Dirigir una editorial no es fácil, menos cuando se ha perdido al fundador, maestro y abuelo. Para Mónic Rossel heredera de dicha editorial siendo la más importante en Europa, será uno de sus más grandes retos. En el camino, conoce a un hombre después del funeral de su abuelo y única familia, este había causado un gran impacto en ella, pero no sabía que las apariencias engañan y que se llevaría una gran sorpresa al enterarse de las verdaderas intenciones de aquel hombre. El mismo destino la cruza con Logan Stewart, un millonario hijo de papi que, bajo el ultimátum de su padre, es obligado a trabajar, y por azares del destino terminó haciéndolo junto a Mónic, descubriendo el verdadero gusto por los libros y, sobre todo, descubriendo el verdadero amor. Deben aprender el uno del otro y no permitir estar… “Entre el amor y el dinero”
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El cementerio estaba demasiado desolado. El invierno estaba prácticamente por terminar, pero aún se sentía bastante frío y, para colmo, comenzó a llover. Las fuertes gotas de agua dispersaron a las pocas personas que acompañaban a Mónic en el funeral de su abuelo.
El señor Graison Barnes, editor y CEO por más de treinta años de la editorial Barnes, había fallecido en la cama de su habitación a consecuencia de un cáncer de pulmón que venía padeciendo desde hacía más de una década. Además, los años y el trabajo incansable que venía realizando durante toda su vida le habían pasado factura.
Había construido un imperio en el ámbito de los libros. Era una de las editoriales más importantes de Europa, con sede en Edimburgo, la primera ciudad de la literatura de la Unesco y una de las ciudades más hermosas de Gran Bretaña. Allí recibía los contratos con los mejores escritores de prácticamente toda Europa y unos cuantos más de América.
Pero nada de eso le importaba a Mónic. Ahora estaba sola en el mundo. Su abuelo se había encargado de ella desde que tenía once años, cuando sus padres fallecieron en un accidente de avión mientras se dirigían a Estados Unidos para la presentación de uno de los libros de la editorial.
A quince años de aquella tragedia, se encontraba nuevamente en el cementerio, dejando allí a la última persona realmente importante en su vida.
Los servicios funerarios terminaron. Aunque el chofer y su nana la esperaban para ir a casa, ella prefirió caminar un poco bajo la lluvia. Se sentía demasiado abrumada como para encerrarse entre las cuatro paredes de su habitación.
—Mi niña, anda, vamos. Te puedes resfriar. Hace demasiado frío —le decía una señora de estatura mediana y mirada tierna.
—Estoy bien, Nany. Dame espacio. Volveré en taxi, no te preocupes —le contestó Mónic, con los ojos nublados, camuflados por la lluvia.
No sabía si era por el frío del agua cayendo sobre su cuerpo o por la tristeza que la embargaba. Lo único que sabía era que lo último que quería era regresar a la casa, donde, a pesar de ser enorme, se asfixiaría apenas pusiera un pie en ella.
Su abuelo siempre había sido un hombre sencillo. Nunca terminó de entender cómo le gustaba vivir en aquella ostentosa casa. Él decía que era su legado, pero sinceramente, en ese momento, ella no lo comprendía.
Caminó por varias calles. La lluvia empapó su ropa. El abrigo pesaba tanto que podía sentir cómo sus pies se deslizaban en el interior de sus zapatos empapados. El frío comenzaba a calarle los huesos, pero el dolor no le había permitido notar la baja temperatura hasta ahora.
No sabía a dónde iba. Caminaba mecánicamente, sin fijar su objetivo en ningún lugar en particular.
Si hubiera puesto atención en el camino, se habría dado cuenta del cambio de luces en los semáforos y de la turba de autos avanzando. Estuvo a punto de ser arrollada por uno de ellos.
Sintió cómo una mano se cerraba con fuerza en su brazo, deteniéndola justo antes de bajar de la banqueta, evitando el impacto con aquel vehículo.
A su lado estaba un hombre alto, de unos treinta y cinco años, cabello rubio, con la barba apenas crecida y unos ojos entre verdes y azules que conectaron directamente con los suyos.
—Deberías tener más cuidado —sus palabras la sacaron del trance en el que estaba. Su voz gruesa y varonil la sorprendió.
Mónic fijó la vista hacia la calle, dándose cuenta de lo que habría pasado si aquel extraño no la hubiera detenido a tiempo.
—Perdón, no me fijé —se regañó mentalmente por haber dicho algo tan obvio.
No se había dado cuenta de que ya no caía agua sobre su cabeza. Aquel extraño sostenía un enorme paraguas negro sobre ambos.
