El desconcierto tras la desaparición de Mónic era tan espeso que podía palparse en el aire. Nadie en la editorial podía concentrarse, los teléfonos no dejaban de sonar y las miradas de angustia se cruzaban sin necesidad de palabras.
Logan, sin embargo, no era hombre de quedarse sentado esperando milagros. Sentía cómo la rabia y el miedo lo carcomían por dentro, como una fiera encerrada.
—Revisen las cámaras del estacionamiento —ordenó con la voz firme, aunque el temblor de su mandíbula lo delataba—. Nadie se esfuma, así como así. Llamaré a Jenkins.
Vera y Freth corrieron a la sala de seguridad, donde los monitores aún mostraban la rutina anodina del día anterior.
Los minutos de grabación se arrastraban como siglos, hasta que finalmente apareció la imagen: Mónic caminando hacia el estacionamiento, con su paso decidido, aunque cansado. Logan contuvo la respiración… y allí estaba Chelsea, esperándola junto a su coche, sonriendo como si no hubiera nada extraño.
No hubo forcejeo. No hubo g