero sin dar la idea incorrecta de que caería en sus brazos solo por ser extranjero. La línea entre ser irresistible y parecer una puta era delgada, y no podía permitirse cruzarla. Sacó de su bolso los últimos billetes que le quedaban —lo justo para un taxi ida y vuelta— y respiró hondo. No podía llegar sudada, esperando a la suerte que llegase una guagua o llegar tarde. Esta noche debía ser perfecta. El restaurante era uno de esos lugares exclusivos de los que teníabuenas referencias pero no un salario para degustarlo por si sola. Esperó en la esquina, bajo la fuerte luz del alumbrado público, sintiendo cómo el viento jugueteaba con los risos sueltos en su pelo e intentando que no le importasen las miradas de los desconocidos. «Me equivoque, esto es demasiado» En ese justo momento en el que quería abandonar l auto negro de Alexander apareció puntual, deslizándose frente a ella como un fantasma de lujo. La puerta se abrió, y él bajó, vestido con una camisa blanca y un pantalón negro de corte recto. «Ojalá y los hombres de este país se vistieron así» —Eres preciosa —dijo en ruso de forma instantánea y comprendió que ella no lo había entendido — Qué luces hermosa —se tradujo. Daniela sonrió, agradeciendo el cumplido con un gesto tímido. —El lugar es precioso. —añadió a la conversación —¿entramos? Él le ofreció el brazo y ella dudó si tomarlo unos segundos antes de hacerlo, y sintió la tela fina bajo sus dedos. La mesa estaba cerca de una ventana, con vista a los firmes árbolesde uba caleta que escondían el mar, pero aun asi traspasaba el murmullo de las olas rompiendo en la distancia, mezclándose con las conversaciones a su alrededor. —¿Qué te gustaría tomar? —preguntó Alexander, hojeando la carta de vinos. —Un blanco, por favor —respondió Daniela, aunque en realidad no sabía mucho de vinos. Solo de borracheras con ellos . —Es una lastima que no haya vista directa a la playa Mientras el camarero servía sus copas. —Es para proteger la playa, aquí se respetan muchos las normas ambientales. La casa que viste en Varadero tiene una vista privilegiada. Estoy segura que disfrutará de usarla. Sería una excelente inversión. Alexander sonrió, como si adivinara su estrategia. —Hablas como si solo quisieras venderme propiedades. —Es mi trabajo —dijo ella, dándole un sorbo al vino. —Sería una lastima desperdiciar esta cena hablando de trabajo, seguro que tendremos más oportunidades para ello—respondió él, inclinándose un poco hacia ella—. Cuéntame de ti, de tu profesión ¿Qué estudiaste? Daniela dudó. Hablar de su vida real la hacía sentir vulnerable, pero quizás esa era la manera de conectar con él. —Estudié Historia del Arte —confesó—. Soñaba con trabajar en un museo, restaurar obras… pero aquí, eso no paga las cuentas. El no pudo disimular su asombro. —¿Y por eso vendes casas? —Y atiendo en un restaurante la mayoría de la semana —añadió, con un humor amargo —Por lo menos tus clientes tendrán el mejor de los servicios. Aunque me dejas claro que no era tu sueño —Sobrevivir es más importante que los sueños. Alexander la observó con una expresión que no supo descifrar. —Eres fuerte. Me gusta eso. Una sobreviviente con los pies en la tierra. «Gracias a esa dosis de realismo estaba en aquella cita» La conversación fluyó mejor de lo esperado. Él le habló de sus negocios en Europa, de su infancia en Moscú, y de sus verdaderos planes para las casas que compraba en Cuba —Los rusos tienen mucho interés en vacacionar aquí —dijo, riendo— Aunque se la mala fama que nos hemos ganado por algunos. Pero quiero que sepas que no todos somos así. Nosotros somos también hombres realistas, de principios, decididos a conquistar las cosas que nos gustan. Ella por poco se atraganta con un pedazo de carne. —He conocido algunos de esos malos ejemplos. Amantes del alcohol, la comida y las mujeres jóvenes. —Para mi las mujeres son como un buen vino, entre más pasa el tiempo más profundo se vuelve su sabor, pero no todos saben apreciarlo. —Yo he escuchado que los hombres son como la cerveza, pierden la escervecencia rápido con el tiempo. Él acepto con humor el intento de golpe a su ego. —Yo sólo se que los rusos somos como el vodka, entre más tiempo más peligrosos. En un punto de la conversación se encontró riendo con él, relajándose. Por un momento, olvidó que esto era una estrategia y disfrutó del momento. La noche terminó demasiado pronto. Alexander insistió en pagarle el taxi de regreso, y aunque Daniela quiso negarse, sabía que era eso o no comer esta semana. —¿Cuándo te vuelvo a ver? —preguntó él, acariciándole la mano antes de que entrara al auto. —Espero que pronto, quiero escuchar tu oferta sobre la propiedad —respondió ella, con una sonrisa que esperaba fuera seductora. —Ante todo una mujer de negocios . —Y es un gusto hacer negocios con usted. El taxi arrancó, alejándose del restaurante. Daniela recostó la cabeza en el asiento, sintiendo una mezcla de alivio y emoción. Dejándose acariciar por el aire acondicionado y los asientos de felpa. Su paz fue interrumpida por el vibrar del celular Un mensaje de un número sin registrar «Necesito verte» Pensó en Alexander pero acababan de despedirse. Antes de que pudiera pensar más, otro mensaje llegó: Es urgente , mañana te veo en tu casa. Daniela frunció el ceño, rápidamente entendió de quien se trataba. Y solo significaba una cosa: Problemas