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Capítulo 4: Un pañuelo conocido.

—No mentí cuando dije que este había sido un gran debate—, Salomé caminó a la par de su prometido—. Tienes mucho talento, y aunque esté reñido, aún podemos lograr sacar una ventaja en las próximas encuestas.

—¿Asumiendo el papel de primera dama desde ya?—, Julian abordó primero cuando abrieron la puerta del auto para ambos. —Lo haces muy bien. Cuando nos nombren los nuevos gobernantes de este país brindaremos en la estatua de la libertad.

—Cuando eso pase, ni siquiera recordarás que existo—, el candidato la miró con el ceño apretado, mientras ella tecleaba en su móvil.

—¿Qué dices?—, le tomó la mano para luego deslizar la mano por su cintura—. De no ser por ti ni siquiera estaría aquí. Eres parte importante de esto, bebé. Y serás fundamental dentro de poco.

—Ya no nos escuchan, no necesitas usar apelativos que no me agradan—, le recordó al estar a bordo.

—¿Sigues enojada?—, se acercó a su cuello. Sería un estúpido si no aprovechaba instantes tocando a ese monumento que era su mujer. Y los fotógrafos aún capturaban su imagen.

Aunque ella colocó la mano abierta sobre su torso y lo empujó suavemente, sin dejar de sonreír. Como si fuera solo un juego entre una pareja enamorada.

—Impusimos reglas y mientras no soluciones el despido de tu asesora de imagen, no vuelvas a tocarme—, Julian suspiró. —Hago su trabajo, le pagas porque quieres.

—¿No me crees que no volvió a pasar nada? Tus celos son...

—No son celos, es respeto—, impuso Salomé—. Si este compromiso fue negocios, el respeto a mi nombre no lo es. Es una regla y si descubro de nuevo ese tipo de...cercanías, esto se acaba.

—Hemos ganado mucho. No puedes hablar en serio.

—No me importa si eres el presidente, es una advertencia y sabes que cumplo cada una— se enderezó en su lugar. —Lo mejor es que la despidas. Ahórrame la pena de tener que llegar como si fuera una novia insegura a hacerlo yo misma.

—Salomé.

—No nos conviene que la esposa de Julian Sullivan parezca insegura de la lealtad de su marido, bebé—, le rozó el labio con el dedo.

Su prometido observó esa boca apetitosa demasiado cerca, pero enseguida ella se alejó.

—Para esta tarde quiero saber que ella está buscando trabajo en otro lado—, volvió a su teléfono.

Ella sintió que se veía como una caprichosa, pero no le importaba. Su dignidad como mujer de un candidato no estaba a la venta. Si aceptó ese trato fue por una razón muy poderosa, pero también tenía límites y ese era uno.

Tampoco iba a admitir que haber tenido la pesadilla amarga de su pasado le había descontrolado ese rencor que creyó apagado.

Ese tipo era nefasto y si era tal como en la universidad, sería peor que una pesadilla tenerlo cerca.

Llegó a su casa y enseguida se quitó los zapatos. Revisó las portadas donde él y su prometido figuraban, las cuales ordenó para leer en cuanto le subieron algunas golosinas. Julian tenía trabajo por lo que no se quedó a saludar a sus suegros y ella quería un momento para relajarse, mientras leía y hablaba con Vito por teléfono.

—¿Cómo te sientes?—, fue la primera pregunta.

—Jodido—, contestó su amigo en un suspiro—. Pero no vamos a hablar de tristezas, dime ¿cómo te fue?—, se escuchó más animado—. No he visto la televisión, pero escuché que hoy se sumó otro candidato.

—Ni me lo recuerdes—, cayó sobre la cama con una papa entre sus dedos la cual llevó a su boca—. Mi suerte siempre es un desastre.

—Te he dicho que no existe la mala suerte—, replicó su confidente ajustando su suéter—. Solo ocurren...