—Creo que necesitas sacarte esa ropa mojada y tomar algo caliente —no pudo evitar que sus mejillas se sonrojaran. Sus palabras parecían tener un doble sentido.
—Sí, ya me tengo que ir a casa.
Ella hizo ademán de parar un taxi, pero él tomó su mano y la bajó con suavidad.
—Primero ven. Vamos a que te quites eso y te invito un café.
Mónic no sabía por qué estaba obedeciendo a ese hombre. Avanzaron juntos bajo el enorme paraguas negro hasta llegar a una tienda cercana. Él se acercó a la empleada y pidió una muda de ropa deportiva para Mónic.
Tomaron la bolsa y se dirigieron al café que estaba al final de la calle.
—Toma. Puedes ir al baño y cambiarte antes de que enfermes.
La chica ya comenzaba a temblar, así que no dudó ni un instante en tomar la bolsa y dirigirse al baño.
—¿Qué estás haciendo? Es un extraño. Lo único que harás es tomar algo caliente y saldrás directo a casa —se reprendió en voz alta mientras se cambiaba. Ni siquiera le había preguntado su nombre.
Se quitó toda la ropa, excepto la ropa interior, que aunque mojada, tendría que aguantar. Al fin y al cabo, sus pechos no eran muy grandes, así que no se notarían demasiado bajo la sudadera.
Colocó los zapatos deportivos y metió toda la ropa mojada en la bolsa, después de escurrirla en el lavabo. El abrigo estaba hecho un desastre, así que directamente lo dejó en la basura.
Recogió su cabello y lo ató en un moño alto con una goma elástica.
Al mirar su reflejo en el espejo, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.
—Abuelo, me siento tan sola. ¿Será que me enviaste un ángel para que me cuide? Además, es guapo.
Todos los autorreproches de minutos atrás habían quedado en el olvido.
Al salir del baño, buscó con la mirada a aquel hombre. Lo vio en la barra del local, levantando una mano para indicarle su ubicación e invitándola a acercarse.
—¿Te sientes mejor ahora que estás seca? —su voz era profundamente masculina, y las palabras de preocupación le sentaban tan bien en aquel momento.
—Eh... sí, mucho mejor, gracias.
—Me alegro —tomó su taza de café y bebió un sorbo—. Perdón por no esperarte. Pide lo que quieras.
La sonrisa que le dedicó hizo que se le olvidara hasta hablar. Solo asintió y se dirigió hacia la cajera.
—Un chocolate caliente, por favor.
La siguiente media hora la pasaron conversando. El hombre —Caleb Ward, como se presentó— lamentó la pérdida de Mónic cuando ella se lo contó, entendiendo al instante el porqué de su caminata zombie por las calles. Era diseñador gráfico desde hacía diez años y acababa de llegar a la ciudad hacía apenas tres semanas.
Cuando Mónic se despidió de Caleb y tomó el taxi de regreso a aquella casa llena de recuerdos, lo hizo con una extraña sensación de que, tal vez, no estaba tan sola como creía.
La nana Gliz habló con Mónic y le explicó la razón por la que Logan había entrado de esa manera.—No lo justifiques, debió tocar la puerta —le decía mientras la ayudaba con el vestido enrollado, regresándolo a su lugar para poder bajar a comer.—No lo justifico, pero anda así porque ya quiere comerse el postre —le dijo, haciendo alusión a las galletas. Ella no lo entendió a la perfección, sino que su mente voló por otro lado, pensando en qué clase de postre querría comerse.—Pues no es suficiente razón —ya estaba colocándose los zapatos.—Bueno, bueno, ya dejemos ese tema. Mejor vamos a comer. Te preparamos una rica sopa y algo de verduras para que tomes energías —le decía, tomándola de la mano y llevándola a la cocina.—¿Te preparamos? —preguntó, levantando esa ceja loca que tenía.—Él me ayudó —le dijo con algo de presunción.“Después de todo, no es tan inútil el idiota”, pensó ella.Llegaron a la cocina. Logan estaba sirviendo los platos. A Mónic le pareció lindo, y parecía un buen
Logan, por su parte, había estado al tanto del estado de salud de su jefa. Trabajó duro en todos los departamentos para dejar todo en orden.Entró en la oficina de Mónic para buscar el libro que estaba revisando, ya que en él tenía muchos apuntes y ya iba bastante avanzada.Buscó sobre el escritorio sin encontrar nada, hasta que abrió el cajón superior y estaba justo ahí. Lo tomó y salió hacia su propia oficina.Sabía que Mónic estaría muy desesperada, por lo tanto, le preparó un mini informe muy detallado de cómo iban las cosas en la oficina.Tomó todo lo que había preparado y, sin perder tiempo, se fue rumbo a la casa de Mónic. De paso, le compró una rosa más. Quería ser ese tipo cursi que no sabía que tenía dentro.La chica de la florería cada vez hablaba más con él. Sabía sus intenciones. Conocía perfectamente la manera en que las chicas se le insinuaban, unas más atrevidas que otras, pero al final, todas terminaban en su cama.En otras circunstancias, quedaría con ella para una n
