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Capítulo 3: Una tormenta.

Los reflectores caían con precisión milimétrica sobre el escenario. Cada ángulo había sido ensayado, cada palabra del discurso pulida hasta sonar natural. Pero nada en aquel lugar se sentía espontáneo. En la política, la naturalidad era un disfraz más.

Johan Crown lo sabía. Lo había estudiado lo suficiente para saber cómo moverse entre ellos y no sólo seguirles el paso, sino superarlos. Esa noche portaba el dominio como si le perteneciera.

A pesar de ser la primera vez que se presentaba oficialmente como candidato a la presidencia.

Su traje oscuro, perfectamente cortado, resaltaba su estatura y el aura de elegancia que lo rodeaba desde que ingresó al salón. No caminaba, deslizaba presencia e imponía su conocimiento sobre todo tema que creyeran que era ajeno a su estudio. Los flashes lo recibieron como si ya fuera presidente desde que llegó y ahora lo enfocaban en cada ocasión posible.

Los murmullos se alzaron desde que se supo que era el nuevo candidato por el nuevo movimiento MIRAGE, reconociendo a un hombre que había vuelto de entre las sombras del anonimato, de una enfermedad que casi lo mata… y quizás, de sí mismo.

En el podio siguió hablando en los minutos que aún quedaban del debate. Recorrió el lugar con la mirada, levantando suspiros. Y esos también podrían ser votos a su favor.

Hizo una ligera pausa. El silencio expectante de todos llenó el sitio.

—Hoy no vengo a prometer lo imposible —mantuvo el tono de su voz—. Vengo a recordarnos que aún somos capaces de reparar lo que hemos permitido que se rompa, no con ideas de que debemos esperar la paz, sino imponerla.

Él no tenía el mismo pensamiento pacífico de los otros dos, porque los arcoiris no era lo que todos esperaban como solución.

La audiencia escuchaba, atrapada por la cadencia de sus palabras. Pero Johan no miraba sólo al público, ni a las cámaras, veía el medio para conseguir su objetivo.

—Ya hemos escuchado a nuestro tercer candidato —dijo la presentadora con voz firme mientras el auditorio estallaba en aplausos—. Y con los tres juntos; Richard Lang— el ex militar elevó la mano—, Julian Sullivan— el hombre de imagen impecable mostró su mejor sonrisa—, y Johan Crown— este solo movió la barbilla—, podemos decir que tenemos grandes plataformas políticas, mentes preparadas y figuras que saben cómo mantener la estabilidad de esta nación.

Los tres hombres se acercaron a los demás en la tarima, estrechándose las manos con rostros diplomáticos, cada uno más elegante que el otro. Julian sonreía con esa seguridad nata que a veces rayaba en arrogancia. Richard, siempre mesurado, mantenía la compostura con sus lentes en el borde de la nariz. Johan no sonreía, solo observaba. Como si midiera algo más que el aplauso. Como si estuviera buscando grietas que pudiera usar a su favor.

Bajaron de la tarima y tuvieron que responder a las preguntas de los periodistas que no se quedarían con una imagen a la distancia. Minutos eternos hasta que pudieron llegar a un salón más tranquilo, en el que Johan dejó de sentir el hostigamiento de todos y se recordó que esos latidos acelerados ya no eran un riesgo que requiriera tanta atención.

Ajustó su abrigo y recibió la copa que solo mantenía en su mano, aún sin probarla, ya que el medicamento que había ingerido se lo prohibía estrictamente.

—Buen debate, Crown—, giró a su derecha para ver a Lang extender la mano una vez más. Él la tomó y devolvió el elogio—. A pesar de lo que pensé, creo que es mejor reconocer que le diste un bofetón a mi idea sobre tí.

—Suelo hacer eso—, contestó sin extenderse mucho en su respuesta.

—¿Tu familia no te acompaña?

—Mis hermanos deben estar por ahí—, sabía que sí, los había visto antes de subir a la tarima, pero quería evitarse el escándalo un poco más.

—No quiero ser cruel con tu objetivo, pero si sigues con la idea de que sin esposa este país te tomará en serio, vas a verlos truncados por tí mismo—, el tipo siempre era directo y con un candidato tan joven y preparado, podría serlo más—. No diré que no tienes seguidores, porque claramente se ve que los tienes, pero las siguientes encuestas me darán la razón.

—Supongo que las veremos juntos—, contestó solamente. Aarón, podría decirse su tío, había propuesto hacer lo que hicieron con su padre cuándo éste fue gobernador; buscar una esposa para él, usar un matrimonio como ancla al igual que lo hacían todos, porque le sería de mucha ayuda.

Pero él no quería eso. No se veía en un futuro, compartiendo un cargo con una mujer de la que conociera poco o tuviera que soportar comportamientos poco agradables.

Debía enfocarse en una cosa a la vez y no como antes que quería abarcar todo a la vez, porque sentía el tiempo limitado y buscaba vivir de todas las experiencias posibles. Un matrimonio, no era su sueño.

—Johan Crown—, la conversación entre Richard y Johan se detuvo al escuchar a Sullivan con ese carisma que convencía a sus seguidores de no dudar de sus propuestas—. No me digas que esto no es emocionante, porque no creo que escuchar tantos gritos aclamando por ustedes no les genere ni una pizca de emoción.

—No busco aplausos, Julian—, tomó la mano en el saludo—. Busco ganar y los aplausos pueden mentir.