—El otro candidato es Johan Crown—, Vito se quedó en silencio—. Sí, ese Johan Crown.

—Si tienes mala suerte—, Vito se sentó frente a su ventana sin soltar el teléfono—. Es broma, cariño. Mira, hasta donde sé tu trato con Julian...

—No voy a romper mi compromiso con él solo para evitar encontrarme a Johan—, agregó ella.

—Pero te sientes incómoda.

—Nunca dije incomoda—, corrigió—. Eso está en el pasado. Solo te lo cuento porque quería que lo supieras antes de que me reclames por haberlo ocultado. Como con lo del pañuelo.

—¿El de Juan Camilo?— inquirió.

—Habíamos quedado que era José Carlos…¿o era Juan Carlos?

—No sé, pero volviendo al tema…

Vito sacó una bolsa con gomitas de su suéter.

—¿Qué harás?— indagó.

—Seguir como siempre—, contestó Salomé—. En una semana tendremos una conferencia con todos ellos— relató—. En lo que debo enfocarme es en tener preparadas preguntas que seguramente también recibiré. Nada más.

—Lo sé, pero me preocupa que tengas a tu padre duro y dale con apresurar la boda—, escuchó a su confidente tomando aire y abrazó su pierna—. Te quiero a tí, pero tu padre me cae en la punta del hígado.

—Ahora incluyó a los hijos—, suspiró.

—¿Quiere que tengas hijos?

—Cree que embarazarme lo antes posible nos traerá puntos a favor, ¿Puedes creerlo?— rió resignada.

Vito hizo un ruido a través de la línea que ella comprendió como el enfado reprimido que siempre vivía dentro de él con cada tema que la agobiaba.

—No diré lo que pienso—, hizo una pausa—. Respeto que sea tu padre, un buen publicista y un hijo de...Al final de todo sí tendré canas y serán verdes.

Ella rió sin poder evitarlo. Reía por las veces en las que no podía hacerlo. Y es que las pocas veces que eso se daba siempre era por su amigo.

—La cena está lista—, le avisó Willi.

—Pero ya cené—, señaló su bandeja con papas.

—Su padre no va a aceptar un no como respuesta—, le dijo con pesar. Ella liberó el aire por la boca y se puso los zapatos, acomodó su cabello y le pidió la opinión a la asistente de limpieza que siempre vestía su uniforme blanco—. Encantadora.

—Tú siempre sabes qué decir—, le palmeó el hombro y se preparó mentalmente para el mundo de preguntas que iba a recibir.

Su padre no era un tipo frío con ella. De hecho, desde niña siempre la trató bien, pero últimamente parecía estar exigiendo más que a sus contadores, y eso ya decía mucho.

En cuanto llegó al comedor, lo primero que notó fue que su madre no estaba. Algo sumamente extraño, porque él jamás comía sin ella. En cambio se encontraba el jefe de campaña con él.

«Genial, ahora los tenía hasta en su casa.»

Saludó sin embargo.

—Déjame felicitarte, cielo —Robinsón le tomó el rostro con las dos manos y besó sus mejillas—. Estuviste brillante. Clara, segura, con presencia. Diría que fue tu mejor aparición hasta ahora.

—¿Pero...? —respondió ella, sabiendo que siempre venía un "pero".

Robinsón deslizó la silla para que ella se sentara. Sirvió una rebanada de papa en su plato mientras el invitado permanecía en silencio, como si aguardara que él encontrara las palabras justas.

—Nuestros colegas en estrategia coincidieron en algo muy concreto —dijo al fin, ya sentado frente a ella—. Richard Lang tiene hijos. Esa imagen familiar sólida, de esposo y padre presente, está sumando puntos, Salomé. Según el sondeo interno de esta mañana, ellos están dos puntos por encima. Y eso, antes de que salgan las encuestas reales, es una alerta para nosotros.

—Papá —respondió Salomé con firmeza—, no voy a embarazarme por estrategia electoral. Este compromiso ni siquiera es verdadero. Me estás pidiendo algo que va más allá de lo profesional. Y ahí no pienso ceder.

