Mundo de ficçãoIniciar sessãoSalomé Fierro creyó, alguna vez, que confesar sus sentimientos por un hombre como Johan Crown era una buena idea. Alguna vez… porque su rechazo no solo destruyó lo que sentía, sino que lo hizo con una frialdad tan brutal, que parecía querer ser recordado solo por la forma en que despedazaba emociones. Años después, Salomé es la prometida de uno de los candidatos presidenciales más ambiciosos del país. Sabe jugar el juego político. Sabe sonreír cuando toca. Sabe callar cuando conviene. Hasta que, en el primer debate entre los tres aspirantes a la presidencia… lo ve. Johan Crown. Más maduro. Más imponente. Más temible. Y sin embargo, más seductor que nunca. Con un aura arrolladora que envuelve su impecable cortesía y una mirada que la reconoce de inmediato: ya no es aquella chiquilla de universidad… ahora es una mujer imposible de ignorar. La tensión entre ambos no solo estalla. Se arrastra como un gas invisible, envolviéndolos, encendiéndolos. No hay lugar para ese tipo de relación. No ahora. No entre ellos. No en medio de una campaña presidencial. Los límites están claros, las consecuencias también. Pero... ¿Podrán respetarlos?
Ler maisEra de noche, pero no cualquier noche.
Salomé llevaba horas ensayando frente al espejo lo que iba a decir, apoyada por Vito, su amigo. Faltaba solo una semana para el día de su partida, y antes de que ese momento llegara, tenía que hacerlo. Ahora con unos tragos encima era el momento. Su padre hablaba de un gran futuro para ella. Y aunque también lo deseaba, no soportaba la idea de haber aceptado ser la prometida de alguien sin siquiera intentar cambiar ese destino. Se había dicho a sí misma que no se iría de allí sin decirle. Pero sus pies temblaban como si la gelatina que se comió en la mañana las hubieran reemplazado. Vito le acarició los hombros y la animó a seguir, recordando que estaría esperando por ella. Y ella continuó. Johan Crown salía del auditorio con paso lento, pero tan firme que nadie se atrevía a rozarlo. Era un sujeto sumamente distante con todos, siempre parecía apresurado para llegar a todos lados, aunque sus pasos fueran lentos, como si quisiera decir a todos que le importaba el espacio, no ellos. Esa noche había dado una conferencia sobre política internacional que dejó incluso a los profesores en silencio, sorprendidos por su elocuente dominio del tema. Vestía un abrigo largo, negro, con la bufanda suelta, y caminaba como si no tuviera tiempo para nadie... excepto que ella lo detuvo planteándose frente a él. —Johan —su voz tembló, pero no su determinación. Vito tenía razón, ella había sido la única que él no ignoró cuando solicitó su ayuda. ¿Podía significar que él también la había notado? Ese par de ojos metálicos eran, por mucho, los más impactantes que había visto en ese sitio. No por el color, era la forma en la que enfocaba el rostro de todos y elevaba los latidos, cautivando los sensores hasta casi hacerlos colapsar. Él mantuvo su distancia, pasando sus libros de un brazo a otro. No con fastidio, tampoco con simpatía. Solo con esa calma elegante que parecía hacerle intocable. —¿Salomé, sigues aquí? —su rostro de perfil la hizo contener el aire, pues este buscaba a su hermano con la mirada, pero ella trataba de encontrar las palabras exactas—. ¿Algún problema? ¿Resolviste tu dilema con...? —No. No vine por eso. Vine por ti. Él dejó su búsqueda, no por interés, sino porque su educación no le permitía ignorar una frase tan directa. La miró sin bajar la mirada, con ese porte casi altivo que lo mantenía ajeno a todo drama adolescente. —Tengo algo de prisa, ¿podríamos dejar el tema para después?—, su agotamiento lo estaba comenzando a frustrar. —No puedo postergarlo más—, ella se plantó firme y él le brindó atención, resignado. —Necesito decirte algo —exhaló. Su corazón latía tan rápido que pensó que él podría escucharlo—. Sé que no tiene sentido, pero…— sus hombros subieron—, siento cosas por ti. Desde hace tiempo. Te admiro, te observo... no sé cómo pasó, solo pasó. El silencio entre ellos se volvió frío. Johan bajó un poco la mirada cuando sintió que estos habían recibido una carga difícil de sostener. No sonrió. Tampoco se alejó. Pero su gesto fue más cortante que nunca. —No deberías decir eso —contestó sin dureza, pero sí con frialdad. —Pero lo digo igual —la chica tragó saliva. Era valiente para otras cosas, pero no con él—. Porque me gustas. Desde hace meses. Y no lo dije antes porque sabía que no cambiaría nada… pero hoy, no sé. Hoy tuve que hacerlo. Johan suspiró, más por agotamiento emocional que por sorpresa. Apoyó sus libros contra su pecho y desvió la mirada. —Salomé… Eres brillante. No quiero cambiar ese concepto de tí. No solo por lo que dices, sino por lo que sé que harías por un “sí”. —¿Crees que es una de esas veces? —replicó ella, con los ojos brillantes pero la voz serena—. No es así. Y era todo lo que tenía para decir, no buscaba ser correspondida. Al girarse no pudo marcharse, debido a un grupo de estudiantes que cubrió todo el espacio, murmurando. Johan bajó un poco la voz. —No debiste hacerlo. Ella parpadeó girándose de nuevo. —¿Qué? —No debiste confundirte así. Yo no soy ese tipo de hombre, Salomé—, la amabilidad fue reemplazada por una auténtica frialdad. —No el que crees y no el que va a fijarse en alguien como tú. —¿Como yo?