JULIA RODRÍGUEZ
Había llegado a este país sin nada más que la esperanza, ahora me iría con las manos igual de vacías y el corazón roto. Había perdido más de lo que había ganado, y sentía que tenía que salir de aquí antes de que me arrebataran lo poco que me quedaba de cordura.
Arrastré mi maleta por la acera, me gustaría decir que, con la mente en blanco, pero en realidad estaba repasando mi vida al lado de Matthew. ¿Había algo que atesorar en mi memoria o todo se debía de ir a la basura?
Quien olvida su pasado tiende a repetirlo, así que me quedaría con esos momentos de soberbia, su menosprecio y la manera tan indiferente de tratarme. Entre más profundo doliera, más fácil me sería darle la espalda.
Cansada de arrastrar mi maleta por la calle, sin dirección y sin motivación, me detuve observando el mundo a mi alrededor, no se había detenido, no tenía que hacerlo, no le importaba, la vida seguía, estuviera lista o no. Alcé la mirada para ver como las nubes negras se cernían sobre la ciudad y algunos truenos comenzaban a escucharse en la lejanía, no tardaba en llover y yo no tenía un plan.
Saqué mi cartera, se veía más vacía que de costumbre, ya no tenía las tarjetas de crédito que Matthew me había dado, solo el dinero en efectivo que me quedaba de mi último pago, lo suficiente para el boleto de avión de regreso a casa, así que supuse que lo mejor sería dormir en el aeropuerto.
—No, por favor… No me hagan daño… —Mi cuerpo se tensó en cuanto escuché esa voz tan rota y temblorosa. Volteé hacia la profundidad del callejón, la oscuridad no era suficiente para ocultar lo que ocurría. Una mujer menuda y joven se hacía pequeña ante la presencia de dos grandulones con pinta de matones—. Por favor, no diré nada, solo déjenme ir…
—¿No te das cuenta? —dijo uno de ellos tomándola de los hombros, encajando sus dedos hasta arrugar la tela de su blusa—. No es mi culpa, tú eres quien me provoca.
—Por favor, por favor… por favor… —repetía la mujer cerrando los ojos con fuerza, intentando escurrirse entre las manos del hombre mientras este reía con su cómplice.
—Llora todo lo que quieras, pero se nota que quieres estar conmigo y con mi amigo. —La azotó contra la pared, sacándole el aire en un leve quejido, provocando que la risa de los hombres se elevara, como si verla así, pequeña, vulnerable y llorando, fuera el chiste más gracioso que habían visto.
No podía creer lo que estaba viendo. Volteé a ambos lados, notando que la poca gente que pasaba frente al callejón ni siquiera volteaba. Parecían sordos y ciegos, no les importaba lo que le pasaba a esa mujer.
Egoístas de m****a.
—Ven aquí y pórtate bien —agregó el otro hombre intentando tomar a la chica por la cintura y pegarla a su cuerpo, mientras ella se revolvía entre sus brazos y gritaba desesperada.
El corazón se me rompió en mil pedazos. Me dolió lo que le ocurría, me dolió el abuso, me dolió la indiferencia… ¡Odie la puta indiferencia!
No me di cuenta cuando mis pies me llevaron al interior de ese callejón. Mis palmas hormigueaban y mi pecho ardía, mientras las risas de esos hombres taladraban mis oídos, era como encajar clavos ardientes en mis tímpanos. Alcancé un viejo palo de escoba arrumbado entre el resto de la basura. Cuando uno de ellos intentó romperle la blusa, dejé caer el palo sobre su espalda con tanta fuerza que se partió en dos.
Fue una experiencia extracorpórea. Podía sentir la rabia corriendo por mis venas, era una furia que no podía controlar, por el contrario, ella me controlaba a mí.
Mientras el hombre chillaba adolorido, brincando y retorciéndose, los ojos de su amigo me veían como si no creyera que fuera real.
—¿Quién es esta puta? —preguntó el hombre viéndome con desprecio.
—¡A mí no me hables así, perro! —grité furiosa y blandí lo que quedaba del palo—. ¡Asqueroso pedazo de basura! ¡No te atrevas a tocarla!
Vociferé furiosa, intentando alcanzarlo con la punta del palo, al mismo tiempo la mujer pegó un brinco, alejándose de ellos. Entonces el hombre atrapó el palo y tiró con fuerza, arrancándolo de mis manos, astillándolas.
—¡Corre! —grité volteando hacia la mujer al mismo tiempo que daba media vuelta para correr junto con ella, pero fue demasiado tarde.
Una mano me tomó por el cabello, haciéndome retroceder y caer de sentón. Un calambre me recorrió todo el cuerpo, partiéndome en dos. Cuando abrí los ojos pude ver la desesperación en la cara de la mujer, que no sabía si irse o quedarse.
—¡Vete! ¡Busca ayuda! —volví a gritar. No tenía sentido que la volvieran a atrapar. Entonces el hombre que me había detenido me tomó por el cuello y me azotó contra la pared, mientras escuchaba los tacones de la chica alejándose apresuradamente.
—¿Te sientes muy valiente? —preguntó con una mueca divertida y al mismo tiempo llena de coraje.
—¿Creíste que podrías contra nosotros? —segundó el otro hombre, aún adolorido de la espalda, pero con una sonrisa cargada de satisfacción—. Pobre tontita… Que te quede grabado en la cabeza: una mujer nunca podrá contra un hombre. Son débiles, son tontas y deberían dar gracias que hombres como nosotros se fijen en ustedes.
Me tomó con firmeza del mentón y acercó aún más su rostro, disfrutando de tener el control, mientras yo estaba conteniendo mis lágrimas más por orgullo que por valentía.
—Vamos a enseñarte a ser una niña obediente —siseó con lascivia. Dejé de aferrarme a su brazo, dejando que aplastara mi cuello, a cambio le rasguñé la cara hasta hacerlo gritar. Como respuesta me arrojó al suelo con fuerza.
La caída había sido más aparatosa que la primera. Por un momento no sentí mi cuerpo y al segundo siguiente el dolor me hizo retorcer. Mi vientre ardía desde dentro y se contraía como si una mano invisible me lo quisiera arrancar.
Aunque quería salir corriendo de ahí, terminé abrazándome a mí misma, en posición fetal, intentando tolerar el dolor. Me empujé con los talones, pegando la espalda a la pared, cuando entonces vi el rastro de sangre que llevaba hasta mí.
Una nueva punzada me dobló de dolor mientras mi pantalón pasaba del color azul mezclilla al carmín.
En ese momento levanté la mirada, tenía a uno de esos hombres frente a mí, con cara de fastidio, sosteniendo el pedazo del palo que había usado al principio como arma.
—Suficiente… —dijo como si estuviera resignado y decepcionado, listo para golpear mi cara como si fuera una pelota de béisbol.
Cerré los ojos con fuerza y cubrí mi vientre con ambas manos.
Esperé y esperé… pero nada ocurrió. Cuando volví a abrir los ojos, una mano firme sostenía el palo con tanta fuerza que sus guantes negros rechinaron.
WOW, ¿Quién es este caballero?🤭 Matt? o ... 😏