Su padre la observó con detenimiento.

—¿Y si te dijera que Johan Crown arrancó con un 23% de intención de voto? —ella alzó la mirada, sorprendida ante el dato de Tedd, el jefe de campaña —. Está por encima de Julian por dos puntos también. Lo que significa que su narrativa está funcionando. Es disruptivo, enfocado, y la gente responde a eso.

—Es un buen candidato—, simplificó solamente.

—Es más que eso—, añadió Tedd—. No le han dado publicidad real, no ha salido a giras por ningún estado, no ha hecho todo lo que nosotros y aún así está avanzando como si llevara años en campaña —continuó, acercándose un paso, con ese tono que usaba para cerrar tratos difíciles—. ¿Sabes lo que eso significa, Salomé?—ella solo esperó. — Que tu presencia, tu imagen, tu historia, no están funcionando como deberían. El público quiere algo más. Algo real.

—¿Y crees que fingir un embarazo me hará más real? —replicó ella, con las cejas arqueadas, cruzándose de brazos.

—No se trata de fingir —intervino su padre por fin, con ese aire cansado pero meticuloso que usaba cuando quería que ella entendiera su lógica. Ella se enderezó—. Se trata de darles una historia. Algo que no puedan cuestionar. Una familia sólida, una mujer comprometida con su futuro… y con el de la nación. —quiso hablar, pero él siguió—. La imagen de la prometida…llamativa, no funcionará a largo plazo.

—¿Te oyes? —susurró Salomé, entre incrédula y molesta—. Hablas de mí como si fuera una pieza de ajedrez.

—No te confundas, mi cielo —dijo su padre, serio—. Eres una reina. Pero las reinas también se sacrifican. También fingen, también construyen. Y debes estar dispuesta a jugar el juego completo, considerar dominar el tablero antes de que alguien más lo haga por ti.

—Se me quitó el apetito—, alejó el plato y se puso de pie—. Y también las ganas de seguir hablando de esto. Deberían sacarse el nombre de ese tipo de la boca. Hasta parece que lo admiran cuando solo es un sujeto con las mismas posibilidades que Julian. No lo van a encontrar en todos lados para alabarlo como un jodido Dios.

—Salomé— su padre trató de detenerla.

—Saldré, porque saber de ese sujeto es lo que menos deseo esta noche.

—Sabes que no debes salir a estas horas, ¿verdad?

—Dices que soy la próxima primera dama de esta nación y como primera decisión, sí, voy a salir—, les dedicó una mueca en lugar de su sonrisa y se dirigió a la salida.

Ya no era solo frustración. Era una presión invisible que le apretaba el pecho, que no la dejaba respirar.

Necesitaba ir donde aún era Salomé, no "la prometida". Y eso solo pasaba con Vito.

A él recurría cuando algo andaba mal. Aunque siempre le recomendaba cosas que a ella, por sí sola, jamás se le ocurrirían. Como la vez que fue a un club… diferente.

No quería pensar en esa ocasión desde hacía meses. No de nuevo, porque su cuerpo siempre la traicionaba.

Le dijo a sus guardaespaldas que la llevaran con él y en pocos minutos el edificio estaba ante sus ojos. Uno lleno de ese aroma que él decía que ya no soportaba, pero aceptaba sin opción.

Le pidió a la enfermera que le avisara de su presencia, pero la chica sabía quién era y no hubo necesidad de más para dejarla pasar.

La dirigió al dormitorio de su amigo y enseguida entró, hallándolo con un libro que marcaba.

—No me digas que me extrañaste porque sé que mientes—, se levantó de su silla en cuanto la vio—. ¿Qué te hicieron ahora?

—Nada—, lo abrazó, sin dudar él la rodeó también, acariciando sus hombros—. Pero quería respirar fuera de esa casa.