—, se indignó, pero él se guardó la respuesta—. ¿Estás enojado solo por una declaración directa? Que infantil. —Estoy siendo claro. Las palabras le dolieron como bofetadas. Su garganta ardía, pero no iba a llorar frente a él. No iba a suplicarle que viera lo que sentía. —No te di ninguna razón para confundirte así—, la miró como si fuera alguien fuera de sus estándares—. Las ilusiones te las creaste solas. Pero esta vez quiero ser directo; no estoy pensando en tener ninguna relación contigo ni con nadie de este...lugar. Ella sintió que un nudo se instaló en su garganta. —Espero no tener esta conversación nunca más y que evites que deba ser incluso más claro, porque eso no será agradable—, manifestó con voz grave. —Perdón por...—murmuró, pero Johan se dio la vuelta con el mismo desinterés que empleaba con todos. Salomé sintió que un agujero la estaba dejando en el fondo, y quiso tragarse el alma con eso. En cambio, Johan siguió caminando, como si esa confesión no hubiera existido jamás. Salomé se quedó ahí, con el estómago encogido, los labios sellados y el pecho lleno de cristales rotos que le cortaban la respiración. Ese día tuvo que aprender a las malas que no debía perder la dignidad ante ningún hombre de nuevo. Que las "ilusiones por amor" no eran tan fuertes como para dejarla en el suelo, porque ese lugar no era donde pertenecía. Se tuvo que mentalizar que debía ser tan fuerte como se esperaba que lo fuera. Porque a las tormentas nadie las puede detener y ella tenía que convertirse en una para no solo sobrevivir, sino destacar en ese mundo que eligió. —Acepto—, dijo a su padre a la mañana siguiente, luego de que se convenciera a sí misma de que no iba a morirse por un rechazo tan brutal. Su padre, sentado en la mesa de la cafetería, alzó apenas la vista. No esperaba que Salomé diera el paso tan rápido. Ni tan firme. —¿Aceptas? —repitió, midiendo sus palabras. —Acepto los planes que tienes para mí. Lo que venga. Haré todo lo que se espera de mí, y más. Pero lo haré a mi manera y a mi tiempo —afirmó ella, con los hombros rectos y la voz limpia de toda vacilación. Hubo un silencio breve. Luego su padre asintió. —Eso esperaba de ti. Y Salomé también lo esperaba de sí misma. No como recompensa, sino como impulso. Había algo nuevo en su interior, algo más centrado en su futuro. Un corte limpio que sangraba ambición, orgullo, y un nuevo sentido de valor. Le habían dado el golpe que necesitaba para dejar de soñar en silencio y empezar a construir ruidosamente. Debía dejar de mendigar afecto. Aprender a mirar de frente. Y también a olvidar lo inútil. Los sentimientos así eran una debilidad. Y ella ya no estaba dispuesta a ser débil.Salomé sintió que la veían y escuchaban desde el otro lado de la oficina. Giró la silla de inmediato, con cierta ola de calor en su rostro. —¿Dinero dinero?— bajó la voz. —¿Del dinero que conocemos todos como dinero?No era la única impactada. El golpe a sus pensamientos era el mismo que experimentaba la persona que tenía en la línea, quien no dejaba de ver cada fajo que quedaba a la vista. —Del dinero que conocemos todos como dinero— Vito no se recuperaba de la impresión aún. —¿Cuánto?— su amiga consultó, bajando aún más la voz. Vito pateó la escultura y escuchó un sonido de algo deslizándose en la base también. Ese sonido era fácil de reconocer. Quitándole lo fantástico, llegaba a asustar.—Mucho es decir poco— Salomé se quedó aún más perpleja con la respuesta. —Está repleta de fajos. —¿Cuánto calculas? —investigó—. Eres bueno para los números.—Diez...más... —¿Millones?—Uno más. Uno menos— calculó Vito cerrando incluso las cortinas, temiendo que algún fisgón tuviera la mism