Lang prefirió no añadir nada.

—Dijeron que eras muy acertivo con tus pensamientos, pero veo que eres más que eso—, los tres observaron las pancartas con sus rostros. —Espero que dejemos la rivalidad en los escenarios y las urnas. Los tres vemos un objetivo, uno ganará. Simple.

—Por supuesto—, afirmó Lang.

—No tengo rivales—, contestó Johan—. Nada ni nadie en mi vida tiene tanta importancia como para considerarlos así.

—Que bueno que lo mencionas, porque tenemos diferencias que nadie podrá siquiera pensar que puede comparar—, Johan se dio cuenta de que Sullivan veía a la esposa de Lang, una mujer de cincuenta y tantos, que para su edad era muy hermosa y con la clase que hacía destacar a su marido—. Y ahí viene una de las estrategias más firmes que tengo.

Julian clavó sus ojos en un solo lugar, el mismo que algunas cámaras enfocaron y algunos de los presentes no dudaron en detallar. Johan giró su cabeza y en ese momento la vio.

Con un andar firme, seguro y felino, ella avanzó entre la multitud como si el mundo se abriera para dejarla pasar. No necesitaba anunciarse; su figura lo hacía por ella. Escoltada por dos asistentes. Las caderas amplias marcaban un ritmo lento y magnético que acallaba conversaciones. Su vestido burdeos ciñendo sus curvas con una elegancia peligrosa, ajustado en los lugares correctos, abrazaba su cintura y realzaba su busto generoso con una naturalidad provocadora. Y sus labios pintados del mismo tono curvaban una sonrisa discreta, casi altanera.

Su piel, bronceada como si el sol la hubiera escogido como musa, brillaba bajo las luces, y sus ojos solo enfocaban envidiablemente a su prometido. El cabello suelto, con ondas suaves caía sobre sus hombros, parecía parte de un comercial, pero había en su mirada algo más; ese tipo de seguridad que no se finge.

Ella no caminaba, desfilaba. No miraba, estudiaba. Decirle sexy era algo muy simple.

Era el tipo de mujer que hacía que los hombres se olvidaran de por qué estaban ahí, y que las mujeres la vieran dos veces para no saber si sentir envidia o...

Johan bebió un trago de su copa sin importar recomendaciones médicas. Algo de ella le era...familiar.

—Es ella —dijo Julian con una media sonrisa orgullosa, casi como si acabara de invocar una carta ganadora.

Johan no respondió de inmediato. Su rostro se tensó apenas la reconoció como la ex compañera de universidad.

Era eso.

Pero no debía causar esas sensaciones en él.

—Qué curioso —dijo finalmente, clavando sus ojos en Salomé, sin disimular el escrutinio.

—¿Qué cosa?—, Johan no contestó a la pregunta de Julian al verla llegar a ellos—. Richard, tú la conoces, pero Johan no, así que aprovecho para presentarla—, alardeó Julian—. Mi hermosa prometida y la reina de mi corazón; Salomé Fierro.

—Señores —la voz de la mujer era melodiosa, con un tinte de seguridad que arrasaba con la confianza de cualquiera. Extendió una media sonrisa, primero a Lang, luego a Julian… y por último, a Johan—. Qué gusto coincidir en este evento. Los tres juntos… qué privilegio para el país.

Johan inclinó apenas el mentón en señal de cortesía. Sus ojos, sin embargo, no eran corteses. Brillaban, con algo que no se podía disimular tan fácil.

Por ello solo pudo acomodar su pañuelo, en ese gesto que siempre lo devolvía a un solo instante. Se repuso rápidamente.

—Señorita Fierro —dijo con voz baja pero firme—. Supongo que su prometido está muy orgulloso de su diplomacia.

Salomé evitó ver esa mirada metálica, cargada de arrogancia y una curiosidad incómoda.

—Oh, lo está. Me dice todo el tiempo que jamás imaginó a su futura esposa… —se interrumpió un segundo, apenas perceptible— …codeándose con candidatos a la presidencia. —sus palabras se deslizaron con una elegancia peligrosa, pero la forma en que apretó su carpeta traicionó su tensión—. Aunque claro… él es el más importante para mí.

Julian alzó las cejas, besando la mano de su prometida, sabiendo que muchos no le quitaban los ojos de encima. Johan observó el encanto de ambos al verse.

Actuación. La había visto en su familia y sabía reconocerla por más buen papel que se hiciera. Sobre todo por la manera en la que ella esquivaba su mirada.

Reconocía una alianza conveniente cuando la veía.

—Permitanme felicitar a los tres, ese debate fue, por mucho, el mejor que he presenciado hasta el momento—, no enfocaba a ninguno realmente, mientras los tres la veían solo a ella.

Por un segundo sus ojos se encontraron con los de Lang y ambos sonrieron. Pero en el momento en que Johan ocupó ese lugar, las chispas volaron como si una granada hubiese estallado de la nada, aunque ninguno hizo otro movimiento. Parecía que no recordaba nada de él, ni siquiera su nombre. Y eso causó una duda en Johan.

Ella lo esquivó de inmediato, como si nada.

—Si me disculpan, ahora quiero a mi prometido solo para mí.

—Adelante—, ninguno objetó, mientras ella se llevaba a Julian. Sin embargo, de un momento a otro su mirada chocó con la de Johan una vez más, haciéndole saber que sí sabía quién era, que lo recordaba. Y que le tenía un inmenso rencor.

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