“Pues qué manera de agradecer”, pensó de inmediato.—No tenías que hacerlo si solo era por eso —le recriminó. De cierta manera, su orgullo se sentía herido. No lo había besado porque lo deseara, simplemente por compromiso.—No te quejes y ve a descansar, que ya me llegó sueño —trató de ignorarlo y se acomodó para dormir.Lo había dejado muy confundido, al igual que lo estaba ella.No entendía por qué había tenido aquel impulso, pero había sido lo mejor de lo mejor.Toda aquella tormenta que había sentido antes ahora estaba triplicada. Era todo un ciclón lo que sentía, con todo y los fuertes vientos.Se había puesto de lado sobre la cama, dando la espalda a Logan, que permanecía sentado en el sillón que estaba dentro de la habitación, en las mismas circunstancias en las que estaba la chica.No entendía por qué lo había besado, pero por fin sintió esos labios que deseaba besar desde hacía tantas semanas.Estaba en problemas, en varios de ellos, pero justo había uno que debía atender de
Cuando regresó al hospital, encontró al detective en la sala de espera. Para su fortuna, Caleb ya no estaba. Solo esperaba que se hubiera aburrido y que ya estuviera lejos de ahí.Pero, para su mala suerte, lo vio regresar con una enfermera colgada de su brazo. Al parecer, venían justo de la habitación de Mónic.Sintió que la sangre le hervía. Estaba sintiendo tantas sensaciones nuevas; los celos eran una de ellas. Pero lo que estaba sintiendo en esos momentos eran unos celos enfermizos. Deseaba poder tomarlo por el cuello a aquel hombre y sacarlo a la calle para que se largara de ahí.Sin embargo, por las advertencias de la enfermera y, más que nada, por la tranquilidad de Mónic, no podía hacer eso. Así que solo apretó las manos en puño dentro de la bolsa de su chamarra y se aguantó.—¿Ha hablado con alguien más de lo que me contó en la cafetería? —le preguntó Logan al detective.—No, claro que no, con nadie más —respondió inmediatamente.—Pues no lo haga, principalmente no con él —h
—Es… Este… ella está en el hospital —le dijo algo nerviosa. No sabía si debía decirle o no.—¿Qué fue lo que le pasó? —ya comenzaba a exasperarse.—Le dio un ataque de pánico, solo eso sé —le decía la muchacha, limpiándose las lágrimas.—¿En qué hospital está? —no sabía si era buena idea decirle. Ella se daba cuenta de las cosas que pasaban entre esos tres.Y, sinceramente, había algo en Caleb que no terminaba de gustarle, pero la manera en que le preguntó la asustó demasiado.Le dijo el hospital y salió a toda prisa. Luego le llamó a su nana, la cual se escuchaba muy angustiada, pero entendía la razón por la que no debía decirle a nadie más.En el hospital, Logan no se despegaba de Mónic. Esperaba que despertara, pero los médicos le dijeron que estaría así hasta muy tarde o hasta el día siguiente, así que no le quedaba más que esperar.Escuchó la puerta abrirse con fuerza, llamando su atención al instante. Inmediatamente, frunció el ceño en evidente disgusto.—¿Qué haces aquí? —pregu
—¿Usted cree…? —la pregunta quedó en el aire. Ella no podía pensar que la única verdadera familia que le quedaba pudiera siquiera pensar en perjudicarla.Pero no era tonta. Las señales estaban ahí; solo que ella no las había visto, o no quería verlas. Con las palabras del oficial y la manera en que la hizo razonar, le habían vuelto a la cabeza esos instantes de las conversaciones que había tenido con su tío en semanas anteriores.Aunque, para el día del homicidio, no lo había llevado a la editorial. Pero él sabía que ya no había coordinador. “¿Cómo lo sabía?”. Con ese pensamiento, su corazón se desbocó. “No podía ser, ¿por qué?”.—Por ambición y por dinero —contestó el oficial. Parecía que podía estar leyéndole los pensamientos, parecía que sabía justo lo que estaba pasando por su mente en ese instante.—¿Cree… cree que lo hayan matado por mi causa? —aquella pregunta le causaba un ardor en la garganta con cada palabra.Era algo que no podría perdonarse nunca: ser la causa de que matar
Último capítulo