En medio de todo ese renacer, Logan enfrentó la última conversación pendiente: habló con su padre. Lo hizo en el despacho de la mansión Stewart, esa donde casi un año atrás había recibido un ultimátum que le cambió la vida.
Redados de paredes imponentes con libreros hasta el techo, cuadros de generaciones pasadas y el olor a cuero viejo, se sentó frente a él.
—Padre —comenzó con voz firme—, lo intenté. De verdad quise tomar las riendas de la empresa, como te prometí. Pero… no es lo mío. No quiero pasar la vida entre balances y consejos de administración.
Su padre lo miró largo rato, su rostro pétreo como una estatua. Durante un instante, Logan creyó que escucharía un sermón sobre responsabilidad y legado. Finalmente, se recostó en la silla y dejó escapar un suspiro resignado.
—Siempre supe que no eras como yo. Intenté moldearte, pero el fuego que tienes viene de otra parte.
Logan bajó la mirada, esperando un reproche. Pero lo que escuchó lo desarmó.
—Hijo… te veo diferente. Más maduro