Johan avanzó lento, deteniéndose de nuevo, hasta que escuchó que muchos presionaban el claxon y no era difícil adivinar que se trataba del grupo de fotógrafos que cruzaban la calle. Eso solía pasar muchas veces en esa ciudad, era casi de todos los días. Estrellas de la actuación, músicos, personas dedicadas al…

Pero no era nada de eso. Esta vez iba en la dirección de la mujer de blazer entallado, más corto de lo que dictaría cualquier protocolo político, abrazaba con maestría una silueta que había sido tallada con esmero.

Las curvas de Salomé parecían haberse desafiado entre sí para destacar.

Una cintura ceñida que acentuaba su porte de diosa moderna, unas caderas rotundas que desmentían cualquier inocencia, y ese escote que no era profundo, pero insinuaba más que si lo fuera. El largo del vestido era estratégico. Lo justo para no ser vulgar, lo suficiente para provocar tragedias mentales en los hombres con principios débiles.

Y los suyos habían recibido una sacudida potente.

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