¿Y si tu única salida del infierno… fuera otro peor? Julia Rodríguez ya no cree en el amor. No después de pasar dos años atrapada en un castillo que parecía de cuento… pero era una prisión. No después de ser tratada como una muñeca rota por Matthew Grayson, su esposo por contrato. El CEO perfecto ante el mundo, pero frío, dominante e incapaz de amarla. Durante el día, la ignora como si no existiera, pero en la oscuridad… la reclama como suya. Su matrimonio es una llama intensa, una prisión de placer y dolor. Cuando por fin faltan solo 30 días para divorciarse y recuperar su libertad, su mundo colapsa de nuevo. Su padrastro la ha vendido. Su madre lo permitió. Y ahora, para pagar una deuda impagable, Julia debe casarse con Santiago Castañeda, el hijo de un peligroso capo mexicano: Arrogante, letal, de sonrisa encantadora y alma corrompida. Uno la domina con hielo, el otro con fuego, pero ninguno planea dejarla ir. Y cuando un embarazo inesperado lo cambia todo, Julia descubre que lo difícil no es tomar una decisión… Lo difícil es sobrevivir a las consecuencias. No se trata de escapar del infierno, se trata de escoger con qué demonio arder.
Leer másLILIANA CASTILLO—No es lo mismo —contestó mi padre tranquilamente—. Estabas encaprichada con Santiago y ahora como adulta ya te diste cuenta de que no es el indicado, no para una mujer con tu carácter. —¿A qué te refieres? —pregunté queriendo contener una risita nerviosa—. ¿Cuál es el problema con mi carácter? Su mujer tiene un carácter altanero y es feroz, es una ladrona muy…—No es lo mismo —contestó mi padre tranquilamente, acomodándose las mangas de la camisa debajo de su saco mientras me veía con profundidad—. Una cosa es una mujer rebelde y otra muy diferente es una mujer cabrona y ambiciosa. »La rebelde se puede domar, pero la cabrona no, puedes pensar que lo lograste y cuando menos te lo esperas te das cuenta de que nunca estuvo en tus manos y que siempre hizo lo que quiso. Una mujer cabrona no necesita a un hombre de buen corazón como Santiago, no es suficiente, incluso se puede tornar aburrido —agregó con una risa profunda que causó eco en la biblioteca—. Como dicen por a
SANTIAGO CASTAÑEDA—Carl… Solo escúchame, por favor… —susurró Matt, dominado por la melancolía y esa lealtad que te une a tus empleados que han estado contigo desde el inicio. —¿Los escoges a ellos? —preguntó Carl con una sonrisa de medio lado. Entonces por fin levantó la mirada y clavó su atención en Julia, que retrocedió un paso como si le hubiera aventado un cuchillo—. Yo te traje aquí. Yo te llevé a Julia. Yo… Yo defendí su relación, aunque todos estaban en contra. ¿Así me pagas? ¿Con indiferencia?—Carl, lo que tú no estás entendiendo, es que Rita es aparte, no está en el mismo paquete que tú —soltó Matt intentando acercarse hasta que Carl se levantó ofendido, viéndolo con rencor—. Ella cometió errores. Viste lo psicótica que se puso, movida por los celos. —¡Tú le diste alas! —gritó Carl frustrado—. ¡Tú le dijiste que no estabas con Julia! ¡¿Por qué?! ¡Ella pensó…!—Que no estuviera con Julia no significaba que la dejaría entrar a mi vida —siseó Matt comenzando a perder la pac