Vito la dejó entre sus brazos y luego inhaló lo más que pudo, tomándole la barbilla.

—¿Vamos por un trago?— ella achicó la mirada.

—Tú no puedes beber.

—Pero tú sí y te puedo acompañar—, la hizo reír de nuevo. No quería tomar, quería dejar de pensar en lo que su vida se había convertido.

A pocos minutos de ese lugar había un bar que recién abría sus puertas y al ser poco conocido, aún podía ser agradable.

Vito le pidió algo fuerte al sujeto de la barra, llevándola a una zona con menos ruido. Le sirvió un trago y escuchó en silencio cada absurdo que le habían exigido. Donde un nombre resaltaba como enfermedad.

Escuchó que en la mesa trasera se sentaron también, por lo que guardó silencio. No iba a ventilar cosas no permitidas con público escuchando.

—Debería volver a Playa Cristal—, suspiró.

—Apoyo eso, y esta vez nos quedamos definitivamente allá, o hasta que la vida alcance—, Salomé lo golpeó ligeramente en el brazo, mientras recordaba la estadía en ese sitio.

—Quiero olvidarme del imbécil de Johan Crown, ponerme un bikini, broncearme en la arena y olvidar que tengo un prometido tan…él—, se dejó caer en la silla.

—¿Y cómo es él?— se lanzó hacia adelante con rapidez al escuchar esa voz golpeando sus oídos, pese a no moverse de su silla.

Vito la sujetó para que no cayera, mientras ella aún no se recuperaba de escuchar a Johan Crown detrás suyo.

—¿Tan falso?

—Esa estuvo buena— rió su amigo y ella lo empujó ligeramente.

—Tan consentidor hasta rayar a lo obsesivo—, se levantó tomando primero el brazo de Vito que su bolso.

—¿Olvidarse de mí?— indagó el oponente de su futuro marido con sorna mientras sacaba un pañuelo para doblarlo—. No sé que la puso de ese humor, pero ofrezco una disculpa si mi nombre llegó a incomodarla.

—No es el nombre— mencionó su amigo.

—Entonces, ¿me diría qué?—, Salomé clavó los ojos en la agilidad con la cual sacudía el pañuelo para doblarlo sin necesidad de tanto trabajo.

—Su presencia—, contestó Vito en su lugar. Los ojos de Salomé lo aniquilaron antes de volver la mirada al pañuelo que Johan alzó con cuidado.

Se le hizo conocido.

—Lamento si causé molestias—, el tipo se puso de pie y ella apretó más la mano de su amigo cuando unas iniciales quedaron ante sus ojos—. Pero no fui quien hizo algo para provocarlo. De haberlo hecho yo, no tendría ningún caso asistir a un sitio de estos, porque olvidarlo sería imposible.

No era cierto…esa iniciales…eran las mismas del…

—Lamento no quedarnos a charlar, pero cómo ve, alguien debe regresar al sanatorio.

—No estoy en un sanatorio— se defendió su amigo.

—Deberías—, salió a paso rápido, mientras Vito no tuvo más remedio que seguirla hasta la salida donde al fin vio su cara pálida.

—¿Estás bien?

—El pañuelo…las iniciales— caminó más rápido.

—No vengas con tu obsesión ahora. Cada cosa en su sitio y…

—Lo tiene Johan—, se detuvo de golpe.

—¿Se lo diste a él?— inquirió su amigo confundido. —Cuándo encuentres a Juan Camilo…

—¡Deja a Juan Camilo en paz!— ella lo tomó de la cara con los ojos exorbitados, el corazón acelerado y la piel fría—. No es Juan Camilo, ni Juan Carlos…¡Es Johan Crown!

Su amigo se quedó perplejo.

—¡Estuve a punto de tener sexo con Johan Crown!— tuvo que bajar la voz.

—El sex0 oral cuenta como sexo, así que no estuviste a punto de…

—Como sea— sintió su cuello sudando—. Tuve sexo con el rival de mi prometido.

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