El tiempo demostró que ni siquiera la tragedia más oscura podía frenar la necesidad de sanar. Chelsea estaba muerta, Caleb tras las rejas, y aunque las cicatrices quedaban, la vida exigía seguir adelante.
El eco de la captura de Caleb Ward o como se llamara, seguía retumbando en los medios. Desde las redacciones de Nueva York hasta las radios locales de Europa, todos hablaban de la caída de aquel hombre que había intentado construir un imperio sobre estafas por todo el mundo.
Además, no solo se comprobó que fue el autor de los asesinatos de Tessa y Adler, sino que en la ciudad de Chicago había dejado un difunto mas y en Italia a una mujer que, aparentemente, no se dejó engatusar por él.
La fortuna mal habida comenzó a regresar poco a poco: las cuentas congeladas en bancos europeos, los bienes ocultos en compañías fantasma, los contratos fraudulentos deshechos por los abogados de la familia.
Con el trabajo de los abogados, y no pocas reuniones que parecían más juicios de guerra que jun