SANTIAGO CASTAÑEDA—¿Santiago? ¿De qué está hablando Carl? —preguntó Julia desde arriba, con la mirada cargada de horror. Me encogí de hombros, cansado, y negué con la cabeza antes de voltear hacia ella. Nuestros ojos se encontraron y ni siquiera supe por dónde empezar.—Liliana y Javier se van a casar. —Noté como el rostro de ambas cambiaba a sorpresa mezclada con el amargo sabor de la traición—. No sé qué está tramando Lily, pero confío en que no nos ha traicionado. Ella jamás lo haría.—¡Mató a Rita! —gritó Carl y yo cerré los ojos como si hubiera presenciado un accidente catastrófico—. ¡¿A eso llamas no traicionarnos?!—Teóricamente, ella no la mató —respondí intentando manipular la semántica.—Pidió su cabeza como regalo de compromiso… —siseó Carl comenzando a exasperarse—. Javier era el arma, pero ella fue quien decidió jalar el gatillo. Quería esforzarme por comprenderlo, por sentir simpatía por Carl, pero… ¡por favor! Rita era un dolor de huevos. Sí, lo que le pasó fue… tris
SANTIAGO CASTAÑEDASalí de esa locura antes de que alguien comenzara a acusarme por envenenar a todos. En el auto no solo me esperaba Emilio, sino también Patricio que parecía nervioso.—Fue Liliana… —susurró con la mirada confundida, entrecerrando los ojos repetidas veces mientras estos seguían las luces de los autos en la oscuridad. —¿Liliana? —pregunté casi sin voz. —Ella los envenenó a todos —contestó rascándose la barbilla—. Me pidió que liberara a Rita y dejara una cápsula de veneno en sus ropas. —Para incriminarla —agregué sorprendido de que esa pequeña e inocente criaturita, carita de ratón travieso con el sentido de supervivencia de un panda tuviera la mentalidad y la frialdad para hacer algo así. Entonces recordé como su mirada careció de alma cuando estuvo ante Rita—. Creo que tenemos un problema. Me derretí en el asiento trasero del auto y comencé a frotarme las sienes. Sentía una punzada, como si alguien estuviera picándome con una jeringa, metiéndola hasta mi cerebro
SANTIAGO CASTAÑEDA—Hay algo que tu padre nunca te enseñó y se volvió un punto débil —dijo Guillermo viéndome con intensidad—. No todo se trata de disparar, intimidar y tomar las cosas a la fuerza. Observa, tomate tu tiempo, piensa con calma.Sus palabras causaron eco dentro de mí. Era tan diferente a mi padre que todo lo tomaba por la fuerza y cuanto antes. Era desesperado y explosivo, mientras que Guillermo parecía calmado y reflexivo. Regresé mi atención hacia la familia Castañeda, esa en la que yo ya no figuraba. Mis ojos se encontraron de pronto con los de Lily y entonces noté que ella no parecía preocupada, tampoco soberbia, me sonrió como solía hacerlo, con esa inocencia que me hacía verla incluso más joven de lo que en realidad era. Entonces el circo comenzó, de pronto los murmullos se volvieron exclamaciones de horror y sorpresa. La gente comenzó a separarse, como si estuvieran en presencia de algún enfermo o vagabundo. Fue cuando la vi, era Rita la hermana de Carl, estaba
LILIANA CASTILLOEstaba lista desde antes que comenzara la reunión, pude ver como uno a uno llegaban con sus sonrisas amplias. Unos parecían incómodos y otros simplemente se derretían halagando a Carmen y a Rafael, felicitándolos como si los pobrecitos hubieran sufrido tanto y ahora por fin podían ser felices. Todos estaban del lado de Carmen, les gustara o no, porque inclinaban la balanza hacia quien tenía poder y esa era ella. Comencé a vagar por la casa, fingiendo nerviosismo, escabulléndome por la cocina y saliendo al jardín. Todos estaban vueltos locos para que la reunión fuera un éxito y no me notaban y si lo hacían no me daban importancia. Solo era la atarantada prometida del hijo que Rafael siempre quiso y no encontró en Santiago. Entonces llegué a la bodega donde guardaban todo lo respectivo a la jardinería. Pasé la mirada nerviosa por cada herramienta y químico, buscando algo en específico hasta que lo encontré: un frasco viejo con etiqueta amarillenta que parecía a punto
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