Mientras Lang volvía a aceptar presentarse ante las cámaras, listo para enfrentarse a un mar de preguntas, sin su esposa. No iba a exponer su dolor. De por si, él no soportaba la idea de decir frente a todos que su Gillia no estaba, que Giulietta estuviera presente no lo toleraría. Báltico, en la privacidad de la casa color terracota, veía con más color en las mejillas a la mujer de ojos azules que comía algunos arándanos en la mesa del balcón. Sus hematomas ya no eran tan visibles. Se movía con mayor facilidad, y la había visto retirarse puntos quirúrgicos ella misma. Ya estaba preparada para volver al trabajo para el que era buena. Aunque ella pedía que le ayudara a recuperar su dinero. Algo en lo que Báltico sabía desenvolverse. Sobre todo porque su hermano era conocido por lograr el transporte a bodegas en donde se enviaban a donde el cliente lo solicitara. En su caso, Catrina tenía una idea de como moverlo. Solo necesitaba la extracción, por la cual negoció un cantidad consider
—¿Quién es ella y qué hace aquí?— Báltico ignoró abiertamente a Julián quien seguía con su traje negro completo encima. —Te estoy hablando. —Luego me encargo de ti— sobre toda respuesta fue lo único que recibió. Julián vio a la mujer de ojos azules, que de casualidad sintió haber visto en algún lado, sin ser así. Catrina atravesó el hall de la casa, con pasos lentos, pero sin bajar la mirada siquiera. Es más, lo vio a él como si fuera una auténtica cucaracha. O eso le pareció al candidato de NEXUS, quien sintió la superioridad de esa mujer extraña. La castaña observó la casa, reconociendo el buen gusto en los cuadros valiosos, esculturas sencillas pero que sabía valían lo suficiente para deducir que valoraban mucho las apariencias en ese sitio. Tampoco se olvidó de la alfombra persa, los muebles de cuero blanco y por supuesto, un decorado en las paredes color terracota que le daba un estimado alto del valor de la casa. —Ni siquiera tomaste en cuenta que no quiero a nadie aquí. Me
El aroma a palomitas. El sonido de una comedia reproduciendose en el televisor. Robinsón dejando a Orianne acomodarse mejor en su hombro. Aranzu por primera vez en pijama frente a una familia distinta a la suya. Vito sintiéndose cómodo en una sala que no es la suya. Théa a punto de dormirse acurrucada en el sofá personal con una manta encima. Todo contribuía a un ambiente calmo, en el cual solo faltaba Salomé, aunque esta se había marchado minutos antes. Aunque al abrirse la puerta, los visitantes no dejaron a la empleada siquiera saludar cuando la empujaron fuera del camino. Con pasos largos y apresurados ignoraron las solicitudes de detenerse.—No tenías derecho— las palabras salidas de Begoña borraron las risas de toda las personas que estaban reunidas en la sala. Deshaciéndose de sus cómodas posturas, todos fijaron la vista en dirección al recibidor. La mujer de abrigo amarillo respiraba en secuencias interrumpidas por su mismo enfado, al igual que el esposo, quien aniquiló al h
Para los momentos en los cuales había que decidir algo que antes no sería una opción, cada uno tenía un ritual. Anthony le pedía a Mateo o Lina salir a correr. Mateo se encerraba en un lugar donde los lienzos tomaban forma. A Lina le agradaba más usar algún programa que le permitiera acceder a lo que en otro caso no fuese entretenido. Asher tenía la manía de poner en peligro su vida en un vehículo de dos ruedas. Avery se metía a cursos de cosas que tal vez no usaría jamás. Izan se encargaba de tomar el mando de una aeronave, sobre todo las de prueba. Vladimir, en cambio, tenía infinidad de ideas para lograrlo. Un poco de aquello, esto y lo otro.Pero Johan tenía un solo y único pasatiempo, tranquilizador y que le ofrecía caminos cuando veía varias opciones que requerían la elección de uno. Mientras usaba las tijeras y revisaba, analizaba lo que leía de fuentes que no necesitaban revisión, ya que pertenecían a él mismo. Siendo personas que investigaban con recursos proporcionados por é
El pequeño Zaker estaba igual de entusiasmado que su madre al salir de casa. Y hacerlo sin prisas o cubierto del rostro en todo momento, hizo más agradable su paseo. De cierta manera, que Livia estuviera tranquila, también lograba calmar al niño de apariencia hipnótica. Esa mirada verde tenía algo que hacía que aquel que la viera, quisiera hacerlo un poco más. La belleza en ellos era casi surrealista. Aunque algo no la dejaba tranquila al notar ciertas miradas en los Centinelas que la seguían. Al entrar a un consultorio médico, estos también descubrieron que dos de ellos los siguieron al interior. Mientras Livia percibió la tensión, optó por preguntar, aunque los Centinelas aseguraron que se harían cargo. Ella decidió creerles y entrar con el médico cuando fue su turno, mientras uno de sus guardianes enviaba un mensaje a su jefe que clavaba una quinta argolla a la pared cuando recibió el aviso. Vermont le había parecido demasiado tranquilo los últimos días y aunque sabía que te





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